Por mucho que Junts per Catalunya (JxCat) se empeñe en ver a Jordi Muñoz como una especie de maligno Tezanos catalán, lo cierto es que el Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat marca tendencia. Y esta es que PSC y ERC son vistos por el votante como los partidos que representan actualmente la centralidad. El último barómetro otorga a los socialistas una nueva victoria --olvidamos que ganó las elecciones autonómicas de 2021--, pero en este caso más amplia, mientras que los republicanos quedarían en segundo lugar. El sondeo otorga un monumental castañazo a JxCat.

Los neoconvergentes no han tardado ni medio segundo en asegurar que el Govern en solitario de Pere Aragonès manipula los datos en su favor --la verdad es que este partido baja en escaños-- y se encomiendan, por enésima vez, al retorno a España de Carles Puigdemont, a ver sí así se anima el electorado o, cuando menos, se recompone la unidad independentista.

Guste o no, y eso va también por los detractores del secesionismo, socialistas y republicanos representan ahora el voto útil, el menos populista, el más alejado de la confrontación vivida en los momentos álgidos del procés. PSC y ERC son considerados como la única salida al mantra identitario, a la inestabilidad económica, a la incertidumbre jurídica derivada de la desobediencia a las leyes. Es cierto que a los republicanos todavía les queda un viraje más en su bitácora secesionista, que pasa por dejar atrás rencores y complejos, y anteponer la realidad a proyectos ilusorios.

Obviamente, las encuestas no son infalibles y de aquí a las elecciones municipales pueden pasar muchas cosas. También después, porque será el momento en que ERC y Junts midan su músculo, lo que puede dar lugar a unas elecciones autonómicas (de nuevo) anticipadas. Pero los neoconvergentes ya no pisan tanto los talones a Esquerra, que ahora tiene para sí sola el arrollador aparato mediático y gubernamental que supone gobernar la Generalitat. Aragonès se encuentra en una situación de debilidad, sí, con solo 33 diputados, pero parece que su partido comienza a entrar en razón, levantando el cordón sanitario que Oriol Junqueras impuso al PSC con la finalidad de negociar los presupuestos de 2023.

Acabemos con la farsa: la mesa de diálogo entre Gobierno y Generalitat no avanza --y eso va por los apocalípticos que consideran “golpista” esa negociación--, mientras que ERC acaba de permitir que se tramiten las cuentas del Estado. Con encorsetamientos ideológicos va a ser muy difícil avanzar. En Junts lo saben, y aunque se sigue dando coba al sector más ultra, el que representa Laura Borràs y Francesc de Dalmases, es cuestión de tiempo que los neoconvergentes se den un último baño de realidad y también den la batalla por una centralidad que no representan ahora. Que Elsa Artadi, otrora miembro del núcleo duro de Puigdemont, se haya incorporado a Foment del Treball debería dar que pensar, y mucho, al indeciso Jordi Turull.

En 2017, la victoria de Ciudadanos fue interpretada por el independentismo, que finalmente sumó, como consecuencia de unas elecciones convocadas a la fuerza por la aplicación del artículo 155. En 2021, y tras un amago de suspender los comicios por la pandemia, el triunfo del PSC también fue ninguneado por unas formaciones secesionistas, ya mal avenidas, pero condenadas a entenderse. El tiempo ha demostrado que ERC y Junts se odiaban.

La encuesta del CEO, así como otros sondeos publicados por los medios de comunicación, amplían los resultados del partido liderado por Salvador Illa, mientras que el populismo de Junts y Vox cae. Especialmente significativa es la remontada del PP, lo que confirma ese regreso a la moderación del votante catalán. Algo que ya apuntaban las elecciones andaluzas y su regreso al bipartidismo, no extrapolable a Cataluña, pero que auguraban una reubicación de PSC y PP. Los socialistas lo hacen por lo alto, mientras que los populares de Alejandro Fernández, que no han sucumbido al discurso duro de la ultraderecha, recuperan posiciones, y de qué manera.

Ni Junts refundado --llegan tarde-- ni Espai CiU --con PDEcat y Convergents erigidos en herederos legales del caso 3%-- ni cualquiera de esas plataformas/confluencias que están apareciendo de cara a las municipales, tienen la capacidad de arrastre del votante moderado. Tienen a su favor la abstención que puede provocar el hartazgo de una ciudadanía respecto a unos gobernantes que dan prioridad a sus peleas --memorable el último round entre otros eternos antagonistas, Artur Mas y Josep Duran Lleida-- en lugar de afrontar la crisis energética y la inflación. Aunque sea pactando con el enemigo. Unos gobernantes que, hoy por hoy y desde hace diez años, han sido parte de los problemas de los catalanes, no de la solución.