Las franquicias son un sistema para que alguien pueda montarse un negocio sin tener grandes conocimientos de gestión empresarial. Hay muchas más razones, pero esa es la principal: con conocer mínimamente la actividad, tener ganas de emprender y trabajar acostumbra a ser suficiente. 

Hay franquicias de casi todo, y no todo el agua es clara en ese sistema. Tintorerías, guarderías, restaurantes, cartuchos para impresoras, supermercados, academias de idiomas, comercialización de materiales diversos… el abanico es bien amplio y parte de una premisa fundamental: alguien que ha testado el negocio en su origen y conoce cómo desarrollarlo le da las pautas al que desea emularlo en otro sitio.

Eso es la teoría. La práctica viene a ser diferente. La detención ayer de la cúpula de Vitaldent, una cadena de franquicias de clínicas dentales presente en muchos puntos de España, pone de manifiesto que actitudes indeseables se producen en todos los ámbitos de la vida. No pagar impuestos engañando a sus franquiciados parece ser el principal motivo de la actuación policial, pero no el único.

Ha pasado antes con cursos de idiomas, ventas de filatelia, supuestos expertos en inversiones... Es corrupción empresarial, muchas veces acompañadas de mayúsculos fraudes a usuarios, inversores y consumidores. Y eso no es por el sistema de franquicia (McDonalds, la cadena de hamburgueserías, está compuesta por franquicias en España), sino por los desaprensivos que abundan por ese sistema de vender negocios.

Nos llenamos la boca con la corrupción política, pero no es la única ni puede que la más importante. Tiene el elemento diferencial de que afecta a recursos públicos o a actuaciones de servidores públicos que motivados desde el sector privado favorecen a unos frente a otros para eliminar la real competencia y la verdadera transparencia.

Allí donde hay un corrupto hay un corruptor. En el mundo de la empresa hay demasiada tolerancia histórica sobre esas cuestiones y quizá sería el momento de que se reprobaran determinadas actuaciones usuales para cambiar de verdad la cultura de la sociedad. Más allá de la política hay vida, y no siempre es la más envidiable. Si se lo decimos a los políticos, digámoselo también a los empresarios, grandes y pequeños. Ah, y por supuesto, a los jueces.