Sergi Bernal, documentalista: “No pudimos exhumar sus restos, pero sí hemos podido exhumar su memoria”
La editorial Blume publica una caja con 13 facsímiles de los cuadernos realizados por los alumnos de Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar, asesinado por milicianos falangistas durante los primeros días de la Guerra Civil
21 abril, 2024 00:00Noticias relacionadas
A Sergi Bernal se le quiebra la voz recordando los testimonios de los exalumnos de la escuela rural de Bañuelos de Bureba, un pequeño pueblo de Burgos, donde fue destinado en 1934 Antoni Benaiges. “Me sigo emocionando porque en esta escuela hay muchas víctimas: el maestro, su familia a la que arrebataron su presencia, los niños a los que privaron de una educación en libertad y luego también la sociedad en general porque de alguna manera regresamos de nuevo a la Edad Media por culpa de esa gente”.
Benaiges fue uno de los miles de represaliados del franquismo cuyos restos yacen en una de las fosas comunes que trazan un mapa del horror a lo largo y ancho del territorio español, macabra huella de la represión franquista.
Recuperar historias, dignificar a las víctimas
El documentalista Sergi Bernal ha dedicado 14 años de su vida a recuperar la memoria de este docente republicano nacido en 1903 en la localidad tarraconense de Mont-roig del Camp y asesinado en Briviesca en 1936. “Hacía tiempo que quería documentar la apertura de una fosa donde hubiera asesinados por su ideología política, no quería muertos en el frente”, relata a Crónica Global.
La oportunidad surgió en 2010 gracias a Paco Etxeberria y Lourdes Herrasti, antropólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que estaban trabajando en la fosa de los montes de La Pedraja, en Burgos. Allí permaneció ocho días fotografiando todas las fases de la exhumación y entrevistando a los familiares de las víctimas. A su partida, cuenta, una llamada lo alertó de que en la fosa yacía un paisano suyo, un catalán llamado Antonio Benaiges que había sido el maestro de Bañuelos de Bureba durante los cursos de 1934-35 y 1935-36.
‘El maestro que prometió el mar’
A partir de ahí comenzó a tirar del hilo. Buscó y encontró a sus familiares en Mont-roig del Camp que aún conservaban una sencilla caja con una copia de los cuadernillos escolares que el profesor les había ido enviando. Uno de los más emotivos es el titulado El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. “El mar será muy grande, muy ancho y muy hondo […] Yo no he visto nunca el mar. El maestro nos dice que iremos a bañarnos. Yo digo que no voy a ir, porque tengo miedo que me voy a ahogar”, escribió Lucía Carranza.
“El mar será muy ancho y muy grande. Pero sobre todo hondo. El agua estará más caliente que la de los ríos. Y debe ser muy salada”, imaginaba Anita Ortiz. “El mar será muy hondo. Será de hondo como dos veces la veleta de la torre. Y tendrá dos metros de largura”, se aventuró a escribir Baldomero Sáez. Para Bernal, el relato en torno a Benaiges “es una historia muy redonda porque explica lo que tenía que pasar y lo que realmente pasó. Cómo aquella promesa fue truncada y acabó en una fosa durante más de 74 años”.
En la fosa de La Pedraja se han recuperado 135 esqueletos, pero solo se han podido identificar 25. Ninguno pertenece a Benaiges. “No pudimos exhumar sus restos, pero sí hemos podido exhumar su memoria”. Una crónica desgarradora recogida por la editorial Blume en varias publicaciones y contada en la película El maestro que prometió el mar, de Patricia Font.
Pedagogía para la libertad
La memoria del maestro que prometió el mar a sus alumnos es la historia de un hombre valiente. No era de aquellos de “allí donde fueres haz lo que vieres”. Lo primero que hizo al llegar al pueblo fue adecentar la escuela que, según sus propias palabras, “parecía más una cuadra que una escuela”, y no se olvidó de quitar el crucifijo, señala Bernal: “Era un propagandista de su pedagogía que educaba en libertad y esto lo llevó hasta las últimas consecuencias”.
Su método educativo, basado en la técnica Freinet que proponía la participación activa de los alumnos y el uso de la imprenta, era absolutamente innovador. Lo puso en práctica creando junto a sus estudiantes un periódico y los famosos cuadernos que editaban periódicamente en la imprenta escolar y que intercambiaban con otras escuelas españolas y de otros lugares del mundo.
Mensajes para los adultos
“Nada significa para nosotros el periódico escolar si no supone un modo de trabajar plenamente estimativo de los intereses del niño. Partir de lo espontáneo y, provocado por el ambiente y mirándose a sí mismo, que el niño sienta la necesidad de la superación constante”, escribió Benaiges en la tribuna de una de estas publicaciones.
Un material escolar donde también encontramos mensajes dirigidos a los adultos, como por ejemplo textos referentes a la diversificación de cultivos o a las ventajas de seleccionar buenas gallinas. Para el documentalista, “de alguna manera eran la punta de lanza del Gobierno republicano. Los maestros llevaban la esperanza y el progreso a las escuelas de esos pueblos, casi siempre, muy conservadores”.
Una cosa llamada divorcio
Durante el día enseñaba a los más pequeños y por las tardes dedicaba su tiempo a charlar con los mozos y mozas. “Hablaban de todo. De todo lo que estaba pasando en las ciudades, incluso de una cosa que se llamaba divorcio”. Este tema levantó muchos recelos. Tanto es así que en el expediente de depuración que le abrieron años después se mencionó mucho este asunto. Tampoco pasó desapercibido el hecho de que fuera sindicalista, afín al Partido Socialista o que ayudara a crear la Casa del Pueblo de Briviesca de la que algunos dicen fue su presidente, aunque, hasta la fecha, no consta en ningún documento.
Los principios progresistas y democráticos de Antoni Benaiges fueron la munición de sus verdugos. Las últimas investigaciones de Bernal desvelaron que fue otro maestro, un falangista fanático al mando de la milicia franquista, el responsable de muchos de los asesinatos de Briviesca, el lugar donde el maestro fue detenido, torturado y encarcelado.
Terror inoculado
La gran mayoría de los alumnos a los que ha podido entrevistar lo recuerdan con cariño. En cierta manera para ellos fue una liberación poder hablar de un episodio tan traumático que tuvieron que enterrar. “Como decía Antonio García, les tocó cerrar el hocico”.
Del silencio impuesto a algunos les liberó su Alzheimer; otros comenzaron a hablar cuando les preguntaron sus nietos y hay quien quiso hacerlo, pero el terror inoculado por el franquismo seguía intacto décadas después. Lo que no consiguió silenciar la represión fue su impronta. “Pienso que de la figura de este maestro todo lo que hay son pequeños detalles, pero sí que es cierto que entre todos hemos exhumado su memoria”, concluye Bernal.