Es una convergente de pata negra. Y no hay catarsis o cambio de siglas que lo pueda negar. Laura Borràs se ha convertido, por méritos propios, en el símbolo de una forma de hacer política basada en un nacionalismo clientelar, muy ajeno al interés general pero que garantiza contratos, colocaciones y, sobre todo, una cortina de humo sobre las miserias internas.

Valga el juego de palabras, lo que no cuenta Borràs son los números de ese chiringuito, uno de tantos de los que sí hemos dado cuenta Crónica Global, que es la Institució de les Lletres Catalanes (ILC), que ella dirigió entre 2013 y 2018. Unos números que la muy catalana Sindicatura de Cuentas asegura que no cuadran. Es decir, que hubo fraccionamiento de contratos --en el informe aparece el amigo de la diputada de Junts per Catalunya (JxCat) que supuestamente se benefició de esas adjudicaciones-- y que el pasivo corriente estaba infravalorado en 1.028.393 euros.

Lo de la muy catalana Sindicatura va por los argumentos de la propia Borràs cuando el Tribunal Supremo le abrió una investigación al respecto por prevaricación, fraude a la Administración, malversación de caudales públicos y falsedad documental. La política independentista tiró del manido “Estado opresor” para rechazar las acusaciones, algo que ahora no puede hacer. A no ser que también vea una mano negra en ese órgano fiscalizador dependiente del Parlament.

A Gabriel Rufián, que aprovechó su intervención en el pleno del Congreso para arremeter contra las corruptelas de los socios de ERC en el Govern --Caso Palau, recientemente confirmado por el Supremo, caso 3%...--, se le olvidó incluir a la diputada neoconvergente. El informe de la Sindicatura se hizo público minutos después del discurso del portavoz republicano, quien solemnizó la pugna preelectoral entre Junts y ERC, en ese momento abonada también por TV3. La televisión catalana ha intensificado en los últimos días sus diatribas matinales contra la gestión de la Consejería de Salud ante el coronavirus. Léase fracaso en los tests rápidos y residencias. En manos de ERC, claro.

Sin embargo, estas dos formaciones independentistas estaban ayer más unidas que nunca: en el ‘no’ a la prórroga del estado de alarma decretado por el Gobierno. Volvieron a formar tridente con la CUP, este extraño partido antisistema que sigue codeándose con los herederos de la CDC capitalista, business friendly y defraudadora. Las simpatías de los antisistema por la alcaldesa de Girona, Marta Madrenas, como presidenciable si cae finalmente Quim Torra, son muy comentadas en los mentideros políticos, aunque en esta ocasión han ido acompañadas de un posible apoyo republicano que es falso.

Que Mireia Vehí acuse al Gobierno de utilizar el estado de alarma para “saquear las arcas públicas” supone el paradigma de la doble moral, cuando no de ese cinismo cupaire consistente en correr un tupido velo sobre otro saqueo, el de los recortes en políticas sociales ejecutados por el expresidente Artur Mas. Lograron su cabeza, sí, pero mantuvieron a los convergentes como Borràs en el poder.

Solo el miedo al activismo de JxCat y las disputas internas pueden explicar el viraje de ERC hacia un “no” compartido con Vox, que antepone el interés de partido por encima del bien común. Encuestas internas justificarán ese giro donde, como se ve, se mantiene esa incómoda bicefalia formada por Oriol Junqueras y Marta Rovira. Desgraciadamente, parece que queda mucho tiempo para las elecciones catalanas, por lo que resulta difícil hacer pronósticos. Pero lo que sí es evidente es que el activismo independentista se ha desinflado, que la Assemblea Nacional Catalana (ANC) se desangra, debido precisamente a las pugnas partidistas y también a la pérdida de socios y de financiación, mientras su presidenta, Elisenda Paluzie, renueva su deseo de convertirse en rectora de la Universitat de Barcelona. Es decir, que tiene la cabeza en otro sitio.

En paralelo, poco o nada se sabe de los bravucones de los CDR, más allá de alguna algarada minoritaria contra la ayuda del Ejército en determinados municipios.

Por tanto: ¿a qué le tiene miedo ERC?