Con estos líderes del independentismo es muy difícil entenderse. “Apreteu” (Quim Torra). Los disturbios “hacen visible el conflicto” (Elisenda Paluzie, ANC). Y los Mossos d’Esquadra, con una investigación interna. Será por dejar que les lancen adoquines.
Estos representantes políticos solo ofrecen truco o matraca. Con ellos no hay opción a trato. Nunca la ha habido. La matraca ya la conocemos; son muchos años de procés. Pero ahora, impotentes algunos, han pasado al truco: sabotajes en las vías del tren, bloqueo de aeropuertos y estaciones ferroviarias, y cortes de calles y carreteras día sí, día también.
Nada tengo que decir de las manifestaciones organizadas y cívicas, como las que realizaron el fin de semana independentistas y constitucionalistas. Pero sí me intriga una reunión callejera que corta --sospecho que sin permiso-- una de las principales vías de acceso a Barcelona cada día desde que el Tribunal Supremo dictó sentencia: la avenida Meridiana en Fabra i Puig. Unos hechos que apenas tienen espacio en los medios de comunicación, pero que afectan a muchos ciudadanos jornada tras jornada.
Fernando Fabra i Puig (Barcelona, 1866-1944) fue un emprendedor y político liberal que dirigió, junto con su hermano, Román, la fábrica textil Fabra i Coats. Hijo de Camilo Fabra i Fontanills, que sufragó la construcción del Observatorio Fabra, fue diputado, senador y concejal, y alcalde de Barcelona entre 1922 y 1923, momento en el que Miguel Primo de Rivera se alzó en armas e impuso su dictadura.
Un siglo después, un grupúsculo se reúne cada día, a eso de las ocho de la tarde, para cortar el tráfico rodado en la avenida Meridiana en el cruce donde termina la rambla de Fabra i Puig y comienza el paseo de Fabra i Puig, al lado de las estaciones de autobús y metro homónimas. De nuevo, Fernando ve frenada su progresión en Barcelona por gente que quiere imponer su ley a la fuerza. Además, parece que el pobre Fabra i Puig no es sospechoso de nada: ni Ada Colau lo ha propuesto para abandonar el nomenclátor.
En cuanto a los integrantes de este grupúsculo, son todos muy guais. Jóvenes guais, estudiantes que, sentados en círculo --si no están de camping en la plaza Universitat--, presumen de estar haciendo una “nueva política” y de estar “engendrando (dixit) una semilla” por el bien de todos. También hay jubilados guais, y otros especímenes que, como los grupos anteriores, dudo que trabajen (más allá de servir cervezas en las barrakas de las fiestas del pueblo) y, si lo hacen, me extrañaría que sea de cara al público. Los más guais van acompañados del perro, se tumban en el suelo, o se llevan sillas de casa.
De todos modos, con el tiempo libre que intuyo que tienen todos ellos, no entiendo por qué eligen las ocho de la tarde, cuando únicamente molestan a quienes van y vienen de trabajar; a quienes les mantienen. En Twitter lo llaman “hacer el memo”.