Lionel Messi
Cuestión de monises
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El futbolista argentino Lionel Messi ha vuelto a dar una nueva prueba de cómo funciona su relación especial con Barcelona, que es como la de Bruce Springsteen o Coldplay, pero con más jeta. La ingenuidad (o la tontería) de un amplio sector de la culerada había fabricado la leyenda, alimentada hipócritamente por el jugador y por su padre, ese genio del mal aplicado al dinerito, de que Messi mantenía una relación especial con Barcelona y su principal club de fútbol que es más que un club, al que se moría de ganas de volver porque en París no acababa el hombre de encontrarse a gusto (intuyo que, entre otros motivos, por ser un negado para los idiomas: si después de toda una vida en Cataluña no aprendió ni a decir Bon dia, intuyo que el idioma francés se le antojaba un galimatías incomprensible que nunca dominaría, en el dudoso caso de que optara por aprenderlo).
Nuestro hombre se ha tirado una temporadita haciendo salivar a la culerada con la insinuación de que volvería encantado al redil barcelonista. Sí, tenía una oferta muy sustanciosa de un país árabe, pero, ¿qué es el dinero comparado con el amor que sentían Messi y su padre por el Barça y su ciudad? Bueno, sí, el dinero tenía cierta importancia, pero aparentemente menor. Por eso se reunió Messi Sr. con Joan Laporta para hablar del posible regreso del hijo pródigo. Pero en cuanto quedó claro que en el Barça estaban tiesos de pasta, se acabó el amor (de tanto usarlo), se acabó la relación especial con Barcelona (¡y Cataluña!) y se acabó lo que se daba. A un país árabe, ni hablar, que hace mucho calor y siempre te topas con algún jeque con tendencias asesinas, pero a Estados Unidos… Hombre, eso ya es otra cosa. Y, además, a jugar en un equipo de Miami, una ciudad trufada de gente que habla español y en la que se puede vivir muy bien sin aprender inglés (otra tarea imposible, me temo, para nuestro hombre, cuyos pinreles son sendas joyas, pero el caletre no le da para mucho: como él mismo ha dicho en más de una ocasión, “Yo, lo que diga mi papá”).
Y papá ha sido un poco cruel con los hinchas del Barça. Les ha puesto la miel en la boca. Les ha hecho concebir esperanzas de recuperar a SU Leo. Ha contribuido como el que más a lo de la relación especial a lo Springsteen. Todo para acabar llegando a la conclusión de que el amor es bonito, pero que de amor no se come ni, mucho menos, se lleva una vida de súper lujo. El tipo se plantó en Barcelona, se sumó al paripé con Laporta (convertido en una sombra del sujeto facundo que fue cuando se tiraba por la cabeza botellas de champagne y podía gastar sin tasa), comprobó que las finanzas del club estaban hechas un asco y le dijo a su chaval: “Leo, nos vamos para Miami”. Como último clavo en el ataúd del iluso culé medio, Messi se marcó unas declaraciones en las que tenía el cuajo de dejar abierta la posibilidad de volver algún día al club de sus amores (aunque no dijo en qué siglo ni en condición de qué): faltaba una última meadita en la boca de la culerada y Messi se la ofreció gustoso desde la pantalla del televisor.
Lo único que no tengo claro de toda esta triste historia es quién es más responsable del tocomocho emocional, si quien lo inflige o quien lo sufre. Recuerdo cuando Luis Figo se fue al Real Madrid y en Barcelona se le tildó de traidor y pesetero. Igual empezó ahí el timo de las relaciones especiales. Y si te crees que un futbolista se mueve por algo que no sea dinero, igual es que eres un poco tonto y mereces que te tomen el pelo de manera inmisericorde, como acaba de ser el caso.