Gracias a la chapucera operación Cataluña impulsada por los espías de Jorge Fernández, la vieja Convergència ya tiene la gran coartada para volver al escenario político catalán cargada de legitimidad a pesar de sus mochilas judiciales. Un efecto bumerán no calculado por el comisario Villarejo y los dirigentes del PP que jugaron a ser conspiradores, y que retrotrae a los tiempos en los que CiU y el PP –también el PSOE, pues no hay que olvidar cómo acabó el caso Banca Catalana-- se tapaban las vergüenzas a cambio de garantizar la estabilidad de los gobiernos español y catalán. Era la época del llamado oasis catalán.

Curiosamente, ese término fue acuñado por el expresidente del PP catalán Josep Piqué en fechas anteriores a que Pasqual Maragall pronunciara la mítica frase, dirigida al entonces jefe de la oposición, Artur Mas: “Ustedes tienen un problema que se llama 3%”. El caso Palau se convirtió en el paradigma de las corruptelas convergentes, lo que acabaría obligando al partido a cambiar de siglas, mientras abrazaba el independentismo a modo de cortina de humo total.

No ha sido fácil, porque la ingeniería financiera de este tipo de delitos es cada vez más sofisticada, demostrar judicialmente los fraudes de la familia Pujol o los pelotazos sanitarios de personas afines a una CDC business friendly. La labor de jueces y fiscales queda ahora empañada por las malas artes de Villarejo y Fernández, quienes en su empeño de neutralizar el independentismo, se sacaron de la manga informes para hacerlos circular por determinados medios de comunicación. El caso de Xavier Trias es muy particular, pues solo un diario se creyó lo de la cuenta bancaria en Suiza. La información procedía de una fuente oficial, lo cual le daba una cierta credibilidad. Pero cómo de burdo sería ese dosier cuando el resto de la profesión periodística se dio cuenta al minuto uno de que eso no se sostenía.

Trias es actualmente candidato a la alcaldía de Barcelona. Ha devuelto la ilusión a determinados sectores sociales y económicos que ven en el retorno de la vieja CDC la mejor vía para acabar con el mandato de Ada Colau. Son sectores a los que no agrada la confrontación que predica Junts per Catalunya (JxCat). El partido lo sabe y de ahí que, en los últimos días, se estén produciendo movimientos en favor de regresar a las esencias convergentes. La reunión entre el secretario general de JxCat, Jordi Turull, y el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, va en este sentido. Hasta ahí bien.

El problema es que, en esa enésima catarsis, Jordi Pujol está ocupando un protagonismo inusitado. Así, mientras los irredentos puigdemonistas blanquean los delitos imputados a Laura Borràs, presidenta del partido, otros dirigentes como Artur Mas aseguran que el expresident se equivocó al confesar que tenía una cuenta oculta en Andorra, mientras le acompaña a todo tipo de actos públicos y calçotades de germanor neoconvergentes.

Los birriosos servicios de inteligencia de Jorge Fernández, donde no faltan amantes despechadas –Victoria Álvarez, la ex de Jordi Pujol Jr.— y micrófonos escondidos en restaurantes, han logrado que el esfuerzo de la judicatura quede ahora empañado. O, cuando menos, que la old CDC expíe sus culpas. Es poco probable que el exministro del Interior, el mismo que compadreó con Daniel de Alfonso, juez cesado como director de la Oficina Antifraude de Cataluña por participar en ese complot contra independentistas, pretendiera con sus malas artes el retorno de un nacionalismo pujolista que sentó las bases del traumático procés. Pero, de momento, eso es lo que está logrando. Nos quedan, eso sí, las conversaciones subidas de tono de Alícia Sánchez-Camacho con Vicky Álvarez (para echar unas risas) y la constatación de que el PP utilizó las instituciones públicas para su intereses partidistas (para llorar).