Ni un día sin que nos desayunemos con un nuevo grupo de empresas catalanas que han decidido cambiar su sede social y sacarla fuera de la comunidad autónoma. Ayer fue el gigante químico Dupont, anteayer la inmobiliaria Habitat y así un no parar de sociedades que deciden trasladar su domicilio sobre todo a Madrid.

Ese goteo constante ha sido presentado por el independentismo como una consecuencia mínima. Hablan de los centros productivos que continúan en Cataluña como si eso fuera lo importante de la cuestión, mientras que los cambios en el centro de decisión fueran un asunto menor. Hubo un tiempo en el siglo pasado en el que se acuñó la idea de que Cataluña era la fábrica de España, pero lo cierto es que en el último cuarto de la pasada centuria Barcelona y su área metropolitana de influencia ganaron en capacidad decisoria en el mundo empresarial con el alumbramiento de un coloso de las finanzas y la industria como ha sido el grupo La Caixa.

Ni el banco Caixabank, ni la Fundación Bancaria que lo administra, ni las participadas en mayor o menor medida (Abertis, Gas Natural, Agbar, Vidacaixa...) han mantenido su sede social en Barcelona. Sólo Saba, donde su consejero delegado, Josep Martínez Vila, y su presidente, Salvador Alemany, tienen fama de soberanistas), parece resistirse en su territorio fundacional, aunque sus negocios se extiendan por doquier.

 

El goteo constante de empresas que se llevan su sede social fuera de Cataluña convierte Barcelona y su área metropolitana en un espacio económico en vías de empobrecimiento

 

Lo que está sucediendo convierte Barcelona y su área metropolitana en un espacio económico en vías de empobrecimiento. La marcha de las sedes sociales incorpora la salida automática de los servicios de valor añadido (jurídicos, contables, de auditoría, consultoría diversa...) hacia el lugar en el que se acaban tomando las decisiones. De poco nos servirá mantener puestos de trabajo en una primera instancia si de la decisión de salida se irá derivando una progresiva traslación, también, del empleo cualificado hacia otras zonas de España donde recalan los grupos societarios que ahora marchan.

El impacto económico de la sangría es todavía un intangible difícil de mesurar, pero algunas aproximaciones en términos de PIB, recaudación fiscal, empleo cualificado y nuevas inversiones hacen presuponer lo peor. Y lo peor, le guste o no al independentismo, es la transformación en una calidad de vida inferior para los ciudadanos afectados por las medidas cautelares adoptadas ya por el mundo empresarial y económico.

En la medida en que Cataluña es vista por sus propios empresarios como un lugar inestable en términos de seguridad jurídica, ya podemos imaginar qué pensarán los inversores exteriores que antes hacían negocios en este territorio sin pestañear. ¿Cómo van a venir ellos si saben que los emprendedores e industriales locales huyen despavoridos ante la situación política?

 

En el nacionalismo existe una especie de resignada admisión de los hechos, pero también consideran que es el tributo a un bien mayor, la ilusoria utopía del Estado propio

 

Lo peor de todo es que en el nacionalismo sigue existiendo una especie de resignada admisión de los hechos. Saben que esto que contamos cada día es así, pero también consideran que es el tributo a un bien mayor, la ilusoria utopía del Estado propio. Que entre el independentismo abunden las clases pasivas, el funcionariado y otras tipologías de empleados no dependientes del todo del libre mercado es la única forma de entender que los sindicatos catalanes, tan altivos ellos en defensa de algunos derechos, están viendo atravesar las empresas sin lanzar una voz de alarma desesperada para llamar a la cordura y frenar el desvarío en el que nos hemos sumergido. Por no citar a las patronales, que mientras la mayoritaria parece animar a los suyos a seguir el camino de cruzar el Ebro, las pequeñas Pimec y Cecot parecen no enterarse de la desertización empresarial a la que asistiremos en los próximos años.

Con su actuación, algunos independentistas han querido que Cataluña sea la fábrica de España. Curioso que eso sea alentado por quienes aspiraban a convertir su tierra en un espacio más próspero y rico. Cuando veamos que por la comunidad autónoma sólo circulan batas y monos azules y que para decidir la continuidad de un centro fabril aquí será necesario desplazarse a Madrid u otros puntos de España, quizá los incrédulos de hoy empiecen a darse cuenta del destrozo al que nos han llevado en el futuro.

Pero estén tranquilos, que en las tertulias de las radios y televisiones públicas seguiremos hablando de presos políticos y en los medios subvencionados se seguirá alentando cabalgatas de reyes de color amarillo. Cualquier cosa menos admitir los errores y tratar de lo importante, que eso es cosa de los colonos españoles...