Uderzo, viñetas de primera necesidad
Las historias y los personajes del dibujante francés son parte indeleble de lo que nos constituye. De lo que todos somos y de lo que queremos ser: una invencible aldea gala
25 marzo, 2020 00:00Es sabido que Albert Uderzo (1927-2020) nació con seis dedos en cada mano. Aunque los cirujanos se los operaron pronto, fue un esfuerzo inútil porque desde entonces no cesaron de crecerle otros nuevos y de más está decir que ha muerto con muchos más. Los más directos, los de las manos de Didier Conrad, el ilustrador que ha seguido dibujando los álbumes del irreductible galo con respeto y diligencia desde su retirada de la primera línea del tablero de dibujo –aunque nunca dejó de supervisarlos– allá por 2011.
También puede contar con los dedos de todos los niños y jóvenes que entrenan sus cuadernos copiando sus cómics, que saben de la dificultad de delinear las alas del casco de Astérix o la perfección de la nariz de Cleopatra. Por último, también habría que contar los millones de dedos del aplauso unánime de una comunidad enorme de lectores que percibimos su obra y sus ilustraciones como parte indeleble de lo que nos constituye, íntima estructura de Estado, todos invencible aldea gala, parte indisoluble de lo que somos y de lo que queremos ser. Tribu lectora que ha sentido su fallecimiento como la muerte de un pariente, de aquel abuelo segundo entrañable, dueño de una vida apasionante y de una obra sin fecha de caducidad.
Primera aparición de Astérix y Obélix
Nos queda volver a leerlo, claro. No en vano los salones de media Europa –convertidos en los únicos museos actualmente visitables– están repletos de sus pequeñas obras de arte. Es el suyo un dibujo a la par popular y severo. No hay más que prestar atención al juego dialéctico que se establece entre el rigor marmóreo de sus descripciones y el dinamismo y la jovialidad de sus caricaturas. Así, sus obras avanzan moviéndose entre la precisión histórica y el chiste, el humor físico –deudor del primer splastick– y lo erudito. La clase de Historia y las revistas pop. Algunos de sus personajes históricos toman la forma de actores y actrices de la época. Así, los lectores adultos podían añadir al placer de la narración, el de la chispa del reconocimiento del chiste privado. Diríamos que su capacidad ilustrativa y de composición combinaba el artero ingenio de Astérix con la fuerza bruta de Obélix.
No sabemos en qué marmita de poción mágica cayó Uderzo. Sabemos, eso sí, de su biografía pública, casi un trasunto de la historia de Europa en el siglo XX. Nace en Francia, hijo de padres italianos que, ante el avance de las tropas alemanas, optan por sacarlo de París para enviarlo a un pequeño pueblo de la Bretaña. Parece que ese pequeño pueblo fue el trasunto del invencible pueblo galo que muchos años después inmortalizaría en sus historietas. Sabemos que todo paraíso es un paraíso perdido. Un pequeño trineo ardiendo en la memoria.
Se cuenta que en los tiempos difíciles –la madre de Uderzo alimentaba a su colega Goscinny con grandes croquetas– era capaz de dibujar hasta nueve planchas al día, sin pasar por el boceto previo, directamente a tinta. Parece el suyo un talento natural, depurado por el método de la escuela del trabajo a destajo, desde bien joven, en toda clase de proyectos, casi nunca –por lo menos hasta la llegada de Goscinnny y el proyecto de Astérix– demasiado exitosos.
Caricatura de Uderzo para la revista Pilote
Fue un 29 de octubre de 1959 cuando la revista Pilote publica por primera vez Astérix, el galo. Una crítica sobre los tópicos del chovinismo francés terriblemente chovinista. La aventura de dos personajes que se vuelven clásicos al instante, con el fulgor de las parejas desacordes y eternas. Una aventura fechada en el siglo V antes de Cristo que hablaba de la Francia contemporánea de los años sesenta. El resto es historia conocida. El reconocimiento individual y el beneplácito del gran público. Los álbumes, los peluches, las camisetas, los parques de atracciones. Hasta un satélite artificial puesto en órbita por Francia se llama como el héroe galo.
Nada más estimulante que dedicar un rato a pasearse por sus dibujos con ojos nuevos y libres, desentendiéndonos por una vez del sentido de la trama, del humor de los diálogos. Dejándonos ganar lentamente el corazón por el ritmo de los trazos y la expresividad de los colores. Uno pronto se percata del cuidado del maestro –casi flamenco– por los detalles aparentemente intrascendentes: el pliegue de una túnica, la altura de la quilla de una galera, el rafaelesco uso del contraluz. Por no hablar de la elegancia francobelga en la construcción de algunas páginas de sofisticado diseño compositivo. De la belleza clásica de las páginas completas dedicadas a presentar las ciudades que sirven de decorado. Capaces ellas mismas de convertirse en láminas de cualquier pinacoteca exigente, ahora que por fin la crítica considera al cómic como una de las Artes (en mayúsculas). Cosa que los lectores de tebeos ya sabíamos hacía rato.
Albert Uderzo, está en la liga de los mejores pintores e ilustradores europeos. Sin pizca de ironía. Es nuestro Durero, otro Albert divino. Su obra gráfica de ficción se encuentra a la altura de otros genios copetudos del Parnaso francófono, a la altura de Proust, Flaubert o Voltaire. A veces dan ganas de pedir que sus obras completas se publiquen en Gallimard, esa certificadora de mitos literarios, pero no hace falta. Sus álbumes ilustrados no dejan de reeditarse por doquier y siguen presentes en todas las memorias.
Astérix ya sobrevivió a la muerte de su guionista. Desde 1980 fue Urdezo el que se encargó de la creación de los álbumes hasta que en el 2011 decidió tutelar las obras creadas por nuevos creadores. Veremos si sobreviven a la muerte de su creador. En una entrevista de 1996 declaró: “Cuando yo muera, Astérix muere.” Ahora que el tiempo ha pasado, tal vez solo en esta ocasión, debamos llevarle la contraria al maestro
Astérix junto con el resto de personajes de Uderzo / HACHETTE
Cuando el dúo cómico se preguntaba por qué Astérix tuvo tanto éxito si en muchos de otros proyectos habían puesto las mismas ganas y esfuerzo, Uderzo se respondía que el secreto estaba en que todos nos veíamos reflejados en la lucha del pequeño contra el grande, en la resistencia ante un mal que, en teoría, debiera avasallarnos y sin embargo no consigue vencernos. Tal vez este sea el momento histórico del siglo XXI en que mejor comprendamos este dictado. En los tiempos que corren, sus viñetas llenas de ingenio, humor y resiliencia constituyen un bien de primera necesidad.