¿Quién vigila a los vigilantes?
'Watchmen' es una pertinente reflexión sobre el racismo rodada con todo lujo de medios y dotada de una capacidad notable para inquietar al espectador
7 diciembre, 2019 00:00El británico Alan Moore está considerado el gran renovador de los cómics de superhéroes por su guion para Watchmen, dibujado por Dave Gibbons y adaptado al cine por Zack Snyder en un fárrago de dos horas y media muy fiel al original, que también me pareció un ladrillo en su momento. Lo adivinaron: no comparto el entusiasmo general por el señor Moore, que se me antoja el proverbial tuerto en el país de los ciegos.
Como la mayoría de tebeos de superhéroes parecen escritos para subnormales, al pretencioso Moore le bastó con un poco de literatura, culturilla general y ánimo revulsivo para poner patas arriba el universo de los titanes con esquijama. Watchmen constituyó un éxito global gracias a la voluntad de Moore de dignificar un género que es lo que es y no se presta a la dignificación --aunque Tim Burton lo logró con sus dos aproximaciones cinematográficas a Batman gracias a una saludable mezcla de desfachatez y sentido del humor--. Otros tres libros suyos fueron también llevados al cine, The league of extraordinary gentlemen (con desastrosos resultados), From hell (un refrito pretencioso de Asesinato por decreto, nueva vuelta de tuerca a los crímenes de Jack el Destripador) y V for vendetta (película digna sobre el único libro de Moore al que le he visto algo de interés).
O sea, que yo no era el target más adecuado para la nueva serie de HBO Watchmen, creada por Damon Lindelof, el hombre que se inventó Perdidos y que puso a los zombis a correr que se las pelaban en la muy entretenida película con Brad Pitt Guerra mundial Z. Atraído por la presencia en el reparto de Jeremy Irons, me puse a ver el primer capítulo de Watchmen y, contra todo pronóstico, me enganché. Probablemente porque Lindelof --gran admirador del cómic original-- ha hecho lo que ha querido con el texto de Moore, saliéndose por la tangente y construyendo tramas y situaciones que no estaban en la obra de Moore y Gibbons. No hace falta haber leído Watchmen, el cómic, para disfrutar de Watchmen, la serie.
Ambientada en una América alternativa en la que Nixon alargó su presidencia hasta los años 80 y en la que el actual mandamás se llama Robert Redford, Watchmen es una pertinente reflexión sobre el racismo --la acción transcurre en una imposible Oklahoma actual-- rodada con todo lujo de medios y dotada de una capacidad notable para inquietar al espectador. El tebeo original es aquí un punto de referencia, pero no hace falta habérselo leído para poder seguir la trama, que es como otra versión de la historia de Moore, ambientada treinta años después y con los personajes originales muertos, en franca decadencia o directamente chiflados, como el Ozymandias al que interpreta Jeremy Irons con una muy divertida sobreactuación.
Puede que los más leales a Moore consideren este Watchmen una traición al original --que es lo que hace el guionista inglés con todas las adaptaciones audiovisuales de sus obras, por fieles que sean--. Para los que no conocen los cómics de Moore o los conocen y no los aprecian (mi caso, sin ir más lejos), la serie de Damon Lindelof es un espectáculo fascinante que te lleva cogido por la nariz de un episodio a otro, una peculiar reescritura del libro original que se interna por territorio desconocido y una de las propuestas más originales que uno haya encontrado últimamente en las plataformas de streaming. Creí que aguantaría veinte minutos del primer episodio y ya me he tragado los siete que están colgados, esperando el ocho con ansia. Qué cosas más raras me pasan, ¿no?