En 2015 y como candidata, Inmaculada Colau Ballano mantenía que el Mobile World Congress no era sostenible, que había que auditarlo. Unos meses más tarde, en 2016, le hizo un feo al Ejército en el Salón de la Enseñanza. Después arremetió contra los cruceros que atracan en la ciudad y contra el desarrollo del aeropuerto de El Prat. Durante todo el tiempo en el que ha ejercido de alcaldesa ha mantenido posturas políticas y de gestión contrarias al desarrollo turístico de Barcelona y de frontalidad contra su tejido productivo y empresarial en aspectos concretos como la movilidad o el urbanismo, por ejemplo.
Hace unos días, Ada Colau anduvo por el congreso de tecnología móvil más importante que se celebra en el planeta y que decidió que la Ciudad Condal fuera su sede operativa. Se acabaron las salidas de tono, los mensajes críticos subliminales y la alcaldesa ejerció su papel institucional de manera irreprochable en los actos oficiales. Repartía sonrisas. Ha ejercido de anfitriona del Rey y ya trata con fondos de inversión, empresarios (tiene predilección por Jaume Roures) o militares sin el revanchismo de sus primeros años.
No es que haya cambiado de opinión súbitamente (el urbanismo táctico, la negativa al Hermitage o a la ampliación del aeropuerto son muestra viva de su encastillamiento), pero diríase que a la radical activista de las hipotecas le ha salido alguna muela del juicio. En esa leve inclinación hacia la cordura política pesa que perdiera las últimas elecciones municipales y necesitara del PSC y del voto de Manuel Valls para gobernar. Tiene también mucho peso en el viraje hacia la normalidad que exportara a Madrid a dos de sus más estrechos y beligerantes colaboradores (Jaume Asens y Gerardo Pisarello).
Es cierto, recordarán los lectores más informados y críticos con la primera edil, que el papel de Eloi Badia y Janet Sanz en el gobierno municipal es capaz de encolerizar a colectivos de cualquier signo por su petulancia política revestida de falso diálogo. Sí, en ese sentido poco ha cambiado con el primer gobierno municipal que presidió. Sin embargo, el hundimiento del fenómeno podemita en las elecciones autonómicas más recientes y la salida por la puerta trasera de su líder Pablo Iglesias han empezado a actuar como un bálsamo de Fierabrás en las alucinaciones políticas de los dirigentes del populismo progre. Era más fácil prometer vivienda asequible que promoverla; era más sencillo dedicarse a las oenegés que a resolver los problemas de seguridad; con la vara de mando en la mano la realidad brilla más que la propaganda…
Colau y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, son los dos principales activos de la formación que representan. Y su participación en el Gobierno español junto con la alcaldía de Barcelona son los dos únicos pedestales que han conseguido preservar después de su súbita efervescencia y posterior dilución.
La alcaldesa sigue sin un proyecto para Barcelona. Sus actuaciones se definen de manera principal por oposición a cualquier iniciativa que no salga de su red clientelar de subvencionadas entidades. En eso, salvo el tono, que es mucho más bajo, menos gritón, todo sigue más o menos como de costumbre.
Inmaculada no es más dulce de la noche a la mañana porque haya reflexionado que un alcalde lo es de todos los ciudadanos a los que representa. No, la razón última de ese maquillaje con el que edulcora sus más recientes apariciones públicas tiene que ver con su voluntad de presentarse de nuevo como candidata de Barcelona en Comú a las próximas elecciones locales de 2023, tal y como desvelaba ayer Metrópoli Abierta.
El partido se saltará a la torera sus propios principios éticos de permanencia en los cargos. Saben que Colau es la única carta para retener el poder en Barcelona. Mientras algunas voces de la sociedad civil han comenzado a preparar alternativas para gobernar la ciudad, a la par que el PSC intenta recomponer la figura de su hombre en el ayuntamiento barcelonés y ERC debate si el Tete Maragall es el candidato idóneo cuando llegue el momento, la alcaldesa ha iniciado también una campaña para limar su imagen de los aspectos más abrasivos que han protagonizado su mandato.
Los ciudadanos de Nou Barris, Sant Martí, Sant Andreu (¡menudo lío se ha montado con las basuras!) verán pronto y a menudo a la alcaldesa de Barcelona por sus calles. Es allí donde los comunes consiguen la mayor parte de su electorado e intentarán retenerlos. Son los barrios donde se librarán las principales batallas en los dos años que todavía restan hasta la próxima cita con las urnas locales. Y el resto de la ciudad deberá conformarse con una alcaldesa menos agresiva, quizá menos participativa en los debates de política catalana y española (una vez descartada la posibilidad de escalar), una Colau menos esperpéntica y belicosa. Sin una visión global de Barcelona, pero con el foco puesto en su futuro.
Que ningún navegante quede sin avisar: lo que empezamos a atisbar no es una nueva Colau, sino una campaña destinada a que Colau prosiga, de nuevo, tras cumplir ocho años como alcaldesa.