Gabriel Rufián

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Política

Me gusta / No me gusta... Gabriel Rufián

Andrea Rodés y Joaquín Romero comentan el perfil político del diputado, candidato de ERC a la alcaldía de Santa Coloma de Gramenet

12 mayo, 2023 00:00
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'Lo que me gusta de Gabriel Rufián', por Andrea Rodés

Lo que más me gusta de Gabriel Rufián es su apellido. “Persona sin honor, perversa, despreciable”, dice la RAE de la palabra “rufián, na”. Supongo que en el cole y en la uni tuvo que aguantar bastantes bromas por apellidarse así, y eso —lo sé por experiencia propia— te curte. ¡Qué vergüenza pasaba cada vez que un profesor pasaba lista y en lugar de decir Rodés, decía “Rodes” (ruedas) y media clase rompía a reír!

Me gusta que sea de Santa Coloma de Gramenet y que sus padres sean inmigrantes andaluces, porque representa bien lo que es —¿o lo que fue?— para mí Cataluña: un país de acogida y oportunidades, un lugar multicultural donde todo el mundo puede integrarse y sumar su granito de arena. Y que sea del Español, como mi primer novio, y que de vez en cuando lleve jerséis de cuello alto, como mi último novio.

Me gusta que adorase a su abuelo. Otra cosa que me gusta de él, y que no sabía: como buen millennial, le gustan las redes sociales y se reinventa como puede para sobrevivir. Hasta ha montado su propio canal de entrevistas, La Fábrica 1931, así que además de político, es un poco periodista (hoy cualquiera es periodista). Las entrevistas se realizan en la antigua colonia textil Can Rosés, en Cornellà de Llobregat, y luego se emiten en YouTube. Por último, me gusta que sea de izquierdas y le guste jugar al Monopoly.

No me gusta Gabriel Rufian

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'Lo que no me gusta de Gabriel Rufián', por Joaquín Romero

Lo menos positivo del diputado de ERC y candidato a la alcaldía de Santa Coloma de Gramenet es su afición al espectáculo, esa pulsión por confundir todo lo que le desagrada con el fascismo, que no es otra cosa que trivializar una de las mayores catástrofes de la humanidad en la historia reciente.

Creo que ese defecto tiene que ver con su verdadera capacidad para la política, que es la de provocador mucho más que la de legislador y no digamos ya de gestor. Lo ha demostrado en el Congreso, donde se recuerda más su imagen exhibiendo una vieja impresora desde el escaño y sus frases tuiteras que una iniciativa parlamentaria con su rúbrica; es más, cuando tuvo la oportunidad de meter la pata hasta la ingle en el trámite de una ley -- la reforma laboral-- lo hizo votando en contra de la mano del PP.

También lo manifiesta ahora en la campaña para la alcaldía de Santa Coloma, donde cada vez que abre la boca roza la prevaricación.