Las revoluciones de los años sesenta, esas que acaba de descubrir Quim Torra --su mutación en activista de los derechos civiles con coche oficial y recién creada escolta privada de Mossos es digna de análisis--, nos prometían "escarmientos o paraísos". La frase es del argentino Jorge Barón Biza y aparece en la desgarradora El desierto y su semilla. El independentismo más irredento nos promete ambas cosas: castigo a los disidentes y felicidad en la nueva república.
De lo primero dan fe los carnés de catalanidad que reparten algunos desde hace tiempo. Sobre lo segundo hay que recordar que, ya en tiempos de la reforma estatutaria, ICV quiso regular el "derecho a la felicidad". Nadie hizo caso a los ecosocialistas, cuyo heredero, Antoni Morral, ocupa ahora la secretaría general de La Crida Nacional, ese movimiento o partido --existe cierta indefinición al respecto-- constituido el pasado sábado para rendir culto a Puigdemont y a una Cataluña felicísima tras la independencia.
A medida que se acerca el juicio del 1-O aumenta la extravagancia discursiva de determinados dirigentes políticos que ven en esa vista oral la última oportunidad para animar a su electorado. Me refiero al propio Torra, a su núcleo duro --cada vez más fraccionado-- y, por supuesto, a Carles Puigdemont, que vuelve a arrogarse la condición de presidente legítimo, esto es, el derecho a ser investido. para hacerle la puñeta al presidente del Parlament, el republicano Roger Torrent.
El de Girona contraprogramó el martes la conferencia-holograma de Oriol Junqueras, líder de ERC, con un acto en Irlanda. "Tendré paciencia hasta la sentencia, después cada uno explicará lo que deba explicar", asegura el fugado. ¿Acaso pretende escarmentar a alguien? "Me quedé por responsabilidad", afirma el preso preventivo. Zasca en toda regla a quienes se "exiliaron" con los gastos pagados.
El tiempo dirá si ambos secesionistas bajan al barro porque, acabemos con la farsa, la mayoría de los catalanes lo estamos deseando. Tanta pelea latente, tanta batalla soterrada entre Puigdemont y Junqueras no puede ser buena y, solo cabe desear que no nos quede un escenario de posguerra en Cataluña tras unas elecciones que ya tardan. Ayer supimos que Barcelona estuvo a punto de perder el año pasado el Mobile World Congress (MWC) debido al procés. Y si el concepto fuga de empresas irrita a los secesionistas, hablemos entonces de las que pudieron venir y no lo hicieron. Del coste de oportunidad. En ese sentido apuntaba el presidente de la Cámara de Comercio Británica en España, Christopher Dottie, en una entrevista en Crónica Global.
Hablemos también de la ausencia de unos nuevos presupuestos de la Generalitat que reviertan, por fin, los durísimos recortes aplicados por los protoconvergentes de La Crida --Artur Mas, Andreu Mas-Colell...--. O del caos de la Renta Garantizada de Ciudadanía. O la crisis de los menores extranjeros no acompañados. O la pobreza infantil, que casi alcanza el 30%. O del bloqueo del Parlament que, cíclicamente, provocan los independentistas en protesta ante la "represión del Estado español". El penúltimo alarde de ingenio de los procesistas es reducir a la mínima expresión, o incluso suspender, el próximo Pleno si coincide con el juicio del 1-O. El caso es no trabajar. Oye, que a lo mejor ese es el paraíso soñado por los independentistas...