El tipo que habla con la tele acaba de descubrir que el cocinero inglés, con perdón, Jamie Oliver es una de las estrellas de la programación de La 2, segundo canal de TVE o como se decía antes, la UHF. Las parrillas se han llenado de programas para foodies, concursos de pinches, recetas de grandes chefs y seriales sobre la gastronomía de las quimbambas, Papúa y el Serengueti. Es notorio que cada vez se come peor pese al mayúsculo interés que suscita contemplar la transformación, a veces con éxito, de determinados productos en platos de comida, ya sea a cargo de experimentados cocineros o de vulgares aprendices de becario.
La moda procede, con algo de retraso, de Estados Unidos, donde inventaron los formatos Masterchef, Kitchen Nightmares, el falso de toda falsedad Mystery Diners (aquí Restaurante indiscreto) y el genial No Reservations en el que el marmitón Anthony Bourdain es el protagonista de unas monumentales melopeas habitualmente rodadas en mercados nocturnos del sureste asiático.
No se puede hacer nada contra la tendencia, ni siquiera zapping, porque si en La 1 están Jordi Cruz y Eva González; en Antena 3 sale Chicote; en TV3, Cuines y Joc de Cartes; en Telecinco impera Arguiñano, y en la Primera, again, aparecen los dicharacheros hermanos Torres cocinando de cara al público. Tal propensión de la tele pública a los fogones sólo se entendería si existiera alguna clase de directriz gubernativa relativa a la salud e higiene alimentaria de los ciudadanos, una campaña nacional para el mejoramiento nutricional de la población o en contra de los alimentos procesados listos para servir, que comer es otra cosa.
No es el caso y la prueba está en el uso de fondos públicos para emitir nada menos que en esa joya de la excepcionalidad audiovisual española que es La 2 el programa La comida reconfortante con Jamie Oliver, el inventor de la paella con chorizo entre otros desafueros. A los cocineros mediáticos españoles no les importa porque están muy ocupados diseñando pruebas de eliminación y reducciones de vinagre, pero el espacio es un ultraje al acervo culinario peninsular y un soberano disparate consistente en elaborar unos macarrones con queso y langosta con unas espirales (innovando en la pasta), sin queso y llamando langosta a un bizarro bogavante cocido a la inglesa, esto es en agua sin sal. O unas hamburguesas de buey, como si el buey fuera a mejorar después de un macabro triturado y a trascender como alimento tras una concienzuda carbonización.
Por esto se come cada vez peor. La televisión tiene la culpa. Es el exceso de oferta lo que conduce a malgastar un bogavante y arruinar un filete de buey. ¿Qué será lo próximo? ¿Jaime Oliver y su versión del gazpacho en Gibraltar?