La crisis política amamantada por el soberanismo en los últimos años y el in crescendo que procuraron en los últimos años, en especial en los últimos meses, hacía difícil una solución política diferente a la que ayer el Consejo de Ministros decidió aplicar. El uso del artículo 155 de la Constitución de 1978 era la única formula posible para relevar a unos políticos en posición de rebelión y que habían hecho saltar por los aires el edificio de orden jurídico colectivo sin usar la vía democrática, sino que se saltaban todas las normas comunes mientras cantaban libertad, un ejercicio de cinismo que quizá hoy no se vislumbre con claridad, pero que seguro que la historia será capaz de analizar con mayor distancia y menor sentimentalismo del que ha invadido a una buen parte de los historiadores catalanes.

Poner en marcha el 155 era una necesidad para la mitad de Cataluña. Defender esas posiciones democráticas se realiza en silencio. Es un hemorroide político, lo llevamos como un padecimiento interior, pero un sufrimiento al fin y al cabo. El Estado no podía permitir una afrenta más de un Gobierno temerario que había reventado el Parlamento regional saltándose no ya la Constitución española sino el propio Estatuto de Cataluña votado por los ciudadanos del país.

El desafío al Estado había llegado demasiado lejos --con independencia de errores políticos como las imágenes de la policía el 1-O-- y todo el discurso favorable al voto, a ese nuevo y sagrado derecho a decidir, manipulaban una opinión pública que se ha creído el discurso, el relato nacionalista, con el apoyo de una izquierda podemita a los que une un mismo objetivo: cargarse a Mariano Rajoy.

¿No queremos todos votar, no es lo que más nos conviene y en eso estamos de acuerdo?, pues vayamos a las urnas y contémonos una vez que todos hemos hablado a fondo y conocido muchas mentiras vertidas y consecuencias claras en nuestra economía y en una sociedad fracturada y dividida

Lograr que el presidente del Gobierno español abandone la Moncloa es legítimo, pero no cualquier método vale para llevarlo a cabo. Si tanta libertad se reclama, si tantos valores de democracia se dicen defender, la forma más natural es ganarle en las urnas. El problema, al final, es muy sencillo: la parte independentista de Cataluña no ha tenido paciencia y se ha lanzado al monte sin contar con la otra parte de la región que no está por esa emancipación de España. Y a quienes no somos independentistas, habida cuenta del ultraje permanente a nuestros derechos, se da la circunstancia de que Rajoy nos defiende, con independencia de que le hayamos votado o no lo hayamos apoyado en la vida.

El bloqueo político alcanzado, la imposibilidad de diálogo (porque, reitero, no es sólo Barcelona-Madrid, sino entre catalanes), la estrategia frontista de Junts pel Sí y la CUP en las calles, la mínima voluntad de votar, pero de verdad, en unas nuevas elecciones autonómicas que desempaten de una vez el bloqueo efectivo también del Parlament, habían convertido la política catalana en un laberinto del que parecía imposible salir.

El artículo 155 de la Constitución, con todas sus imperfecciones, incógnitas y defectos, permitirá darle un giro a los acontecimientos. Veremos cómo se aplica, qué quiere decir eso de que los ministerios gobiernen a distancia las cosas catalanas; si José Luis Trapero sigue al frente de los Mossos; si TV3 deja de ser un canal televisivo de agitación y propaganda; si las instituciones dejan de emplear el dinero público para enfrentar a unos catalanes con otros en la calle; si las presiones sobre las entidades civiles continúan; en fin, cómo serán esos seis meses que se han puesto como límite para convocar elecciones. Porque eso sí que será la prueba del nueve: ¿no queremos todos votar, no es lo que más nos conviene y en eso estamos de acuerdo?, pues vayamos a las urnas y contémonos una vez que todos hemos hablado a fondo y conocido muchas mentiras vertidas y consecuencias claras en nuestra economía y en una sociedad fracturada y dividida (vean el interior del PSC o los que están a su izquierda). Es la mejor salida. Reventemos el laberinto en el que nos hemos perdido y dejémonos de palabrería hueca e infructuosa, la pronuncie un dirigente del PP, Pep Guardiola o los que piden trasladar el Govern a Perpiñán, tanto da.