Apuntes para un proyecto ilustrado radical
Las reformas educativas en España sirven para que el día de mañana nadie pueda hacer preguntas incómodas sobre el Estado y la sociedad. En vez de educar a los docentes se les obliga a generar datos y mejorar estadísticas
13 junio, 2023 14:17Rayo Verde publicó el año pasado, en traducción de Víctor Sabaté, Enseñar pensamiento crítico, de bell hooks, un libro de referencia a la hora de pensar y figurarnos qué cosa puede ser eso del pensamiento crítico, sintagma tan valioso y a la vez tan manipulado y manoseado desde nuestros centros de poder burocrático.
No recuerdo cuándo, nuestro filósofo y pedagogo Gregorio Luri ironizaba sobre los usos que se hacían en nuestro país del pensamiento crítico, para llegar a la conclusión de que para muchos de nosotros “pensamiento crítico era todo lo que no piensa nuestro rival”, u oponente político; es decir, que en nuestra época atomizada por el hiperpartidismo y los sectarismos el pensamiento crítico a veces vendría a designar, precisamente, el menos crítico de los pensamientos, es decir, el conjunto o haz de ombliguismos, visceralismos y eslóganes fáciles propios de nuestro rebaño en oposición a los delirios febriles del rebaño de al lado.
La historia que nos cuenta hooks es muy distinta. Especialmente valiosa es la parte que dedica a cómo pueden desactivarse en clase los mecanismos del odio. Educada en una sociedad crudamente racista, era despreciada por profesores sádicos que se identificaban con la clase dominante machista y racista. Gracias a un puñado de docentes negros y progresistas, hooks accedió a la universidad para encontrarse allí con nuevos chascos: profesores que sentían un intenso placer humillando al alumnado y despreciando a las minorías étnicas.
A hooks le explicaban en la facultad que había muy pocas escritoras negras, pocas y malas, y el sistema se aseguraba de que el alumnado negro entendiera que estaba allí como de prestado, para hacerle un favor. Aun así, salvaban la escena también un puñado de docentes comprometidos, progresistas, que no se habían resignado a servir de cadena de transmisión entre los dispositivos represivos y las prácticas docentes. A este profesorado irreductible que continúa resistiendo contra los realismos imperialistas parece que va dedicado su ensayo.
Extrapolemos el relato de hooks a la realidad española actual. No hay duda de que la situación en las aulas norteamericanas en los años cincuenta y setenta es sustancialmente diferente de la que no encontramos nosotros cada día, pero si afinamos la lente el cuadro que nos queda no es tan complaciente. Gracias a Berardi y Zizek sabemos que formamos parte, nos guste o no, de un entramado imperial que ha conseguido desatarse de sus ataduras territoriales.
Lo que significa que a los residuos de programas de enseñanza racistas y coloniales les hemos de sumar otro tipo de dominación mucho más sofisticada y poderosa: la dictadura financiera, el absolutismo economicista que ha conseguido someter, también, incluso a los Estados-Nación. Mi hipótesis es que las reformas educativas europeas son el principal instrumento de sometimiento de la ciudadanía con que cuentan esos nuevos poderes ascendentes desde 1970, y que han usurpado el sentido de las emancipaciones antihumanistas para ponerlas al servicio de un nuevo dispositivo tecnocrático.
No otra cosa serán también la digitalización desaforada, la privatización del conocimiento y la reducción de la educación básica a un mero entrenamiento independiente de las éticas y los comportamientos culturalmente activos. Ya hace décadas que dura en nuestro país la ofensiva contra los docentes progresistas que creen en la educación para todos.
Dicho de otro modo, la dictadura financiera ha conseguido convertir la escuela europea en un instrumento sofisticado de dominación y sumisión, y lo ha conseguido sustituyendo los viejos dispositivos de disciplina por otros aún más peligrosos de autorregulación y tecnovigilancia. En nombre del antikantismo, se han impuesto los valores de Friedman.
Nuestro problema es que seguimos enfrentándonos a profesorado sádico, pero que se cree salvado por autoridades extra autoinvestidas que provienen de la innovación, las fundaciones y agencias de valorización y la Agenda 2030 entendida como fuente de verdades absolutas. Como el pedagogismo se ha erigido como pensamiento único autorreferencial, no hay modo de que podamos erradicar el autoritarismo de los claustros y las aulas españolas: seguimos pensando en binario, en términos de ungido y hereje, y cualquier alternativa que tenga que ver con la razón dialógica o los espacios deliberativos es arrancada de cuajo en nombre de la razón burocrática.
