Joaquim Cabot, ‘el hilador de oro’ del Palau
Una exposición en el Palau de la Música Catalana recupera la figura del gran orfebre del modernismo e impulsor de este edificio
31 diciembre, 2023 00:00Noticias relacionadas
Si preguntásemos por el nombre de algún famoso joyero, seguramente a muchos les vendrían a la cabeza Fabergé, Cartier o Chaumet. Sin embargo, salvo para los muy expertos, muy pocos incluirían en esta lista casi mítica del mundo de la joyería y las artes decorativas a Joaquim Cabot pese a ser un virtuoso orfebre, autor de exquisitas joyas y además mecenas, promotor y espíritu del Palau de la Música Catalana, una joya arquitectónica que fue, quizás, su mejor obra.
“Lo arriesgó todo: su patrimonio, su profesión, su persona, su prestigio, absolutamente todo, para darle una sede permanente al Orfeó Català”, explica a Crónica Global Carlos Soler-Cabot, su tataranieto y heredero del savoir fair de esta firma familiar de alta joyería que hoy es la única marca española con despacho en la exclusiva Bolsa de Diamantes de Amberes.
‘El hilador de oro’ de la ‘belle époque’
La historia de esta longeva dinastía de artesanos orfebres se remonta al siglo XVII, pero fue Joaquim Cabot (Barcelona, 1861-1951) quien la llevó a otro nivel consolidando la reputación del negocio familiar en la prodigiosa Barcelona modernista. Aprendió el oficio de su padre, Francesc Cabot i Ferrer, en el taller de la calle de l’Argenteria, puerta de entrada al barrio del Born, un espacio que albergaba también la tienda antes de trasladar el negocio a un nuevo emplazamiento en la plaza de Catalunya. Allí pasaba horas y horas estirando hilo.
“De tanto estirar hilo, perfeccionó la técnica por encima de joyeros, quizás de gran renombre, pero que no hilaban tan fino, tan sutilmente en la belle époque”. Tanto es así que Jacint Verdaguer le dedicó en 1900 un poema titulado Lo filador d’or y el compositor Amadeu Vives escribió a propósito de su espectacular técnica que era el joyero que hilaba más fino el oro del mundo, tanto que lo convertía en música. “Quiso la excelencia al igual que la buscaba en el arte y en todo lo que hacía”, afirma su descendiente.
Todas las caras de una figura polifacética
Y no fueron pocos los intereses de nuestro hilador de oro que, como describe Jordi Cabré en su libro La Barcelona universal de Joaquim Cabot (Editorial Planeta), “nació, afortunadamente, en una época destinada al progreso y a la belleza, pero también a la libertad y a la cultura. Una época destinada a ser una autóctona belle époque”.
“Roda el món y torna al Born”, le aconsejó su padre a este hombre cosmopolita que, además de un orfebre excepcional, fue un incasable viajero, político, crítico y coleccionista de arte, poeta, escritor, apasionado melómano y un entusiasta catalanista vinculado a diversas instituciones impulsoras del patrimonio catalán en su más amplio significado.
Por ejemplo, militó en la Lliga Regionalista y tuvo gran presencia en algunos de los organismos más relevantes de Cataluña como la Cámara Oficial de Comercio y Navegación, la Feria de Muestras, el Banco Comercial de Barcelona, el Centro Excursionista de Barcelona, el Ateneo barcelonés y el Orfeó Català, entidad que presidió durante dos etapas a lo largo de su vida y donde comenzó a gestar su gran sueño, el Palau de la Música Catalana.
Un palacio para todos
El Palau se concibió como un templo musical para todos, de hecho, fue financiado por suscripción popular. “Es una obra de mecenazgo de la sociedad catalana. No hablemos de burguesía porque al final fue toda la sociedad la que contribuyó a su construcción. Desde un empresario, un arquitecto, un amante de la música o un marqués. En definitiva, colaboró mucha gente y él lideró todo el proyecto a través de la joyería y de su propio patrimonio”, afirma Soler-Cabot.
Él mismo iba de puerta en puerta vendiendo una serie de obligaciones a todo aquel que quiso participar. Además, añade, “en un libro titulado Benvolgut Palau de la Música consta que hay un talón de la Joyería Vda. de Francisco Cabot e Hijos de 170.000 pesetas de la época para comprar los terrenos y que después avaló, hasta en tres ocasiones, con todo su patrimonio para poder cerrar una obra que tenía un presupuesto inicial de unas 500.000 pesetas y se convirtió en casi un millón de pesetas de la época”.
Su joya más exquisita, Patrimonio de la Humanidad
De puertas adentro, su compromiso fue igualmente absoluto. “Sin ninguna duda, sin su empeño igual no se hubiera llevado a cabo la construcción del Palau de la Música”, concluye Marta Grassot, responsable del Centro de Documentación de la institución catalana, quien también sostiene que fue un gran mediador. “Hubo algunos problemas a medida que avanzaban las obras. Había muchos artistas implicados, los costes eran cada vez más elevados y la junta del Orfeó estaba un poco en desacuerdo con el trabajo de Domènech i Montaner. Afortunadamente Joaquim Cabot le entendía muy bien y fue allanando las diferencias hasta conseguir un entendimiento”.
No debió ser una tarea fácil teniendo en cuenta el ambicioso proyecto del arquitecto y la cantidad de maestros artesanos y artistas que trabajaron en el edificio: Eusebi Arnau, Dídac Massana, Lluís Bru y Miquel Blay, autor del grupo escultórico La cançó popular catalana que decora la esquina con la calle Amadeu Vives. El esfuerzo mereció la pena y finalmente el Palau de la Música Catalana, la única sala de conciertos declarada Patrimonio Mundial por la Unesco desde 1997, se inauguró el 9 febrero de 1908. “Ya tenemos casa”, fueron las primeras palabras del emotivo discurso de Cabot, que también se dirigió a todos aquellos que habían renegado del proyecto: “Venid, abrid los ojos, extended las manos, contemplad y tocad lo que no fuisteis capaces de soñar”.
El Palau de la Música ha querido reconocer la paternidad omitida de este maravilloso edificio con una pequeña exposición titulada Joaquim Cabot: Joyas con música en el Palau (hasta el próximo 12 de febrero en el Foyer del Palau). Una muestra, comisariada por Marta Grassot y alentada por Carlos Soler-Cabot, que visibiliza la tenacidad de este extraordinario hilador de sueños que plasmó aquí, en la que fue su gran obra de artesanía, toda su maestría.