Mariví Ibarrola: "El poder fotográfico es documental, tu mirada sólo es tuya"
La fotógrafa riojana, una de las mejores documentalistas del Madrid de los ochenta, recuerda la efervescencia cultural de aquel tiempo y reflexiona sobre el arte fotográfico
11 noviembre, 2019 00:00Los años ochenta pasaron por delante de su objetivo sin imaginar siquiera que las imágenes, reflejo de su propia mirada, y casi siempre en blanco y negro, constituirían un documento histórico del Madrid de la Movida, las nuevas libertades y la recuperación de las plazas y calles, musicales y nocturnas, como espacios de ideas en ebullición. Mariví Ibarrola (Nájera, La Rioja, 1956) es fotógrafa y documentó, Nikkormat siempre en mano, toda la creatividad emergente nacida al albor de la Nueva Ola, a quienes transformaron la cultura urbana y promovieron el despegue de artistas cuyas canciones es difícil que dejen de resonar en nuestros oídos: Radio Futura, Gabinete Caligari, Siniestro Total, La Frontera, Nacha Pop, Los Secretos, Derribos Arias, Manolo UVI y un interminable etcétera. Fotografió para las revistas Madrid me Mata, Rock Espezial, Diario Vasco, Interviú y Diario 16, entre otras publicaciones. Ha hecho los libros –Yo disparé en los 80 (Munster Books) y De Lavapiés a la Cabeza (Ayuntamiento de Madrid)– y su obra ha sido expuesta en galerías y centros de cultura. En su archivo guarda historias y fotografías inéditas –algunas en color– que todavía no han visto la luz.. Nos recibe en la Filmoteca Española.
–Quería ser pintora. ¿Qué hizo decantarse por el fotoperiodismo?
–Con quince años todo el mundo quiere ser algo. Has pasado la niñez y o no tienes referencias del mundo adulto o sólo empiezas a tenerlas. Pictóricamente los colores siempre me han atraído y pintar también. Me gustaba mucho dibujar. Estamos hablando de 1971: ese año fui Miss Verano de mi pueblo y subcampeona de salto de longitud y de 100 metros lisos en Guipúzcoa. Lo que quiero decir con esto es que con quince años vas a por todas. Sí que es verdad que me encantaban las bellas artes y también el periodismo, aunque jamás pensé que fuese a coger una cámara fotográfica. Sólo había disparado con cámaras compactas. Con dieciséis años quería irme de casa de mis padres y empezaba a pensar que el periodismo era una dedicación apasionante.
–Entonces llegó la fotografía.
–Pues sí, llegó por casualidad. En ese momento se hacía mucho fotoperiodismo. La fotografía de prensa trabajaba con grandes formatos. En la hemeroteca veíamos esas portadas maravillosas, sobre todo extranjeras, en blanco y negro, del fotoperiodismo de los años sesenta. Aunque debo decir que en la carrera nunca nos enseñaron fotografía. La tecnología de la información se reducía a un tipómetro que medía los espacios de la fotografía, los caracteres… Me encontré con la típica cuadrilla que tenía un equipo, un laboratorio y así me fui metiendo. Pedía prestados los equipos para fotografiar, me enseñaron a revelar y positivar los carretes... Antes los recursos se compartían, nadie decía “mi teléfono”, “mi cámara”… Se compartían las cosas. No había de nada, pero discos como The Wall de Pink Floyd te lo prestaban. Eso sí, había que devolverlos al igual que los libros a la biblioteca.
–¿Qué leía en esa época?
–Sobre todo mucho cómic. A Jean Giraud, que firmaba sus trabajos como Moebius, y mucha literatura gráfica de ciencia ficción, que era lo que casi exclusivamente leía. Y por supuesto a Asimov y Aldous Huxley. A veces pienso que todo lo que leía se ha acabado convirtiendo en realidad, como Blade Runner, anticipándome al mundo actual. También leía literatura española: Carmen Martín-Gaite me encantaba, la novela costumbrista, Larra y su Vuelva usted mañana, Pío Baroja y el mundo de las brujas, un tema que me parece apasionante. O Un sexo llamado débil, de José Luis Martin Vigil. Tengo el pasillo de casa lleno con los libros de entonces. La gente ahora tira los libros pero yo soy incapaz. También adoraba la poesía, a Bécquer… Empiezas a rescatar libros, los miras ahora y dices: “qué bonito”.
–Con la fotografía quería cambiar el mundo.
–Cuando empiezas a estudiar tienes bastantes pájaros en la cabeza y es verdad que el fotomontaje me parecía una forma de transmitir un mensaje a través de las técnicas de laboratorio, los recortes, los negativos... Eso es cambiar el mundo. Recuerdo una fotografía en la que los coches iban por arriba, como en el Scalextric, en Atocha, y nosotros íbamos por debajo, por los túneles. Para mí eso era ofrecer un mensaje.
–¿Comunican mejor las fotos en blanco y negro?