Se ha de obedecer ciegamente al de arriba, y a esa propaganda teotecnocrática la denominamos pensamiento crítico. Además, nos quedamos sin tiempo para preparar una educación de calidad, enfangados en aplicativos y protocolos propios del capitalismo evaluativo infinitesimal. En otras palabras: en lugar de educar se nos obliga a generar datos y a mejorar estadísticas.
Lo que dictan los lobbies ultrarreaccionarios de Bruselas es pensamiento crítico, las ocurrencias de los propietarios de las multinacionales que regulan nuestra agenda educativa también son pensamiento crítico... No hace falta ser un lince para localizar las falacias, los cambiazos, las mentiras: en España llamamos pensamiento crítico, como recordaba Luri, a los delirios partidistas que nos imponen nuestros clanes, totalmente alineados con la privatización del conocimiento, a desregulación laboral, y fuera de la realidad educativa y sus necesidades más básicas, cayendo en vanos ejercicios de utopismo estéril.
Podemos completar la lectura de hooks con otro texto valioso, la charla de Marina Garcés en el MACBA de Barcelona que se convirtió luego en su artículo 'El contratiempo de la emancipación'. Aquí es donde nos explica, como nos enseña también Rosi Braidotti, que el proyecto kantiano basado en el conocimiento dejaba fuera del programa ilustrado a una serie de formas culturales invisibilizadas, precisamente, por quedar fuera de la denominación conocimiento.
En otras palabras: Kant vinculaba el proyecto de autoemancipación con los conocimientos que lo educadores impartían sólo a una parte de la sociedad, dejando fuera de esa emancipación a campesinos, marginados, minorías y asalariados manufactureros. Un proyecto ilustrado radical consistiría, pues, en traer también el conocimiento a los que hoy no tienen ni derechos ni rostro.
Como lo Estados no pueden cerrar las escuelas, para impedir una distribución igualitaria del conocimiento la estrategia es vaciar las instituciones de conocimientos transmisibles, escudados en competencias y emociones compatibles con la dominación economicista. Lo que ha ocurrido queda a la vista: el proyecto kantiano queda reducido más que nunca a una minoría aún más exigua, y se aparta del conocimiento a la práctica totalidad de la población, condenada a conformarse con las competencias básicas y unos barnices de control del conducta.
Las reformas educativas europeas encubren un proceso de consolidación de la desigualdad mucho más perverso que el de los ilustrados clásicos, aunque se vistan con ropajes vitalistas y humanitarios. Como nos recuerda Pablo Martínez, Jefe de Programas del MACBA de Barcelona y, por lo tanto, responsable organizador del encuentro sobre pedagogías y emancipación del año 2020, tenemos que conseguir explicar en clase lo que son las clases sociales y las estrategias de sometimiento.
Es decir, habría que explicar lo que son el cognitariado, el precariado, el ciberproletariado, los convenios, el trumpismo, los sindicatos, las minorías, los géneros y las regulaciones laborales. No hay que hacer propaganda de opciones de vida comprables y soñables. Hay que explicar lo que puede esperar el alumnado y cómo puede éste reclamar sus derechos y sus proyectos de vida.
No se trata de estimular el consumo, sino de romper la naturalización de los imperativos burocráticos. Es perverso lo que propone la educación oficial: presentarse como revolucionaria para, en realidad, obligar al alumnado a aceptar el mundo normalizado en torno como la única posibilidad vital imaginable: la economía de la atención y el estado de vigilancia.
Mi hipótesis es que la dictadura financiera se ha apoderado de los lenguajes deconstructivos para desmantelar el pensamiento crítico real y desviar la atención de los vectores republicanos y socialistas para dirigirlos a la celebración y la salvaguarda de la propia dictadura financiera, lo que hemos convenido en llamar capitalismo libidinal; exactamente igual que un anuncio de coches.
En otras palabras, tanto en nuestro país como en todo Occidente, se está utilizando la escuela como una herramienta de sumisión y clasificación social ultradarwinista, a pesar de la resistencia de algunos docentes aterrorizados. El peligro ya no son tanto los profesores racistas y ultranacionalistas (que algunos quedan, no nos engañemos) sino la propia definición y conformación del sistema, lo que los tecnólogos suelen llamar el Nuevo Paradigma.
