Enver Hoxha, dictador comunista albanés, con el puño en alto / WIKIPEDIA

Enver Hoxha, dictador comunista albanés, con el puño en alto / WIKIPEDIA

Letras

El puño de hierro

Después de la muerte del dictador comunista Enver Hoxha, sus sucesores en el régimen estaban intentando conseguir préstamos de los organismos internacionales

10 noviembre, 2019 00:00

La única vez que me han expulsado de un país, y además con la orden de abandonarlo en menos de 24 horas, fue por culpa del novelista Ismail Kadaré. Después de la muerte del dictador comunista Enver Hoxha, que había gobernado en régimen de tiranía el país desde la segunda guerra mundial hasta su muerte tres años atrás, sus sucesores en el régimen estaban intentando conseguir préstamos de los organismos internacionales para paliar la situación desesperada de la economía nacional. Se trataba de conseguir algo de comida para el pueblo desesperado, no fuera éste a levantarse. Para convencer a las instituciones internacionales de que estaba en marcha una apertura hacia los estándares políticos de la democracia el Gobierno tomó algunas modestas medidas cosméticas, entre las cuales se cursó a unos cuantos periodistas occidentales el permiso de visitar Tirana. El miedo se palpaba en todas las personas a las que a alguien se le ocurriese hacer alguna pregunta comprometida. En esos días Kadaré, que era la personalidad albanesa más conocida en el mundo y cuyo nombre sonaba a menudo para el premio Nobel de literatura, estaba en la feria del libro de París; desde allí anunció una mañana en la radio que no pensaba volver a su país, que se quedaba en Francia en calidad de exiliado, que el simulacro de democracia que representaba el gobierno de Ramiz Alia era una mascarada. Estas palabras provocaron una crisis política inesperada. Ese mismo día nos obligaron a todos los periodistas a abandonar el país.

Kadaré era el mejor escritor albanés de la postguerra, pero no el más prolífico. El más prolífico era precisamente el dictador, Enver Hoxha, cuyas obras completas alcanzan 60 volúmenes, 13 de ellos de carácter autobiográfico, y los demás de ensayos y discursos políticos. Admiraba y toleraba a Kadaré, especialmente por su libro El largo invierno donde novela los meses de ominosa tensión política en torno a la ruptura de Albania con la URSS. Al enterarse de que proyectaba escribirlo, el tirano le convocó a su casa y le explicó al detalle la sustancia de algunas conversaciones con los soviéticos, que luego se incorporaron a la trama de la novela. Al publicarse ésta el establishment político pidió la cabeza de Kadaré, pero Hoxha se ocupó personalmente de que no se le tocase un pelo. Tenía mucho interés en pasar a la Historia, le gustaba la imagen de sí mismo que veía en el libro y no quería quedar para siempre como el asesino del mejor escritor de su época. Era un tirano ilustrado, que pasó algunos años de su juventud en Francia y que cuando alcanzó el poder después de la segunda guerra mundial se hacía traer libros desde París a su casa en el barrio del “bloque” de Tirana. Tenía una buena biblioteca, pero gustos tradicionales, Balzac, Agatha Christie. Por lo demás era un tirano comunista implacable y prototípico, en la estela de Stalin; su idea de la medicina política era la purga; estar en el politburó era una profesión de alto riesgo. De los otros seis fundadores del Partido del Trabajo de Albania solo uno murió en la cama. Había en su crueldad algún rasgo de sadismo psicótico, y una mezquindad casi inverosímil, que le llevaba a vengar con la pena de muerte nimias ofensas personales contra él cometidas por un incauto décadas atrás. Alguna vez mandaba al chófer que detuviese el coche con el que a veces daba vueltas por la ciudad, porque había reconocido en la calle a un vecino de su infancia, hijo de alguna familia más adinerada que la suya, recién liberado de la prisión; entonces se bajaba a conversar con él unos minutos, crecordar los viejos tiempos en la provincia, y felicitarle por haber sobrevivido. Si el otro le decía que en la cárcel había enfermado irreversiblemente, que no tenía trabajo, que pasaba hambre, él le decía que otros estaban peor y que no tenía derecho a quejarse, siendo un enemigo del pueblo de nacimiento; y luego se subía al coche y adiós.

Esos paseos por Tirana hacia el final de su vida debían de tener algo de melancólico, si es que entraba en su conciencia la idea de que había despoblado su entorno no solo de enemigos y posibles adversarios sino también de viejos colaboradores, de compañeros de viaje, de amigos, de todos los que le acompañaron en los años de lucha para liberar el país de los invasores italianos e instaurar la dictadura del proletariado. Más extraño sería que fuera consciente de que había conducido a su país a la miseria. En estas fechas en que se celebran los 30 años de caída del muro de Berlín, para no olvidar el país más maltratado y olvidado del otro lado del muro, el que sufrió la dictadura más implacable, es recomendable la lectura de The iron fist of Albania, la biografía de Enver Hoxha escrita por Blendi Fevziu, de donde proceden algunas de las anécdotas de los párrafos anteriores. Algunos acusan al autor de cargar las tintas, de no reconocerle a Hoxha algunos aciertos de sus primeras décadas en el poder, como la erradicación de la malaria o la alfabetización del pueblo. También hay quien exige reconocimiento a Stalin por haber electrificado la URSS.