–Sí, porque de otro modo tienes que combinar muy bien los colores para que haya una armonía. El color despista. El blanco y negro envejece mejor y mantiene el concepto. Una vez que saco los negativos y los positivo no pierde nada. Al contrario, gana: el grano, la raya, el polvo, lo dramático…Hay un cierto tenebrismo que le da vida y el alma y hace que la fotografía gane con el tiempo. En cambio, escaneas una foto en color y empiezan los colores a difuminarse. Según los combines transmites algo. Para eso los tienes que fusionar bien. El proceso del blanco y negro lo hacía en mi laboratorio. El color había que revelarlo en tiendas.
–¿Sus fotografías han generado mayor interés pasados treinta años?
–Evidentemente. Antes no me hacía nadie ni caso [risas]. El poder fotográfico es documental, tu mirada sólo es tuya. Empieza a formar parte de tu archivo. Estábamos en un montón de lugares, en un momento determinado, con una agenda fotográfica que me he labrado y decidía dónde tenía que estar. He acertado en muchas cosas, en otras no, y hay veces en las que pierdes las oportunidades sin darte cuenta porque tampoco vas fotografiando pensando que estás captando la historia de España.
–¿No era consciente entonces de que estaba fabricando un documento histórico de Madrid?
–No. Yo lo que hacía lo llevaba a cabo para sobrevivir, como mucha otra gente más, pero pasándolo bien. Queríamos sobrevivir de lo que hiciéramos, me estaba labrando un futuro, aunque cambié varias veces de mundo profesional, siempre cerca del periodismo y la comunicación. Es una profesión fluctuante: puedes estar arriba y abajo, y eso también tiene efectos económicos. ¡Mira cómo está el periodismo en la actualidad! En ese instante no sabes lo que estás haciendo, sólo que hay que vivir de algo. Tampoco pensaba que mi mirada era femenina… Cada uno tenemos una visión diferente y lo importante es que estén todas. Cada una tiene algo que decir y contar.
–Durante esos años se mezclaban ambientes, estéticas y actitudes ¿Qué quería expresar a través de sus fotografías?
–Un fotógrafo quiere transmitir la verdad siempre, y el mensaje ya lo estás decidiendo en el momento en el que eliges el encuadre, el punto de elaboración, la puesta en escena a través del visor… Por ejemplo: el encuadre es una decisión subjetiva y, en cuanto al resto de elementos, decides ponerlos de una determinada forma para que los demás vean lo mismo que tú. Intentaba que se entendiera. Era igual que fuese un concierto que una corrala decrépita. Ahora que acaba de morir Luis Jovellar, el cantante de Sindicato Malone, que tenía una canción que decía: “sólo por robar una bomba de neutrones…”. Recuerdo que era un grupo que ponía una fuerza terrible en sus canciones y en su puesta en escena, y tengo fotos de ellos que buscan transmitir esto y que sin embargo nadie conoce. Pero aún así tuvieron su importancia.
–¿Cuáles son los momentos más memorables de esa época?
–Te acuerdas muchas veces de lo malo, cuando te roban la cámara… Como una noche en la que actuaba Mano Negra y ya tenía el trabajo hecho para enviarlo a Rock Espezial. Entonces me dio una rabia… te quedabas sin cámara y sin trabajo. También me dejé una en un taxi, pero acabaron devolviéndomela. La cámara era un medio y tampoco tenías tantos recursos para decir: “me compro otra”. Recuerdo cuando vinieron The Damned, un grupo británico que llegó a Madrid con una semana de diferencia con Andy Warhol. Vinieron a tocar al Rock-Ola y había muchos punkies que fueron al hotel a verles, y yo con ellos… Son muy bonitas esas fotografías, allí esperando. Eran sus ídolos. Les escuché esa noche y me gustaron.
Una pareja tomando el sol un domingo de 1983 en el bar La Bobia en el Rastro de Madrid / MARIVÍ IBARROLA.
–En su libro Yo disparé en los ochenta aparece una fotografía de Warhol cercado por una nube de periodistas y admiradores durante su visita a Madrid en 1983. ¿Una instantánea así sería posible hoy en día?
–Es que antes las ruedas de prensa se hacían tocando al objeto y al personaje. Había gente alrededor de una figura como Warhol. Ahora sería impensable. Acercarse a alguien por detrás para que le firme… le echan al suelo. Además, Warhol sabía vender. ¡Tenemos tanto que aprender de los americanos! Han creado una industria que nosotros no tenemos, al igual que los británicos, los franceses y los alemanes. En el mundo, culturalmente hablando, no hemos sabido vender. Nuestros autores viven empobrecidos. En Francia te pagan todo, mientras estás creando y después. Son muy chauvinistas también, por otro lado. Me han llegado a llamar de Inglaterra porque querían utilizar unas fotos mías de internet y me pagaron estupendamente. Aquí lo que abunda es la cultura del robo. Tienes que estar reclamando lo que es tuyo, los derechos de autor, la propiedad intelectual. En eso estamos. A mí me da pánico Internet: utilizan fotos tuyas para todo. Te dicen que ponen tu nombre y el derecho de cita. ¿Y qué? Lo normal es investigar. Y entre todos hay que fomentar esto, incluidos los jóvenes. A la larga les va a pasar lo mismo. Hay que pelear para que nos acrediten. Esto es una industria y lo que haces se paga. No sólo te beneficia a ti, sino que hay que pagar impuestos.
