Pablo Iglesias
Un enemigo de la democracia
Pablo Iglesias Turrión (Madrid, 1978) podría ocupar a perpetuidad el papel de personaje más siniestro de la semana en esta sección de Crónica Global. A mí ya me da hasta un poquito de pereza ponerlo de vuelta y media cada dos por tres, pero el hombre tiene una extraña habilidad para sacarme de quicio. Ni se concede un respiro a la hora de decir burradas ni nos lo concede a los demás. Cuando te estás recuperando de su última salida de pata de banco, ya la ha vuelto a cagar. Lo dicho, podría estar cada semana en el peor lugar de esta sección y siempre habría algún motivo para ello.
Pabloide siempre tiene el cerebro en marcha para soltar gansadas. Después de comparar al fugado Puigdemont con los exiliados españoles de la guerra civil, el hombre acaba de descubrir que España es una democracia de chichinabo que no termina de comportarse como debería para ser una democracia chachi de las que a él le gustan y que uno no sabe exactamente cuales son, a no ser que se trate de Venezuela, Nicaragua, Rusia y demás administraciones ejemplares.
Si la intención de Pedro Sánchez era tenerlo dentro de la tienda de campaña meando hacia fuera, en vez de en el exterior, orinando hacia el interior, las cosas no han podido salirle peor: Iglesias no sale de la cama para darle un relajo a sus esfínteres. Y si hace falta, se cisca en el gobierno del que forma parte, que, al parecer, no hace lo suficiente para que España sea una democracia decente.
Yo creo que a Pabloide las democracias occidentales no le convencen. Y que aspira a convertir España en algo que a muy poca gente le interesa. Aunque su partido se va empequeñeciendo a nivel nacional y debería dar gracias a Dios (o al ectoplasma de Hugo Chávez) por haber pillado cacho (para él y la parienta) antes de que Podemos se hunda en la irrelevancia, el hombre se comporta como un firme aspirante a presidir esa birria de nación que no levanta cabeza por culpa de las momias del régimen del 78 y sus asimilados.
Obcecado con la monarquía parlamentaria (sistema político del que forma parte en su condición de vicepresidente del gobierno), aspira a una república (comandada por él y su Irene y su Echenique, por supuesto, con una ayudita del dúo cómico peronista Asens & Pisarello) que reconozca el derecho a la independencia de todo el mundo y en la que nada esté prohibido, ni el enaltecimiento de los terroristas (y a sus víctimas y allegados, que los zurzan) ni el insulto al jefe del estado (a no ser que ese cargo lo ocupe él, claro).
Mientras pretende que se multipliquen los homenajes a etarras y demás gente poco recomendable, Pabloide es capaz de pedir mano dura para los que le montan el cirio en las puertas de su casoplón, pero eso es normal: la coherencia nunca ha sido lo suyo. Su permanente actitud de polilla de la política le hace acreedor a ese cese que han reclamado un montón de miembros del PSOE y que no tendrá lugar mientras Sánchez lo necesite para conservar su preciado sillón. Solo nos queda la esperanza de que algún día la suelte de tal calibre que su jefe no tenga más remedio que decirle que hasta aquí hemos llegado y que se vaya al carajo con sus amiguetes. Dada la catadura moral de Sánchez, se me antoja una posibilidad muy remota, así que habrá que seguir esperando el hundimiento definitivo de Podemos, del que no creo que nos separen más de dos elecciones. Hasta entonces, paciencia.