Torcuato Fernández Miranda

Torcuato Fernández Miranda

Política

Torcuato Fernández Miranda: ‘Tato’, el auténtico transgresor

4 noviembre, 2023 23:30

Fue ministro de Franco y defendió el continuismo con determinación. Pero en pocas horas desacató el espíritu del 12 de febrero de Arias Navarro y convirtió el pasado en anatema. Fraga Iribarne le acusó en su momento de mantener la involución junto a Carrero Blanco y lo cierto es que él desempeñó la Secretaría General del Movimiento, en la misma legislatura en la que López Rodó fue nombrado ministro sin cartera.

Nadie sabe cómo piensa exactamente; es el apparátchik sin ideología; el fontanero más fino entre los mejores, un Godoy sin prelatura, un conde duque vestido de calle y sentado en el estribo de un tranvía o subiendo a un taxi sin coche oficial ni chofer. Por voluntad propia, ignora la tragedia que se vive en las cárceles de Franco hasta el momento de la amnistía.

Torcuato Fernández-Miranda

Torcuato Fernández-Miranda EL ESPAÑOL

Se ha movido, durante años, entre la irritabilidad de Fraga y los celos de Arias Navarro. Asume el cambio vestido de falangista, si es necesario, como lo hizo el día de los 25 años de paz en las mesas petitorias de coroneles sin fajín y señoras con rizo rubio satén y moño de peineta, al salir de misa. Habla con los generales de Estado Mayor, como De Santiago y Gutiérrez Mellado, con la naturalidad del que está tomando un fino en la sala de banderas. Se confiesa con Pita da Veiga y los que serían mandos mediopensionistas durante el golpe de Tejero. Se infiltra en la maraña para extender la libertad como pide Balzac en su El pobre Goriot.

Su control cubre todos los resortes del viejo poder monolítico; mueve las fichas desde un damerograma instalado en su despacho, una especie de Jerusalén liberada destinada a los discretos. Mientras, de forma paralela, se entrevista con los altos jerarcas de la Europa democrática; conoce de primera mano a los dirigentes de la clandestinidad, como Santiago Carrillo, Felipe González o Jordi Pujol, pero todavía no tiene trato con ellos.

Facilita los primeros escarceos de los representes demócratas en Zarzuela. Se anticipa a la gran jugada borbónica de Juan Carlos y su padre, el conde de Barcelona, que colocará al desconocido Adolfo Suárez en la cúspide ejecutiva del país. Conoce al dedillo la operación regreso de Josep Tarradellas que le han contado Jordi Riba Ortínez y Carlos Sentís. Cataluña recuperará la Generalitat republicana y él, un veterano cachorro de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), fundadas por el caído Ramiro Ledesma, está de acuerdo.

25 DE OCTUBRE DE 1978: (I-D) El presidente del Gobierno Adolfo Suárez (UCD), y el ex-ministro de Interior Manuel Fraga Iribarne (Alianza Popular), se estrechan la mano tras la firma de los Pactos de la Moncloa

25 DE OCTUBRE DE 1978: (I-D) El presidente del Gobierno Adolfo Suárez (UCD), y el ex-ministro de Interior Manuel Fraga Iribarne (Alianza Popular), se estrechan la mano tras la firma de los Pactos de la Moncloa EUROPA PRESS

Torcuato asume antes de hora el “riesgo que comporta la libertad” (Franco visto por sus ministros, Ángel Bayod; Planeta) con el jefe supremo enfermo, desde 1973. Más tarde, tras el atentado de ETA a Carrero, Fernández-Miranda ocupa la presidencia interina antes del nombramiento de Arias.

Aquel es un momento clave: Franco repasa un guion de Torcuato --al que valora sinceramente-- para el discurso de nombramiento de Arias y, al pasar por el atentado al almirante Carrero, dice: “No hay mal que por bien no venga”. ¿Fue idea del general o se la coló Tato?

En cualquier caso, a pesar de las apariencias irónicas y hasta burlescas, representa todo un incentivo para el evolucionismo desde dentro. Mientras el almirante fallecido habla del cambio sin complejos, el anhelo de democracia corre por las arterias de un sistema todavía muy duro, el tardofranquismo. Desde luego, aquello no es precisamente la dictablanda de Berenguer y Torcuato, después del discurso de jefe que él ha escrito, hace bien en pensar “calladito estás más mono”.