–¿Ha logrado vivir siempre como freelance?
–Sí, he sido una pobre currante autónoma. Aunque también estuve en el departamento de comunicación interna de Renfe, casi un año publicando entrevistas para una revista llamada Líneas del tren dirigida a los empleados. Esa faceta empezó en los noventa y he desarrollado otras líneas de negocio a lo largo de estas últimas décadas. Me adelanté a lo que venía.
–En el catálogo de una de tus exposiciones, el crítico Diego Manrique escribe: “Por aquel entonces, ya abundaba el reportero gráfico que apabullaba, vestido y cargado como un comando, experto en codazos e impertinencias. Ibarrola llevaba siempre el mínimo equipo y, en general, prefería mimetizarse entre los espectadores, paseantes y curiosos”.
–Sí, más que nada porque para entrar en un ambiente tenías que camuflarte y no molestar, no ir con codazos… Intentas ir sigilosamente, ponerte en el sitio adecuado y hacer las fotos.
Luis Jovellar, cantante de Sindicato Malone en el Campo del Gas de Madrid (1983) / MARIVÍ IBARROLA.
–En alguna ocasión ha comentado que los años de la movida no sólo fueron rock & roll y drogas, sino también una época dura, ¿Por qué?
–Piensa que no podíamos tener nada, eran los ochenta. Fue entonces cuando se hicieron la ley del aborto y la del divorcio, las mujeres ya podían tener cuenta corriente… Se decidieron un montón de cosas. Antes no había nada de eso. Había que subsistir como fuera. Pero se crearon las tendencias y las bases que luego se han mantenido hasta ahora, aunque con altibajos. En mi caso, bebo de los setenta pero me expreso en los ochenta. En los setenta decíamos “yo quiero ser” y luego, en los ochenta, “ya eres”.
–¿Sigue viva hoy en día la esencia de esa época?
–Madrid está lleno de artistas por todos lados y hay propuestas expositivas interesantes: Swinton and Grant, la Casa Encendida, el Círculo de Bellas Artes. A mí me encanta la obra de William Kleim: tenía muchísimos medios, trabajaba para Vogue y hacía fotografía de calle y directa. Te das cuenta cuando vas buscando acciones que la calle está repleta de detalles, escenas e información, tanto a nivel fotográfico como documental.
–¿Sigue Malasaña transmitiendo el mismo espíritu de los ochenta?
–Lo intenta, porque el espíritu nunca se va, aunque con la gentrificación de repente empiezan a aparecer franquicias, cierran tal o cual tasca, todo es muchísimo más caro, necesitas llevar la cartera llena. Nosotros salíamos sin un solo duro; no sé cómo lo conseguíamos. Ahora es imposible.
–Algunos autores coinciden en señalar la Movida como un fenómeno elitista, una especie de instrumento dirigido ¿qué opina?
–Había de todo, como en la vida. No todos pertenecen a la misma clase social, hay distintos puntos de vista y formas de vivir, pero eso está bien. Que haya esa variedad de sensibilidades enriquece. No existía la Movida como tal, entonces no se la llamaba así, pero movimiento sí que hubo y no fue tan local como se quiere defender, sino nacional. No fue así. Si piensas eso es que no la conoces. Éramos unos paletos… Imagínate a Alfredo Landa en Vente a Alemania, Pepe (Pedro Lazaga), que me encantó. De Landa en los ochenta hay una portada mía de un libro sobre el landismo. Forma parte de nuestro cine, de nuestro país y de cómo hemos evolucionado… No tenemos que olvidarnos nunca de lo que fuimos ni avergonzarnos. Esa pluralidad también es riqueza. Víctor Lenore, que ha escrito Espectros de la Movida, y a quien conozco porque he hecho mucha prensa musical, es alguien de los noventa que no vivió esa época. Fue un caudal de realidades, pero las deben relatar las personas que han estado ahí. Si no, tan sólo se ofrece una perspectiva.
–¿Tiene algún proyecto entre manos en estos momentos?
–Publicar libros. Tengo mucho material inédito, pero hay que encontrar financiación. Quiero sacar instantes sin grandes pretensiones y tengo la obligación de extraerlos de los archivos fílmicos. Existen negativos con cine, videoarte, libros y, por supuesto, música. Miradas particulares como las puede tener cualquier otro fotógrafo. Todo ese material inédito lo tengo guardado porque con la digitalización el proceso se vuelve tedioso, te tiene que apetecer. Y también hay que vivir. Aunque quedan muchas historias que contar.