Retrato de Karim Khourrou

Retrato de Karim Khourrou KARIM KHOURROU

Creación

“Crees que si niegas tus raíces te van a aceptar más, pero solo estás huyendo de lo inevitable”

Karim Khourrou utiliza la fotografía para explorar identidad, familia y hogar

12 noviembre, 2023 00:00

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1.141 kilómetros es la distancia exacta que separa L’Arboç, un pequeño municipio rodeado de viñas de la provincia de Tarragona, y Tánger, en Marruecos, o, como prefiere decir Karim Khourrou: “Entre mi casa y mi casa”. “Llevo haciendo este viaje cada verano, me sé cada parada de memoria”, se ríe este joven fotógrafo de 23 años.

Nacido en Tarragona de padres inmigrantes marroquíes, Khourrou se graduó en Bellas Artes en la Universidad de Barcelona y, desde entonces, ha dedicado su carrera a indagar en las complejidades de su identidad española-marroquí. Uno de sus proyectos más recientes se titula precisamente 1141 km, una serie de fotografías en blanco y negro que documentan el viaje que cada verano realizan miles de familias como la suya cuando llegan las vacaciones escolares, y que puede visitarse desde el pasado 6 de noviembre en la Casa Elizalde de Barcelona.

Fotografía de la serie '1141 km'

Fotografía de la serie '1141 km' KARIM KHOURROU

La cámara permite entender mejor el entorno

“Es un viaje que a mí nunca me hacía ilusión”, se ríe. “Veía que mis amigos se iban a Australia o a París… y yo siempre a Marruecos. Además, notaba hasta un punto de superioridad, Marruecos me parecía un país súper atrasado…”, recuerda Khourrou desde Madrid, donde se ha mudado recientemente para cursar un máster en Educación Artística.

Khourrou descubrió su pasión por la fotografía en el primer año de Bellas Artes. “Descubrí que la cámara me permitía entender mejor mi entorno”, recuerda. La fotografía, dice, “es un lenguaje para conectar con lo que está ocurriendo”. “No hago la foto por representar ese algo, sino para entender ese algo: una escena, mis colegas… Me permite tomarme el tiempo que necesito para procesar mis propias emociones”, añade.

Instantánea de la serie de fotografías '1141 km'

Instantánea de la serie de fotografías '1141 km' KARIM KHOURROU

Conectar con las raíces

Sus padres contemplaron con cierto escepticismo su decisión de dedicarse a la fotografía, pero lo han apoyado en todo momento desde el desconocimiento, especialmente cuando vieron que usaba el arte para tratar de entender sus orígenes. “Como padres inmigrantes, siempre está esa preocupación de que sus hijos no conecten con sus raíces, de que se acaben perdiendo”, recuerda.

Su interés por acercarse a sus raíces marroquíes surgió a raíz de una crisis de identidad que sufrió durante la pandemia, cuando aún era estudiante en la universidad. Encerrado en casa, en L’Arboç, se puso a navegar por internet, donde descubrió varios colectivos de artistas multidisciplinares como Naar, en Francia, que intentan dar voz a artistas migrantes y utilizan su obra para captar la dualidad cultural.

Choque cultural interno

“Conocerles me sirvió para aceptar que tenía este choque cultural dentro de mí, al que nunca había prestado atención”, añade. A partir de ese momento, Khourrou empezó a tomar fotos en casa, a hablar con su madre, originaria de una aldea del Rif, a decirle: “Yo he nacido aquí y tú no, pero me siento feliz de tener esta doble cultura”. “Hasta entonces sentía que tenía que elegir una o la otra, probablemente por prejuicios. Crees que si niegas tus raíces te van a aceptar más..., pero solo estás huyendo de lo inevitable”, añade.

De pequeño, en L’Arboç, Khourrou sufrió racismo en la escuela. Su reacción fue negar su identidad marroquí. “No quería que me insultaran, no quería ser el moro... Recuerdo que un día se me acercaron unos chavales marroquíes a vacilar: ‘¿Eres marroquí o español?’. Les dije que español, les enseñé el DNI... Ser marroquí lo relacionaba con algo malo”, recuerda.

Viaje a Marruecos, de la serie '1141 km'

Viaje a Marruecos, de la serie '1141 km' KARIM KHOURROU

La fotografía y el proceso de aceptación

En 2020 empezó un proceso de aceptación que él ha sabido canalizar a través de la fotografía. Al terminar la pandemia y regresar a la facultad, Khourrou fue a ver a su profesor de Fotografía, Pere Grimau, y le dijo que deseaba trabajar el tema de la dualidad cultural. Grimau, convertido en su mentor, lo animó fervientemente. “Esto da para una tesis doctoral”, le dijo.

Su primer proyecto, Ghorba (2020-22), expuesto hasta el pasado septiembre en la Fundación Vila Casas, explora su identidad, puesto que cuando va a Marruecos él es un español, pero cuando está en España es el marroquí; es decir, siempre es “el otro”. “Los hijos de inmigrantes siempre sufrimos la otredad. Nunca hay un sentimiento de pertenencia a ningún lado”, observa.

Un viaje por carretera

Su objetivo es encontrar un punto de cohesión entre las dos culturas que conviven para sus adentros: la marroquí y la española, con la ventaja de que, como fotógrafo, puede acercarse más a ambas realidades sin caer en prejuicios, como el victimismo. “En Marruecos he oído comentarios hostiles contra fotógrafos ‘blancos’; en cambio, cuando ven que les hablo en árabe, saben que no les voy a retratar en situación de víctima. Me ven de igual a igual”, comenta Khourrou, que ha estudiado un posgrado en Fotografía documental en el Institut d'Estudis Fotogràfics de Catalunya.

En su segundo proyecto, 1141 km, se centra en el viaje por carretera que cada verano realizan miles de familias marroquíes para pasar las vacaciones. “Me enfoqué en las escenas y patrones que se repiten cada año: la parada a desayunar, siempre un café y lo primero que pillas en el bar, salir de noche para que el sol no moleste, las gasolineras, la radio de fondo… De pequeños, mi padre nos ponía música marroquí, como Nass El Ghiwane o Fnaïre, pero ahora mi hermano y yo vamos cada uno con nuestros auriculares”, se ríe.

Su primera mudanza

A sus 23 años, Khourrou asegura que ha aprendido a gestionar la otredad. “A estas alturas que me llamen moro no me afecta, me lo tomo con humor”, dice desde su nuevo apartamento en Madrid. Para su próximo proyecto se ha propuesto explorar los inputs de su primera mudanza, lo que significa cambiar de ciudad y de casa por primera vez en la vida.

“En Madrid he descubierto muchos colectivos migrantes y organizaciones como el Felipa Manuela, un centro de residencias de investigación artística donde este año han abordado el tema de la diáspora y están muy abiertos a conocer nuevas propuestas”, declara. “Se me ha hecho fácil conocer gente aquí, hay que decir que la gente marroquí es muy hospitalaria”, se ríe. Si tuviera que resumir lo que más le gusta de la cultura marroquí es, sin duda, la hospitalidad y la alegría de su gente. “Los marroquíes son gente divertida y abierta, te abren su casa y su corazón”, concluye.