El 18 de diciembre de 1937, en plena guerra civil española, Pablo Picasso pintó a una campesina enlutada y solitaria con un gesto que evoca un grito de terror. La obra, que puede contemplarse en el Musée Picasso de París, fue bautizada por el autor como La suplicante.

Pese a la transformación corporal que el artista malagueño aplicaba en esa etapa creativa a las figuras humanas, los sentimientos que encierra el gouache son una suerte de quejidos internos en espera de liberación.

El repaso a esa obra enlaza con la figura de una mujer del mundo del estudio y la creación literaria que se pasó a la política. Laura Borràs Castanyer (Barcelona, 1970) --ahora grita desesperada que “es de izquierdas” (sic)-- deberá defender en el Congreso de los Diputados esta misma semana las razones por las que la cámara legislativa debería negar al Tribunal Supremo el suplicatorio con el que procesarla por diferentes y presuntos delitos cometidos durante su etapa como directora de la Institución de las Letras Catalanas, dependiente de la Generalitat.

Lo que constituye un trámite más en un procedimiento judicial que afecta a un político aforado tiene, sin embargo, una importancia manifiesta para el devenir de la política catalana. Que Borràs sea procesada por el alto tribunal supone, de hecho, un golpe a la legislatura catalana tan importante como la propia sentencia del Supremo que deberá determinar en las próximas semanas o meses si confirma las resoluciones anteriores del TSJC que inhabilitaron al presidente de la Generalitat, Quim Torra. A Borràs se le esfumaría su futuro político inmediato y quizá desde Bruselas apuesten por el actual consejero del área tecnológica del Govern, Jordi Puigneró, para los carteles electorales.

Borràs, como la suplicante picassiana, invoca desde el inicio de este asunto de supuesta corrupción una campaña orquestada por el Estado en contra de su figura. Inició ese relato mucho antes incluso de ser diputada en Madrid por lo que la argumentación muestra escasa solidez, aunque mantenga el estímulo de quienes la apoyan. La diputada se ha convertido en símbolo del independentismo más radical. Su figura está íntimamente ligada a la de Torra, con quien colaboró de manera estrecha en sus primeros pasos parlamentarios, y con Carles Puigdemont. Las supuestas formas amables de la diputada no han conseguido, pese a su insistencia, tapar la agresividad de sus planteamientos políticos inmediatos y la violencia implícita de su sustrato ideológico hispanofóbico y conservador.

Ha hecho algún intento reciente por granjearse el favor de los socialistas. Incluso quiso salvar sus muebles personales con una negociación sobre el estado de alarma que no fructificó porque ERC, cansada de ejercer de chico de los recados de sus mayores convergentes, decidió adelantarse y pactar con Pedro Sánchez. Los diputados de Junts per Catalunya en el Congreso no han obtenido ningún rédito con el que puedan regresar a Barcelona ufanos por su utilidad. Ahora ERC puede abstenerse en la votación del suplicatorio o votar a favor con el retintín de que hay que dejar a la diputada que se defienda ante los tribunales y confirme su inocencia. Los últimos cantos de sirena parece que van en esa línea de voto favorable, lo que augura un choque de trenes sin parangón en el seno del independentismo. Un enfrentamiento que, no se olvide, comenzó a ser público desde momento en que Torra dijo que la legislatura estaba concluida una vez se aprobaran los presupuestos.

Borràs es una de las políticas que tiene clara la situación: en Cataluña, salvado el paréntesis de la pandemia, estamos en campaña electoral. Precampaña, por ser más ajustados a los marcos oficiales. La diputada es la encargada de afearle a Gabriel Rufián en el Congreso la conducta de su partido. Léase: extender entre sus acólitos la crítica a los republicanos por la infidelidad al quimérico mandato del 1 de octubre al que apelan cuando no encuentran otro argumento sobre el que descansar. Su victimismo es una versión renovada y ampliada del que Jordi Pujol y otros líderes de Convergència usaron en el pasado, pero sin perder ni un ápice de la esencia.

Cuando el jueves Borràs presente sus alegaciones se abrirá un proceso que proseguirá con las conclusiones de la Comisión del Estatuto de los Diputados. Eso será llevado al pleno, debatido y votado, en una sesión a puerta cerrada y en la que los votos de los parlamentarios son secretos. Lástima que no podamos verles las caras, será una telenovela a la catalana. En la historia reciente del parlamentarismo español todo ese trámite se ha sustanciado en un par de semanas. De seguir la tradición, a finales de este mes podrá saberse si Borràs se sentará en el banquillo de los acusados del Supremo o no. El alto tribunal tendrá, pues, dos decisiones, sobre la diputada y sobre el presidente catalán que condicionarán la vida política catalana.

Es de imaginar la campaña que se desatará contra la justicia española desde el grupo del independentismo (menguante según adelantan las encuestas) que se niega a admitir el fracaso del procés y prosigue todavía anclado en los mensajes emitidos desde Waterloo.

La estrategia de la victimización de este grupo tiene en alerta a todos sus competidores. Por un lado, a los propios republicanos, que pescan sus votos en caladeros comunes con JxCat donde abundan sentimientos identitarios y excluyentes. También afecta a las alternativas que se configuran para devolver al redil del autonomismo a antiguos convergentes huérfanos de liderazgo y hartos de la inutilidad de la situación política actual. El Partido Nacionalista Catalán (PNC), un remedo de su homónimo vasco, echará a andar a finales de este mes. Mientras se ponen las bases y se determinan cuáles serán las personas encargadas de construir un catalanismo centrista y no independentista, todos se mantienen vigilantes para no ser engullidos por el tsunami radical de Torra, Borràs y Puigdemont. Les preocupa, en especial, construir un relato posibilista y pragmático que resulte alternativo a la victimización que vendrá, pero sin enfrentarse a ella.

Antoni Garrell, Marta Pascal, Oriol Puig, Josep Caminal y otros convergentes de piedra picada están urdiendo el proyecto desde hace meses. Les llega la hora de su puesta de largo y de comprobar si son capaces de arrancar 300.000 votos de la Cataluña nacionalista más aplomada. Un resultado que evite nuevas mayorías de gobierno independentista y devuelva la región a un escenario político de orden. Visto que el constitucionalismo no logró en su momento de máxima movilización arrebatar el poder al soberanismo, salvo Vox todos los partidos tienen claro que la progresiva normalización de Cataluña sólo llegará desde soluciones transversales que permitan el nacimiento de un gobierno de reconstrucción para superar el procés.

Hasta que llegue ese momento, de incierto calendario, no se pierdan la actuación de la suplicante Borràs esta semana. Si tan segura está de su inocencia, lo más razonable es pedir que la juzguen y defenderse, ¿no? Se admiten apuestas, pero es improbable que ese sea su argumento.