Un paradigma, digámoslo, donde se reserva el escenario kantiano para la exigua minoría que cursa sus estudios en centros privados de élite, y se reserva el escenario deconstructivo para todo el resto de la población, obligada a estudiar en guetos cognitivos y a ser repartida, a su vez, en virtud de centros que se aguantan con pinzas y lugares sin esperanza.
Es decir, el racismo no desaparece, y quizá cobra tintes más relacionados con la aporofobia, ya que la diversidad es uno de los valores que mejor maquilla la dictadura financiera, sino que toma nuevas estrategias de segregación más sutiles. Se permite el acceso al conocimiento a la exigua minoría que cursa sus estudios en centros privados de élite; el resto no debe llegar a la universidad y, por lo tanto, tampoco a empleos de responsabilidad y gobernanza.
Eso son el pilarismo, el marchesismo y el constructivismo corrupto que lleva treinta años siendo hegemónico en nuestro país: puro y simple clasismo disfrazado de progresía. Por eso nuestros dirigentes de supuesta izquierda se comportan exactamente igual que los de derecha, llevando a sus hijos a centros donde no se producen la minorización y la masificación que provocan sus propias leyes y reglamentaciones. Todo el tinglado se reduce a una cuestión de autorreproducción de élites económicas.
Por lo tanto, lo que nos explica bell hooks no es que sea inaplicable hoy y aquí, es que ha de ser actualizado, porque no tiene en cuenta los dispositivos de control social que se han implantado masivamente entre nosotros a partir, precisamente, del momento en que escribió y publicó su ensayo, 2010.
La realidad con que hubo de luchar bell hooks era un puro y simple apartheid racial, en el sentido más violento y primitivo. Lo que hoy arranca el futuro de nuestros jóvenes es otro tipo de dispositivo ideológico. Me estoy refiriendo al imperativo digital, y a las cárceles identitarias. Precisamente si algo aportaron los procesos académicos de deconstrucción es el desmantelamiento de los dogmas identitarios, la crisis definitiva de los esencialismos de raza, nación y género.
En ese caso, ¿a qué viene toda la obsesión oficial por clasificar, identificar y filiar los comportamientos y preferencias del alumnado, y trasladarlas a la nube? ¿No se tratará de preparar sus perfiles de consumidor, de mercadear con sus datos desde su infancia, de prever, medir, coartar y comercializar ya sus perspectivas y su futuro?
Nunca nos hemos esforzado tanto por implantar el conductismo mecanicista más crudo en nuestras aulas. ¿Por qué no liberarlas de tutelas y fomentar la autonomía informada del alumnado, que al fin y al cabo es lo que recomiendan bell hooks y Marina Garcés? La escuela pública era la única red capaz de lograrlo, pero nos la hemos dejado arrancar, y nos la dirigen desde fuera del control electoral, desde fundaciones y fabricantes de productos digitales.
El adoctrinamiento en los centros públicos ha de dejar varado al alumnado en autopreguntas culpabilizadoras que neutralicen sus recursos racionales. Eso es lo que necesita nuestro imperio desterritorializado. El profesorado transmisivista es víctima de la intolerancia mientras que el colaboracionista intenta por todos los medios que la incómoda verdad de las reformas no aflore.
Es muy posible que una buena parte del profesorado partidario del Nuevo Paradigma ni siquiera sepa con qué clase de proyecto político está colaborando. El alumnado no ha de aprender a pensar, y por eso ni siquiera se le enseña en Primaria a leer y a escribir con suficiente solvencia, cosa que sí consiguieron los docentes que educaron a hooks contra viento y marea.
Y por eso estamos fallando estrepitosamente, victimizando y condenando a la dependencia consumista, fomentando las ansiedades de las que sacan tajada los legisladores en la sombra. Las reformas educativas en España prometen bienestares paternalistas pero impiden que se extienda y se fomente, precisamente, el pensamiento crítico, el único que mañana sería capaz de desafiar el populismo político, los integrismos identitarios y el saqueo sostenido de las arcas públicas. Las reformas educativas en España sirven para que el día de mañana nadie haga preguntas incómodas sobre el Estado y nuestra sociedad.