Alejandro, el exmilitar que regresa de combatir en Ucrania: "Mi cabeza vale 300.000 euros"
Los rusos quieren la muerte de este soldado español, que luchó durante un año y medio en Karpatska Sich, un grupo radical de extrema derecha surgido durante la guerra del Dombás de 2014
17 diciembre, 2023 00:00Noticias relacionadas
“Aparta ese café con leche de la mesa, ¿cómo va a salir un exmilitar del Ejército ucraniano con eso?”, bromea Alejandro (nombre ficticio) esbozando una sonrisa bajo el pasamontañas que le cubre el rostro. El combatiente se ajusta la tela negra con ambas manos y palpa con los dedos los bordes de la estrecha ranura para cerciorarse de no dejar al descubierto las pobladas cejas que enmarcan sus ojos.
Cualquier pista podría ser fatal para este exmilitar del Ejército español, que vive amenazado de muerte desde que regresó del frente tras combatir durante un año y medio para frenar el avance de la Madre Patria sobre Ucrania. “Mi cabeza en una bandeja tiene un precio de 300.000 euros”, anuncia.
“Me convertí en un puto animal”
Tras el estallido del conflicto, en febrero de 2022, este veterano de guerra, curtido en las peores batallas, recibió la llamada de un mando del Ejército estadounidense en la que le pedía que viajara hasta la estepa euroasiática para entrenar a los soldados ucranianos “que caían como moscas”. Alejandro decidió dejar atrás a su familia y desplazarse hasta el país eslavo con la intención de instruirlos: “Cuando llegué me encontré con niños de 18 años que no sabían ni sujetar un lápiz. Se iban a combatir y volvía la mitad”.
Así estuvo seis meses, acumulando en su retina imágenes como las de la masacre de Bucha, un suburbio de Kiev arrasado por el Ejército ruso en el que se cometieron ejecuciones sumarias. Por eso, argumenta, decidió ir a luchar a la primera línea del frente. “Me convertí en un puto animal”, reconoce.
El batallón Karpatska Sich
Alejandro escogió el batallón Karpatska Sich, un grupo radical de extrema derecha surgido durante la guerra del Dombás de 2014, para luchar en las trincheras. “Todo el mundo habla del batallón Azov, pero Karpatska Sich es la derecha de la extrema derecha”, expresa orgulloso mostrando el parche en el que aparece el águila imperial utilizada por los nazis.
Nieto de un combatiente en la División Azul, presume de que es el segundo de su estirpe en luchar contra el comunismo. “Si no se combate a los rusos, primero caerá Ucrania, después Polonia, Eslovaquia… así hasta tomar el control de Europa”, reflexiona. “Me he ido a combatir para frenar el genocidio de los ucranianos, que son un pueblo estupendo, pero también por la seguridad de mi país, al que amo”, relata.
La resistencia del pueblo ucraniano
Este exmilitar español, que comenzó a luchar con 18 años recién cumplidos en la guerra de Irak de 1990, pasó por Libia, Somalia, Yugoslavia y Siria, entre algunos de los conflictos armados más importantes de las últimas décadas.
Aun así, reconoce que sigue coleccionando cicatrices de guerra no solo en el cuerpo, sino también en la mente. “He visto auténticas atrocidades”, rememora con ojos inmóviles de escualo. “También fui capturado y me trasladaron a Siberia, pero logré escapar”, masculla antes de pausar la conversación y girarse hacia la pared para levantarse la malla ajustada y dar un trago a su cerveza.
“Los ucranianos son un pueblo maravilloso, unido, pero rudo, se les nota que son descendientes de los cosacos. Nadie se esperaba esta resistencia: las mujeres cosían las lonas para las trincheras, los hombres combatían en el frente… ¡Hasta los niños y ancianos ayudaron en los rescates cuando los rusos derribaron los puentes!”, recuerda.
“No me arrepiento de nada”
Ahora, con el invierno encima y las trincheras heladas, la contraofensiva también ha quedado congelada. Sus compañeros, voluntarios llegados de todo el mundo, esperan a la primavera para contraatacar. En su mayoría son latinos y “muy buenos luchadores” por su experiencia combatiendo a las guerrillas, pero también los hay franceses, estadounidenses y españoles. “El 95% lo hace por necesidad, por los 3.000 euros que pagan mensualmente por combatir seis días seguidos por cada tres de descanso”, asegura.
Él, sostiene, no lo hizo por lucro, porque desliza que ir a la guerra le costó dinero. También el sueño. Hackers rusos han filtrado su identidad y lo han colocado en el centro de la diana. Aunque todo su entorno conoce su situación, toma precauciones para cubrirse las espaldas. Sabe que es un objetivo a abatir. Sin embargo, sostiene que no tiene miedo a la muerte. “No me arrepiento de nada, sólo de no seguir allí”, sentencia.