En el último Ejecutivo de Arias Navarro, un hombre de confianza como Fernández-Miranda desempeña la presidencia de las Cortes. Es el legislativo ciego de la autocracia, el mismo parlamento cooperativo de falangistas, opusdeísta, tránsfugas y tercios familiares que se hacen el harakiri delante del rey, Juan Carlos.

Juan Carlos I y Tato Fernández-Miranda

Juan Carlos I y Tato Fernández-Miranda EFE

El día en que la hidra de muchas cabezas tiene una menos, todo el mundo sabe ya que el dispositivo de la Transición se estructura desde la misma presidencia de Gobierno, en Castellana, 3, cuando la Moncloa no es todavía la sede oficial. Torcuato crea las condiciones para superar la llamada Comisión de Leyes y aplicar la reforma; el búnker no se muerde la lengua y el notario Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, arremete contra las mayorías democráticas que no acatan la “ley de Dios”.

A partir de entonces, Torcuato, amigo del presidente Adolfo Suárez, que no nació anteayer, actúa desde un despacho contiguo al del presidente designado, como el más conspicuo liberal. Es el estratega de la Transición, profesor de Derecho y duque de Fernández-Miranda, un privilegio dinástico que de bien poco le sirve para abrir las puertas adecuadas, casi al final de su vida.

Antes del turno de Suárez, Torcuato ya resuelve: concreta con Giscard d’Estaing el apoyo de París y Bruselas al inicio del cambio en España; convence a Kissinger para que Washington mantenga el crédito; actúa de moderador, de supremo árbitro.

Los países vecinos entienden su papel mejor que nosotros. Gobierna con los decretos ley que tiene a mano, pacta un nuevo Concordato con la Iglesia católica a pesar de tener en frente a los obispos recalcitrantes que, después de Tarancón, se niegan a escuchar a Roma mientras el papa Pablo VI sea el sabio cardenal Montini, progresista riguroso.

Torcuato Fernández-Miranda, durante el debate del proyecto de Constitución Española en 1978

Torcuato Fernández-Miranda, durante el debate del proyecto de Constitución Española en 1978 EFE

Él aplica el ideario reformista envuelto en el celofán fascistoide de Arias Navarro. Habla en público con el acento del búnker, pero su concepción del mundo le ha renovado por dentro. Es un demócrata con destellos contrarios a la parafernalia del régimen, cuyos dirigentes aprenden a odiarlo en privado cada vez que Franco le convoca al Prado.

El Valle de los Caídos exige una deuda del Gobierno que Torcuato no quiere pagar y el general hace oídos sordos. Emilio Romero monta dos diarios nuevos para recuperar a la prensa del Movimiento después del descalabro de Pueblo. Pero Tato no quiere tratos económicos con portavoces de papel; no acepta tocar las cosas que no tienen aspiración de mejora.

Lo que le vale para desautorizar a los franquistas de librea y reverencia le sirve también para parar los pies al republicanismo de las élites en el exilio. Cuando aparece por Madrid Gregorio Marañón, el célebre doctor pone unas cuantas condiciones para quedarse. Se vuelve a Buenos Aires sin rechistar después de pasar por las manos de Tato y descartar la inversión del Estado en proyectos millonarios.

Cuando el grupo liberal europeo presiona a la dictadura a través de Tierno Galván, Julio Jáuregui y Josep Andreu Abelló, Torcuato les da la espalda porque es demasiado pronto. Además, convence a José María de Areilza, ministro de Exteriores: “Hazles entender que la posguerra está muy lejos para venir a comunicar a Castellana las cosas que Sánchez Mazas y Gamero del Castillo decían en los años 40”.

