El Parlament ha suspendido por primera vez en su historia a una presidenta. La mayoría de la Mesa aplicó el reglamento interno a Laura Borràs y le ha apeado de su cargo y de su escaño como diputada por la apertura del juicio oral que le afecta. Una causa en la que está acusada de prevaricación y falsedad documental por trocear contratos de la Institución de les Lletres Catalanes (ILC) y darlos a dedo a un amigo cuando la encabezaba.

Más allá de una nueva jornada de gesticulación en el Parlament -- el jueves había en los pasillos más miembros de JxCat que venían a posar en la foto que diputados--, nada cambiará. La cámara catalana seguirá su día a día con la republicana Alba Vergés como presidenta en funciones y varias voces neoconvergentes ya han advertido de que ahora no se puede romper el Govern.

De forma pública alegan que se debe evitar dar vía libre a ERC para reeditar el tripartito con PSC y comunes, aunque hay otro elemento capital: el número de cargos públicos que están en juego. Tampoco nadie de esta formación ha movido un dedo para romper el acuerdo con los socialistas en la Diputació de Barcelona. Borràs ha lanzado las ejecutivas locales que les son fieles, sin demasiada suerte.

Todo ello forma parte de una realidad política tozuda en Cataluña: que del dicho al hecho, hay un (gran) trecho. La incongruencia entre el discurso público (los gestos) de JxCat y su actividad política real es cada vez más notoria, y eso a la larga tiene consecuencias entre su electorado. El mismo que está instaurado en el fenómeno fan que representa Laura Borràs, capaz de congregar a 50 personas en la última semana de julio a las 12 del mediodía (con el calor que hacía entonces) a las puertas del Parlament para apoyarla e increpar a los partidos políticos que votaron su suspensión.

Ella respondió a la altura de este hooliganismo. Señaló a los cinco diputados de la Mesa de ERC, PSC y la CUP que votaron a favor de su suspensión y lanzó contra ellos el odio de sus fans. Respondieron a la altura en Twitter, la red social que ha mutado a un compendio de memes y de voces enfurecidas. Y así se retroalimentan.

Populismo, sí. Pero también se pasa página a una radicalidad que incomoda incluso a un independentismo que se mueve hacia posiciones más templadas y posibilistas, las que representa ERC (y las encuestas, por ahora, les avalan). Que se cierre o no el capítulo dependerá de lo que ocurra los próximos meses y, sobre todo, de la vuelta al cole a un Parlament donde ya no estará Laura Borràs.