La magia de una simple cámara analógica
Un artista sirio impulsa talleres de fotografía analógica para empoderar a los niños refugiados en Turquía y mejorar el entendimiento entre diferentes comunidades
26 septiembre, 2021 00:00¿Quién dijo que la fotografía analógica estaba muerta? Para decenas de niños sirios e iraquíes refugiados en Turquía, una simple cámara analógica se ha convertido en una fuente de alegría y motivación para hacer amigos e integrarse en el lugar, en medio de las duras condiciones de vida de su día a día.
“Puede que la fotografía digital sea más fácil y rápida, pero el proceso analógico enseña a los niños a observar más atentamente y también a ser más paciente, porque tienen que tomar una fotografía sin poder ver el resultado instantáneamente. Para ellos, hay algo terapéutico y curativo en todo este proceso”, explicaba esta semana a The Guardian el artista sirio Serbest Salih, cofundador de Sirkhane Darkroom (cuarto oscuro), un proyecto humanitario que organiza talleres de fotografía analógica para niños de la provincia turca de Mardin, en la frontera con Siria, con el fin de empoderarlos y ayudar a mejorar la convivencia entre comunidades.
“Al principio los niños se ríen de mí, me dicen que esas cámaras son una reliquia de la edad de sus padres, pero cuando empiezan a usarlas, algo mágico ocurre. Empiezan a ver el mundo en el que viven a través de sus propios ojos”, comenta Salih, él mismo un refugiado.
Tensiones entre familias de refugiados
En sus talleres móviles, o “caravanas”, Salih se dedica a proporcionar a los niños cámaras analógicas baratas y a enseñarles los básicos de la composición y arte visuales, para luego animarlos “a tomar fotos de los alrededores y a capturar la inocencia y belleza en el interior de sus vidas”, como explica en el website del proyecto, financiado con fondos de la UE.
Salih, de 27 años, estudió fotografía en la universidad, en Aleppo, y utilizó su primera cámara, una Nikon D90, para fotografiar a personas que habían sido desposeídas de sus propiedades cuando empezaron los levantamientos contra el presidente sirio Bashar al-Ássad y vivían hacinadas en campos de refugiados cerca su ciudad. Al estallar la guerra civil, Salih y su familia se escaparon primero a la ciudad kurda de Kobane, en el norte de Siria, hasta que ésta fue víctima de ataques yihadistas, en 2014, y cruzaron hasta Mardin, en Turquía. Haciendo un esfuerzo por superar sus prejuicios contra los turcos, empezó a trabajar con el fotógrafo turco Emel Ernalbant, y juntos iniciaron el proyecto de enseñar fotografía a los niños para solucionar tensiones entre familias de refugiados y locales, especialmente en el distrito kurdo de la ciudad, Istasyon.
“Era un lugar donde los kurdos turcos y los kurdos sirios convivían como vecinos, pero no se comunicaban. Eran extraños que hablaban el mismo idioma. Fue en ese momento cuando pensé en usar la fotografía analógica como un medio para integrar a las diferentes comunidades”, explica el artista en The Guardian.
Con el apoyo inicial de la organización benéfica alemana Welthungerhilfe, la pareja empezó a impartir cursos de fotografía en 2017. Desde entonces, más de 400 niños han participado en sus talleres móviles, donde asisten dos veces a la semana durante tres meses, y aprenden las bases de la fotografía analógica, desde la composición a las técnicas de revelado y la organización de sus propias exposiciones.
Fotografías alegres
“La idea es que tengan una experiencia artística completa”, explica Salih en la web del proyecto, que desde 2019 tiene el apoyo de la Sirkhane Social Circus School, una ong financiada con fondos de la UE que trabaja con niños refugiados de la región de Mardin, Turquía, con el objetivo de “reemplazar su dañada infancia con felicidad y enriquecer su imaginación usando los colores de la pedagogía del circo social”.
A mediados de este año, Salih decidió recopilar las fotografías de sus alumnos en un libro, I saw the air fly (Mack, 2021), y los resultados han sido sorprendentes, ya que, lejos de reflejar el trauma y la tristeza, la mayoría son fotos que transpiran alegría, movimiento y diversión.
“La gente piensa que si le das una cámara a un niño refugiado, los resultados serán tristes; en cambio, la mayoría de estas fotografías tienen que ver con la alegría. Son pequeños momentos de felicidad privada”, explica Salih.
La mayoría de las fotografías, seleccionadas por los propios niños, muestran retratos de familia, planos borrosos de sus amigos jugando, niños saltando, posando con animales... Pero en medio de la diversión y las risas, asoman de fondo algunos signos de la pobreza, la guerra y el desplazamiento forzado: la expresión de cansancio y dolor en el rostro de un padre, un avión de combate sobrevolando el cielo despejado, un niño asomándose desde el interior de una caja del ACNUR, unos chavales jugando en los campos de cultivo donde los refugiados trabajan en condiciones precarias.
Por otro lado, “la ausencia de adultos en muchas de las fotos es serena pero también preocupante”, observa el crítico de la revista artística Another Magazine en la reseña del libro, publicado con fines benéficos.
Pensar con la fotografía
Todas las fotografías van acompañadas de los nombres de los niños, transliterados del turco, kurdo o árabe, uno al lado del otro, como evidencia de las amistades que se han formado entre ellos. Sin embargo, lo más gratificante para Salih es ver cómo sus alumnos aprenden a entenderse mejor a sí mismos y su lugar en el mundo gracias a la fotografía analógica, una elección totalmente deliberada: “la fotografía analógica ofrece más oportunidades para aprender y crecer, y yo quería que pensaran cuidadosa y profundamente sobre las fotos y sus sujetos”, explica el artista a Another Magazine.
Además de lecciones de fotografía, los estudiantes de Darkroom también aprenden sobre derechos del niño, ecología e igualdad de género, con la esperanza de prepararles para la vida futura “en una región donde es difícil ser un niño”, constata Salih.
En la actualidad, Salih quiere expandir sus talleres móviles a lugares más remotos, pero la pandemia ha dificultado las cosas en una zona donde la enseñanza online no es la mejor opción, ya que muchos niños no tienen smartphones ni acceso a Internet. Por otro lado, la ong depende de donativos y fondos externos para adquirir material de segunda mano, no solo cámaras, sino productos químicos para el revelado de las películas, que no se pueden enviar desde fuera de Turquía.