Adolfo Suárez jura su cargo de presidente del Gobierno en presencia, entre otros, del Rey Juan Carlos I y Torcuato Fernández Miranda

Adolfo Suárez jura su cargo de presidente del Gobierno en presencia, entre otros, del Rey Juan Carlos I y Torcuato Fernández Miranda EFE

La nostalgia no tiene cabida. Para mostrar su fuerza disuasoria, el Ejecutivo de Arias Navarro utiliza el carisma de Tato en el puente de mando. Estamos todavía en el parlamento designado, no elegido. La política exige el bicameralismo y una ley de partidos. Pero Suárez, ya presidente designado, y Fernández-Miranda ralentizan el cambio para dotarlo de raíces más hondas.

Este segundo representa la mezcla perfecta de autoritarismo y vocación aperturista. Se ha hecho imprescindible en la maquinaria política del Estado en transformación. Si no arranca esgrime su paciencia, pero si todo se pone en marcha, si el futuro, eppur si muove, entra en combustión; es el silente que va a por el tajo. No quiere recordar su infancia; ha oído demasiadas veces los argumentos del vencedor sabiendo que también en España hubo un Campo di Fiori del crimen para el refocilé del brazo militar africanista. No se trata de olvidar, sino, básicamente, de superar; saber quién está y qué es el infierno, ofrecer espacio a la invención, como reclama Italo Calvino en sus metafóricas Las ciudades invisibles.

En abril de 1976, todo está a la vista, pero todo parece intocable. Es bien sabido que se han abierto dos caminos archiconocidos: ¿ruptura o reforma? Un enigma casi infantil que solo alcanzan a contestar con medias verdades los que están allí.

Torcuato Fernández-Miranda

Torcuato Fernández-Miranda RTVE

Los rupturistas quieren una rápida demolición de riesgos imprevisibles, pero el Rey opta por un paso a paso atemperado, sin acrobacias temerarias. “Torcuato le había expuesto con detalle que las Leyes Fundamentales del Movimiento no solo eran modificables, sino también derogables”, escribió Pilar Urbano en La gran desmemoria (Planeta). Si damos valor a la versión literal, Torcuato es el único rupturista con posibilidades reales de romper con el pasado.

El relato institucional señala al Consejo del Reino destinado a escoger entre tres candidatos a la presidencia del Gobierno: Federico Silva, Gregorio López Bravo y Adolfo Suárez. Torcuato preside aquel consejo con voz y voto y, naturalmente, mueve los hilos sin disimulo para que salga elegido Suárez. Después, lanza su célebre frase: “Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que el Rey me ha pedido”. El subjetivismo allana una vez más el espacio de la ciencia y lo puede confirmar la magia de un poeta como Rilke, que expresa así el límite de toda certeza: “Me aterra la palabra de los hombres”.

La táctica de llevar a cabo el gran cambio transitando “de ley a ley” acaba con el encargo de Suárez a varios expertos en derecho, como José Manuel Otero NovasHerrero de Miñón, Eduardo Navarro, Ortí Bordas y Hernández Gil.

Con un montón de papeles en las manos, el presidente llama a Fernández-Miranda, el comodín de toda solución. Tato se lleva a Navacerrada aquel montón de papeles y tres días más tarde se los entrega resumidos al presidente en Castellana con esta nota: “Aquí te dejo esto que no tiene padre”. Otro epitafio, pero de los más densos porque da lugar a la Ley de Partidos.

Aquel reglamento lo contiene todo: partidos políticos, régimen electoral, mesas, presidencias de ambas cámaras, diputaciones permanentes, etcétera. De él nacen las Cortes Constituyentes, anticipo de la Carta Magna del 78, que esta vez no tendrá a ningún Fernando VII ni a ningún duque de Montpensier, Antonio de Orleans, para complotar contra ella.

Juan Carlos I lo designa senador y duque de Fernández-Miranda; la Corona le otorga el Toisón de Oro igualándolo en méritos a Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo-Sagasta o al mismo Antonio Maura, olvidándose de Prim y Prats, aquel general reusense y líder de la Revolución Septembrina, asesinado en la calle del Turco.

Torcuato es un político moderado y radicalmente útil; su ambición consiste en reestablecer el bipartidismo dinástico del ochocientos. Pero su ambición puede calificarse de modesta respecto a la extraordinaria densidad de su obra de Estado, marcada por un enorme reformismo institucional.