Ayer The Jerusalem Post, diario gubernamental, se extrañaba en su portada de que la invasión de Siria por los ejércitos israelíes, la ocupación de parte de su territorio y la sistemática destrucción de sus aeropuertos militares y almacenes de armas, lo que el rotativo consideraba un logro nunca visto desde la guerra de los seis días, no fue primera noticia de los informativos televisivos y de las portadas de la prensa, que ponían más interés en la comparecencia del primer ministro, Benjamin Netanyahu, ante un juez, por un caso de corrupción que se remonta a cuatro años atrás y que seguramente será empantanado en los tribunales durante varios años más.
Se desprendía, del tono de la noticia, que los israelíes deberían estar sacando pecho y celebrando la noticia de que después de convertir Gaza en un erial, de combatir en Cisjordania, de prácticamente destruir el sistema de lanzamientos de misiles de Irán, ahora Israel lleve la guerra también a Siria y se apodere de parte de su territorio como un niño se come un pedazo de pastel, aprovechando que con la caída del dictador Bashar al Asad reina el caos.
Bajo los ataques de los aviones de Israel, en el curso de unas pocas horas su flota de guerra se ha volatilizado y su aviación de combate ha quedado herida de muerte. Por consiguiente, Siria es un país indefenso, y como tal expuesto a las ambiciones territoriales de quien las tenga.
La prensa internacional celebra la caída de Asad, pues el dictador tenía reputación de hombre cruel, y las cancillerías europeas hacen cálculos ilusionados sobre cuándo regresarán a sus casas los millones de sirios que en los últimos años emigraron a Occidente huyendo de la guerra civil y del Estado Islámico.
Supuestamente las fronteras de Siria están ahora abarrotadas de esos emigrantes que, alentados por las promesas de los vencedores –el ejército islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), liderado por un tal Abu Mohamed al Julani– de que respetarán los credos y los derechos de todo el mundo, anhelan regresar a Alepo y a Damasco para “ayudar en la reconstrucción del país”.
Creo que hay un señor en Lepe, concretamente el tontito del pueblo, que se lo cree.
El caso es que la súbita caída del régimen, eco de las guerras que Israel ha emprendido en la región en respuesta a la orgía terrorista de Hamás del 7 de octubre del 2023, debilitando a los peones de Irán en la región, desconfigura Oriente Medio y los intereses de todas las potencias que operan en el complejo avispero.
Entre los muchos análisis que se publican estos días, es especialmente iluminador el de Shlomo Ben Ami, exministro de Asuntos exteriores israelita, exembajador en España, hombre de talante socialdemócrata, que bajo el título La caída de la casa de Asad lo publica en The Strategist, de donde sintetizamos sus principales tesis, empezando por los orígenes de esa “caída”:
“La guerra civil de Siria comenzó en 2011, cuando el régimen de Asad aplastó las protestas pacíficas de la primavera árabe. Pero los combates se calmaron en gran medida después de 2015, cuando la intervención de Rusia, junto con la ayuda de Irán y Hezbolá, decantó la guerra a favor de Asad. Hoy, con los representantes de Irán destruidos y la capacidad bélica de Rusia mermada por el atolladero de Ucrania, los rebeldes han visto su oportunidad”. (…)
La caída de Asad significa que Irán pierde a Siria como aliada, lo cual, según el exvicepresidente iraní Mohammad Ali Abtahi, dos días antes de la huida de Asad, “sería uno de los acontecimientos más significativos en la historia de Oriente Medio. ... La resistencia en la región se quedaría sin apoyo. Israel se convertiría en la fuerza dominante”.
Sobre el nuevo hombre fuerte en Siria, Ben Ami explica que el nombre Hayat Tahrir al Sham significa la liberación del Levante, que en el léxico político del antiguo Califato comprende Siria, Líbano, Jordania y Palestina.
Pero Abu Mohamed al Julani, el líder de HTS, ha intentado proyectar la imagen de un nuevo tipo de islamista. Parece haber extraído las lecciones necesarias de los fracasos de Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS) y ahora se ve a sí mismo como un pragmático que sólo aspira a lograr la “liberación de Siria de su régimen opresor”.
Aun así, Al Julani dirige una organización islamista de línea dura. Quienes esperan que Turquía atempere el extremismo de HTS suponen que Julani sería un soldado obediente de Turquía.
En cualquier caso, Al Julani se enfrenta a poderosas limitaciones políticas. Debe contar con una miríada de milicias rivales que se unieron sólo para derrocar a Asad, y también con las fuerzas kurdas que se apresuraron a hacerse con el control de más partes del este de Siria, mientras sufrían los ataques de las fuerzas turcas en el norte.
“Julani debe esforzarse ahora por encontrar un compromiso entre el deseo de los kurdos de mantener su autonomía y las ambiciones de Turquía de mantenerlos alejados de la zona fronteriza. ¿Tolerará Erdogan unos avances territoriales kurdos que considera una amenaza para la seguridad nacional de Turquía? ¿Permitirá Julani, que aspira al apoyo de todo el país, que Turquía haga la guerra a los kurdos mientras él intenta formar una coalición de gobierno con ellos y defender la soberanía territorial de Siria?”.
“A pesar de su conflicto crónico con los kurdos de Siria, Erdogan considera la caída de Asad como un gran logro. Estaba extasiado siguiendo el avance de las fuerzas rebeldes”.
“Aunque los rebeldes sirios tienen mucho que agradecer a Israel por haber creado las condiciones para su éxito, Israel no se hace ilusiones sobre sus nuevos vecinos. Al Julani nació en los Altos del Golán sirios (de ahí el nombre de Julani), que Israel capturó en la guerra de 1967, y cuya anexión y soberanía fue reconocida por el presidente estadounidense Donald Trump en 2019”.
“No hay que subestimar la hubris del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Si la tiranía siria se derrumbó, ¿por qué no intentar derrocar también la de Irán?”. (...)
“Los principales aliados de Estados Unidos en la región están igualmente preocupados. A ellos también les hubiera gustado ver a Asad en el poder, temiendo que una Siria controlada por los islamistas pudiera convertirse en un refugio para el terrorismo. En su opinión, Asad era una persona conocida y mejor que un Gobierno islamista rebelde, por muy moderado que pretenda ser”.
Pero ahora Asad ya no está. Oriente Medio se encuentra de nuevo en un estado de cambio dramático que exige que todos, ganadores y perdedores por igual, recalibren sus políticas”.