El empresario y mecenas Antoni Vila / EP

El empresario y mecenas Antoni Vila / EP

Vida

Vila-Casas: la celebración del arte

Fallece a los 92 años el empresario y coleccionista

16 septiembre, 2023 23:30

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En Can Mario de Palafrugell acaban de descolgar, por lo menos simbólicamente, el manto que protegía de las miradas la escultura de Antoni Vila Casas, que el mismo coleccionista ordenó no descubrir hasta el día de su muerte. Mantener protegidas de ojos ajenos las obras de arte ha sido un hábito del poder desde el comienzo de los tiempos; ocurrió en los cánones de la antigüedad helénica y también en los mejores años de Cosme de Medici o del inalcanzable Lorenzo, que no dejaban ver a nadie el Retrato de Cosme el Viejo o El nacimiento de Venus, de Botticelli, dos cuadros que figuran en la Galería de los Uffizi de Florencia. Los Medici desaparecieron, pero sus colecciones de pintura y escultura siguen siendo las joyas del Grand Tour.

No revivimos el Renacimiento, no reescribimos el arte, sino que aportamos capas ornamentales a las ya existentes, sin dejar de lado las escuelas románticas, barrocas o eclécticas que nos han precedido; solo “deseamos expandir nuestro legado artístico contemporáneo”, decía Vila Casas sin apenas palabras. Decía: “Hago lo que no se hace”, una forma indirecta de expresar “compro lo que nadie compra”.

Gran colección de arte

El mecenas catalán, fallecido el pasado jueves en Barcelona, no deja la memoria de un noble linaje, sino un ejemplo del buen hacer burgués en materia de mecenazgo. Se ha cumplido escrupulosamente su deseo de no ser visto cincelado en vida. Ha sido el secreto a voces de la Fundación Vila Casas, un patronato diseminador del arte contemporáneo, con sede en el Espai Volart de la Casa Felip, un edificio modernista de la calle Ausiàs March de Barcelona, proyectado en 1905 por el arquitecto Fernández Janot y donde el propio coleccionista tenía su despacho. El patronato exhibe sus piezas en otros centros museísticos, como Can Framis en el 22@, el Palau Solterra de Torroella de Montgrí y Can Mario de Palafrugell, dedicado a la escultura, donde permanece su imagen surgida de manos exclusivísimas.

Podremos ver ahora, inmortalizada en bronce, la figura de un hombre denodadamente dandi, poseedor de una colección de arte que puede compararse, en términos de mensaje social, a la herencia de Francesc Cambó, a coleccionistas como Joaquim Folch-Rusiñol –arte africano y primitivo—, y a otros competidores en la materia, como Josep Suñol.

Cruce entre economía y cultura

El arte es la galería soterrada de la cultura catalana. La política, la industria y el deporte focalizan la audiencia, pero, de una manera inconsciente, el país se siente concernido por su cultura y no únicamente por su lengua. A lo largo de décadas, Brassaï cultivó las aristas vitales de Picasso, un Yo insobornable, que acabó huyendo del mundo por la puerta de la claustrofobia y el desdén. Algo parecido, basado en la ineludible vocación de uno mismo, le ha ocurrido a Vila Casas, un ingeniero químico que fundó la empresa de laboratorios Prodesfarma y compaginó su dedicación al arte con la brillante farmacopea catalana: la de Pep Esteve, Joan Uriach, Carlos Ferrer-Salat, Salvador Andreu, y Fernando Rubió i Tudurí, entre otros.

Hoy, tras un nuevo golpe a la desaparición natural de una estirpe en extinción, toca reconocer a estos forjadores de ilusiones y medios que han sido –y todavía son— lo más granado, europeísta y aperturista de los negocios y de su refulgencia sobre la arquitectura, las piedras y las paletas de mil colores. Ellos han sido los esclarecedores del cruce entre economía y cultura. Significan el emprendimiento y la invención. Pertenecen al tiempo en el que se fundaron el Instituto Químico de Sarrià, Esade, IESE, la Autónoma y sus brillantes secuelas posteriores, como la Pompeu. No son hijos del ladrillo y la especulación; son soldados de la imaginería.

Catalanista

En plena crisis del procés, cuando los negocios resistían ante la inestabilidad regulatoria de su vanguardia política, Vila Casas fue claro: “Soy catalanista y puedo ser independentista, siempre que el coste de este viaje no vaya en contra de nosotros mismos; escriban lo que quieran”. Su catalanismo ha sido severo, culto y dotado del toque anglosajón; ha tratado siempre de marcar el pulso internacional de su sociedad. Ha querido trasladar al prestigio de la obra de arte el sujeto de derecho que reclama la política. Y tal vez por eso, ha dejado en la dirección de su fundación a un experto, como Bernat Puigdollers, y en la presidencia del patronato a un demediado economista-cultural como Antoni Sagnier, cuidador del legado del arquitecto modernista Enric Sagnier, financiero y humanista. Digamos que Vila Casas lo ha dejado todo atado, frente a la ventana del futuro. Hasta ahora, el trabajo de suplencia de la institución pública vacía de contenidos ha sido lo más destacado de su fundación. Desde hoy, la potencia de lo privado ha de volver a fundirse en el regazo lo público. Si esta nueva síntesis no llega pronto, el principio de “refléjate a ti mismo”, estímulo mental de la creación, habrá caído en desgracia.

En los años noventa, Vila Casas vendió la empresa de laboratorios Prodesfarma al Grupo Gallardo (Almirall). Al salir de la industria, su plusvalía redundó no solo en el arte en sentido general, sino en los artistas y, para ser más exactos, en los artistas contemporáneos catalanes. Adquirió miles de obras que se encuentran en sus museos a mayor gloria del momento de las vanguardias ya superadas del novecientos (Gris, Miró, Matisse, Brack, etcétera) y a menor consumo de la generación intermedia de los Tàpies, Joan Ponç y Arnau Puig, a quienes el coleccionista señaló por su sombra promocional. Sin olvidarse de Casas, Rusiñol o Pruna, Vila Casas profundizó en lo que se estaba haciendo; se esforzó por eclosionar a los itinerantes catalanes del expresionismo abstracto neoyorquino, se peleó por defender ideas propias de autores que desconocían su utilidad, no su invención. Los balances y las controversias del tiempo no pueden discutir la vocación espectral del coleccionista. Del mismo modo en que Miguel Ángel encontró a Dios para percibir al arte, la creación contemporánea ha tomado la esfera del mito. La trayectoria de Vila Casas, como recopilador y difusor, encaja en este mismo cruce de caminos.

Su legado

Cuando desaparece un hombre acostumbrado a moverse entre lo fantasmagórico no es momento de perderle la pista. Olvidarse del emprendedor y mecenas desaparecido sería como olvidar el amor al arte por simple impacto, no por conveniencia. El arte solo conjuga con la expansión de la belleza, como escribió Baudelaire a Théophile Gautier en su dedicatoria de Las flores del mal: “Ser un hombre útil me ha parecido siempre en verdad espantoso”.