Henrik Ibsen (1828-1906) era un dramaturgo noruego al que muchos consideran el verdadero padre del teatro moderno. Su obra cumbre, considerada en su tiempo una especie de precursora del feminismo porque cuestionaba las rígidas normas matrimoniales vigentes, se estrenó el 21 de diciembre de 1879 en el Teatro Real de Copenhague. Se llamó Casa de muñecas.

Carles Puigdemont (Amer, 1962) es un político catalán huido de la justicia española y que custodia desde Bélgica parte de los restos tuneados de la antigua Convergència Democràtica de Catalunya. Presidió la Generalitat por accidente político, hizo en 2017 una declaración unilateral de independencia y la suspendió unos minutos más tarde. Al cabo de muy poco tomó las de Villadiego en dirección al centro de Europa con el propósito de zafarse de la acción de la ley a la par que martilleaba a España como paradigma de la represión y el fascismo genético en su sistema democrático.

¿Qué relación guardan Ibsen y Puigdemont? Nada que ver en términos literarios, por supuesto. El catalán jamás pasará a la historia profesionalmente como periodista o autor (se supone) de libros mediocres y hagiográficos respecto a sus experiencias. Pero el sabio escritor escandinavo popularizó un aforismo que ensambla como dos piezas bien lubricadas con las últimas hazañas del catalán. “Hay algo de servil, de turbio, en el hogar que se mantiene de préstamos y deudas”, sentenció.

Junts per Catalunya, el partido del fugado de Waterloo, acaba de pedir a sus fieles que le concedan préstamos. Una operación de mínimo 1.500 euros (pero que pueden ser más) a un interés de euríbor más dos puntos básicos. La deuda, que tiene por supuesto destino financiar la campaña electoral, se pagará al cabo de un año cuando la formación política cobre las subvenciones públicas devengadas de acuerdo con el resultado que obtenga en las elecciones autonómicas.

Créanme que si la iglesia ha sido capaz de financiarse gracias a las donaciones de sus creyentes; que si el cepillo se ha modernizado y acepta tarjetas de crédito o pago con móvil; los fieles de Puchi acabarán pasando por caja y convirtiéndose en acreedores de esa especie de bono patriótico para que su líder recupere la notoriedad que consideran hurtada de forma ilegítima y prosiga con sus golpes al Estado.

No se extrañen si más de un millar de personas, muchas de ellas vinculadas con las administraciones o el sector público de Cataluña, firman esos créditos para contribuir a una causa que consideran suya. Quizá sean los únicos que lo harían masivamente. Ellos y quizá los socios del Barça si Joan Laporta gana las elecciones a la presidencia del club y en poco tiempo hay que rescatar a la institución con una derrama popular que evite una eventual quiebra técnica.

A Puigdemont y a los suyos --ese equipazo que lideran Laura Borràs (carne de inhabilitación) y el gasolinero chisposo Joan Canadell-- les ha sentado a cuerno quedado que el PDECat heredara los derechos y haberes de la coalición. Pero, claro, es que al fugado y a quienes le acompañan en el viaje a la radicalidad les parecía tibio el independentismo de los sucesores de Artur Mas y Jordi Pujol. Así que han acabado peleados, siguen sus caminos por separado y, según las encuestas, unos se llevan el dinero y el legado y otros la posibilidad de convertirse en una de las tres primeras fuerzas políticas.

El resultado de las próximas autonómicas es hoy tan imprevisible que puede alumbrar combinaciones estratosféricas. La demoscopia muestra una tendencia, pese a que la gran cantidad de indecisos que se detectan y el efecto que pueda suponer la abstención en estos tiempos de pandemia son insondables para atribuir con certeza un resultado final en términos de escaños parlamentarios.

Lo cierto es que muchos catalanes se sentarán en esta ocasión frente a su televisor con el móvil en la mano para saber si ganan los suyos en el casino del Parlamento catalán, pero no será la única motivación. Habrá quien esté atento para garantizarse el cobro de un interés del 1,5% a los 1.500 euros (unos veintipocos eurillos) prestados al mesías belga. Sí, sí, hagan broma con esto, pero en el país de las tietas, los payeses del tractor indepe y la pela és la pela, como Puigdemont fracase y sea incapaz de retornar los créditos patrióticos caerá en mayor desgracia que por engañar y burlarse de su feligresía durante tanto tiempo. Lo dijo Eleanor Roosevelt: “El que pierde dinero, pierde mucho; el que pierde un amigo, pierde aún más; el que pierde la fe, lo pierde todo”. Dicho queda.