Los niños, ante la muerte
Cuando se produce un fallecimiento, la sociedad tiende a sobreproteger a los más pequeños: ¿es un gesto correcto?
27 enero, 2021 00:00La pandemia de coronavirus se ha llevado la vida de más de 55.000 personas desde su inicio, según los datos oficiales en España. Despedirse de los seres queridos es la asignatura pendiente desde el inicio de la crisis del Covid por las posibilidades de contagio. Cómo encajar las pérdidas ha sido traumático para los adultos, y también para los más pequeños. Cómo hacerles partícipes del duelo es aún la asignatura pendiente de nuestra sociedad.
Hasta los nueve o diez años no tienen los mecanismos para entender la muerte, señalan los psicólogos infantiles. Esto provoca que sufran de forma especial los fallecimientos.
¿Cómo viven los niños el duelo y cómo les podemos guiar en este proceso? / HOSPITAL SANT JOAN DE DÉU
Padecer en silencio
Las fases del duelo son las mismas para todos los humanos, lo que cambia son las herramientas que se tienen para combatirlas. De la misma forma pasa con los adolescentes, a medio camino entre la edad adulta y la inocencia infantil. En esta época ya entienden lo que significa la partida de un ser querido, pero la forma en la que se han producido las pérdidas desde marzo en adelante ha desatado un terremoto emocional.
Los niños sufren el duelo y muchas veces en silencio, advierten los expertos. “Aún no tienen conciencia de la muerte como tal”, explica Anna Claret, psicóloga infantil. Cuando se produce un deceso, de golpe los pequeños ven que “sus protectores lo pasan mal, sufren, lloran, y les cuesta entender el porqué”. Además, cuando se experimenta una pérdida traumática, los familiares son los primeros que necesitan cuidar de sí mismos. Esta situación deriva en que, de forma triste pero compresible, “no pueden prestar la atención que necesitan sus hijos en estos momentos de dolor”, considera Belén Tarrat, psicooncóloga especialista en duelo en Vida y Pérdida.
Necesidad de acompañar
Esta profesional advierte de que la clave sobre cómo abordar este dolor está en el perfil de las familias. “Hay familias accesibles y familias no accesibles”, explica Claret.
“Algunos entornos no hablan de la pérdida, hacen como si no hubiera existido, como si la persona desaparecida fuera un vago recuerdo”, detalla. Se trata de un procedimiento para olvidar que lleva a una “evolución peor de duelo, que puede dar lugar a jóvenes con poca tolerancia a la muerte”. Acompañar no significar tener que hablar en todo momento de la partida del ser querido. La psicóloga afirma que puede ser simplemente “mirar una película, pasear, estar en silencio, pero juntos y dándose apoyo”.
Decir adiós
La sociedad actual teme a la muerte, dado que genera dolor y sufrimiento. Es por esta razón que se evita que los niños y adolescentes tengan que lidiar con ella, en la medida de lo posible. En este sentido, “a los niños les cuesta mucho asumir lo que no ven como un proceso, sobretodo si no se lo esperaban”, afirma Tarrat. Considera vital que “tengan la oportunidad de despedirse”.
Decir adiós no significa tener que ver al fallecido por última vez. Este gesto puede ser un simbolismo dedicado a la persona. Como “lanzar un globo al cielo, escribir un texto o pintar un dibujo”, explica. Estos procesos les ayudan a obtener cierto sosiego. En este sentido, es importante ayudar a que el infante pase el trance de la pérdida “como algo natural”, remarca Tarrat.
Una foto para la eternidad
“Mi marido falleció en el mes de abril, en plena pandemia, de cáncer. Se fue en el hospital y prácticamente no podíamos entrar a verle. Mi hijo de seis años lo pasó mal hasta que su propio padre, por teléfono, se pudo despedir de él y le dijo que no se verían mas”, explica Natasha, madre viuda. Esta situación “fue el clic que le hizo despertar de su tristeza contraproducente”.
Una vez se produjo el fatal desenlace, “fuimos él, mi suegra y yo al entierro, y él depositó sobre el ataúd la última foto que se había podido hacer con su padre antes de que ingresara”, relata. A partir de aquí, “tuvo varios días de llorar, pero esas lágrimas ya eran reparadoras, porque él, a su manera, se había despedido”.
Hecatombe emotiva
La adolescencia es una época muy complicada para todas las personas, de lucha interior y de autoconocimiento. Los adolescentes son capaces de entender lo que es la muerte y las consecuencias que tiene, pero la partida de un ser querido les llega en una época de “conflictividad emocional en la que tienen pocos mecanismos para exponer sus emociones”, explica Belén Tarrat.
En el marco de unos meses que han sido difíciles para toda la ciudadanía, los adolescentes que han sufrido de cerca fallecimientos sobrevenidos por el coronavirus han experimentado sentimientos de incomprensión vital. “Sus preocupaciones van muy ligadas a su propia vida”. En este contexto, surge en ellos la culpa de “si han tenido un comportamiento correcto durante el proceso de la pérdida”. Esto les hace tomar conciencia de que “su vida se ha paralizado y les emergen nuevas emociones que no saben gestionar”, detalla Tarrat.
Un pensamiento fantástico
Las expertas destacan la inocencia de los más pequeños, la falta de conocimiento sobre las situaciones difíciles que les dota de un ideal vital fantástico. Sin embargo, cuando se produce una muerte en el entorno familiar “es necesario hacerles partícipes en la medida de sus posibilidades”, explica Anna Claret.
Recuerda que cuando una persona fallece “a los adultos se les dan tres días para que puedan asumir la nueva realidad antes de reincorporase al trabajo”. Esta situación contrasta con la de los más jóvenes, a los que la ley no contempla como objetores del duelo y a los que “hay que llevar al colegio al día siguiente del suceso”. Como si el dolor no formara parte de su código emocional. Las psicólogas coinciden en que el proceos de duelo se debe abordar sea cual sea la edad. Buscar alguna fórmula de despedida que, al final, lleve al sosiego. Una persona querida ha desaparecido, intentar que cierren los ojos sin más no es la mejor solución.