Circula entre los círculos más o menos catalanistas –y eso incluye aquellos conversos independentistas de ida y vuelta a quienes nos referíamos hace días en esta misma columna— la idea de que Jordi Pujol se equivocó al confesar que tenía una cuenta oculta en Andorra. Las investigaciones sobre la Operación Cataluña, relativa a la guerra sucia contra el secesionismo, ponen ahora en cuestión los procedimientos judiciales seguidos contra los cerebros del procés. Y de paso, los que afectan a la trama de corrupción de la familia Pujol. Por tanto, cobra peso la tesis de que esas causas abiertas, incluidas las mordidas del 3%, han quedado contaminadas por las barriobajeras maniobras del comisario José Manuel Villarejo y el exministro del Interior Jorge Fernández.

Uno de los motivos aducidos por el propio expresidente catalán para admitir en 2014 su estafa fiscal fue su sentimiento de culpa y su necesidad de pedir perdón. Porque Pujol no solo es un defraudador confeso, sino un confeso católico. Su fe marcó un largo mandato aunque sufrió algún que otro disgusto, como el rechazo del papa Juan Pablo II a escuchar sus reivindicaciones soberanistas durante su visita a España en 1982. “No nos quieren”, exclamó Marta Ferrusola, compañera de vida y corruptelas del exlíder de CDC.

Igualmente creyente, hasta extremos exacerbados, es Jorge Fernández. Como San Pablo, “se cayó del caballo” en Las Vegas, donde se reencontró con Dios y con su ángel de la guarda, Marcelo. El propio Fernández ha explicado esa travesía del desierto (de Nevada) que ahora se prolonga política y judicialmente en forma de ostracismo social. Pujol y Fernández son dos renglones torcidos de Dios, frase que evoca el título de la novela de Torcuato Luca de Tena y que en su origen advierte contra la perversión de las ideologías.

La fe patriótica conduce a la exclusión, al discurso único, al rechazo de todo aquel que disiente. El nacionalista Pujol evadió dinero acumulado gracias a su condición de president, lo que le permitió crear desde la Generalitat una red clientelar para hacer negocios. En sus comparecencias mediáticas y parlamentarias, ha asegurado que sus convicciones religiosas le impiden lucrarse, que ha dedicado su vida a la nación catalana y que ¡cuidado! porque “si se mueve una rama del árbol, caen los nidos”. De eso a perpetuar la idea de que si se ataca a Pujol se ataca a Cataluña –Banca Catalana-- va muy poco.

Si Pujol no hubiera confesado su delito, aseguran ahora algunos juristas, hoy podría ser exculpado gracias a las malas artes de Fernández y sus espías. Su entorno, liderado por Artur Mas, reivindica de nuevo su figura. No ocurre lo mismo con el exministro del Interior, en cuyo comportamiento ven algunos la literalidad de los renglones torcidos de Dios del citado libro, esto es, una supuesta enajenación que podría beneficiarle ante un tribunal.

Su último artículo periodístico, en el que asegura que solo el Inmaculado Corazón de María acabará con la guerra de Ucrania, es muy inquietante. Jorge Fernández, otro falso patriota que confunde las instituciones con los intereses particulares, deberá rendir cuentas por la Operación Cataluña y es muy posible que su fe –la religiosa y la nacionalista— le lleve a sentirse un incomprendido. El resto, así lo creen Pujol y Fernández, somos unos desagradecidos.