El presidente del Gobierno acaba de hacer una performance ante la flor y nata del empresariado español señalando cuál es el camino que recorrerá el Ejecutivo para llevar a buen término no solo la gestión del día a día del país, sino cómo aprovechar los ingentes recursos que la Unión Europea pone a nuestro alcance para afrontar esta crisis.

Bruselas ha dado un giro de 180 grados en su política económica y, frente a la doctrina de la austeridad de hace 10 años, ahora rectifica y genera un cañonazo de dinero tremendo del que España se beneficia nada menos que con 140.000 millones de euros.

La Administración central, el Gobierno o el Estado, como les gusta decir en Cataluña a los nacionalistas, ha recibido el encargo de canalizar proyectos productivos capaces de incentivar la economía.

Pedro Sánchez debería señalar cuáles son las líneas por donde han de discurrir los planes que presente España para aprovechar esa financiación europea, una oportunidad única en la historia. Hace bien en no entrar al trapo de los retos de opereta de Quim Torra y ERC, pero a estas alturas el Gobierno debería haber diseñado ya una estrategia merecedora de los fondos europeos, incluso sin la hipoteca de Podemos, más preocupado por marcar un perfil propio que por elaborar un proyecto de país viable.

Estamos en un momento crítico. Hay quien habla razonablemente de una gobernanza de concentración --lo que ha costado el cuello a sus promotores--, pero lo que está fuera de toda duda es que el partido que ganó las elecciones y que como tal asumió la responsabilidad de gobernar está obligado a dar un paso al frente y asumir las consecuencias.

Los mandamases del Ibex aplauden el discurso de Sánchez, como lo hicieron con Rajoy y Zapatero. No significa nada: la cuestión está en saber a dónde vamos. El Santander, Inditex, Iberdrola o cualquier otra gran empresa tienen el rumbo trazado y pueden funcionar por su cuenta, pero ¿y el conjunto del país? El Gobierno debe tener capacidad para fagocitar ese talento, dicho sea en el mejor sentido de la expresión. ¿Sirve de algo estar en la Moncloa y no poder contribuir al futuro de nuestras empresas, ayudándolas y, a la vez, aprovechándose en ellas? Editar el BOE es muy importante, pero no basta. Hay que tener una idea de país, de futuro, eso que ahora llamamos proyecto.

La transformación digital de la economía, la transición ecológica, más cohesión a favor de la justicia social y el cambio feminista en las mentalidades y reglas sociales son los cuatro ejes en los que el Gobierno orienta su política de futuro, tal como ha explicado Sánchez, unas coordenadas que son tan ambiciosas como ambiguas. Ahora mismo tiene el deber de plasmarlas en una ley de Presupuestos Generales del Estado para la que no cuenta cono apoyos suficientes: esa es precisamente la tarea que le exige el país y a la que tiene que hacer frente cueste lo que cueste. Porque, más allá de los enunciados más o menos atractivos, España no podrá aprovechar los apoyos europeos si carece de un plan creíble para transformarlos en inversiones productivas. Sería imperdonable.