Siendo muy, pero que muy generosos con Quim Torra, se podría afirmar que el motivo de su falta de actividad legislativa es que, a lo largo de 40 años de democracia, el Estado ha transferido muchísimas competencias a Cataluña que ya han sido reguladas por ley. Otra cosa es la gestión que lleva a cabo el Gobierno independentista. Y ahí si que es difícil justificar el bloqueo y la parálisis de este ejecutivo agónico.

Hay que recordar que los traspasos más importantes se deben a los acuerdos entre CiU y PP. Entre ellos destacan las competencias de los Mossos d’Esquadra. Una policía integral, aseguran sus responsables. Aunque, a la hora de analizar los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils, el Govern intente, de nuevo, desviar la atención hacia el CNI y sus relaciones con el imán de Ripoll, cerebro de la matanza.

Nada que decir de la información de Público, resultado del intenso trabajo de sus periodistas. Pero sí es necesario analizar la reacción furibunda, casi teatral, de los independentistas ante unos hechos conocidos –lo dice el sumario de la causa y se debatió hace una semana en la comisión de investigación del Parlament— y que, de nuevo, son utilizados como cortina de humo a mayor gloria del procesismo. Pero si algo evidencia la respuesta de Torra es el absoluto desconocimiento del funcionamiento de los servicios de inteligencia de un país. Una ignorancia que también demostró sobre la diplomacia española con sus ataques al informe del ministro Josep Borrell sobre unas embajadas catalanas que se dedicaban a echar pestes del Estado. “El CNI tiene confidentes”. ¡Oooh! “El CNI pincha teléfonos!”. ¡Aaah! Y así todo.

Los Mossos d’Esquadra también jugaron al espionaje, aunque con resultados muy estrafalarios. Contactos con el Mossad, seguimiento de políticos, periodistas y asociaciones no secesionistas, quema de documentos en una incineradora abortada por la Policía Nacional… Los intentos de crear un CNI catalán se remontan a la época en la que el convergente Felip Puig era consejero de Interior. Y se han prolongado en el tiempo, hasta el punto de que el ex comisario de Información Manel Castellví viajó a Estados Unidos para reunirse con la CIA dos meses antes del atentado del 17A. Le acompañaba el sargento con quien contactó la policía belga en 2016 para recabar información sobre el imán de Ripoll, pues según avisaron, tenían constancia de su radicalización.

Nada de eso se ha dicho esta semana en las airadas comparecencias de Torra. Es obvio. Teorías conspirativas aparte, si los Mossos son una policía integral, lo son para todo. También para investigar sobre el terreno, pues tenían información –la propia consejería acabó confesando esos contactos belgas-- para extremar la vigilancia de un delincuente condenado como Abdelbaki Es Satty. Otra cosa es la incorporación tardía de la policía autonómica al Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO), debatible e incluso discutible. O que la policía autonómica carezca de recursos materiales y humanos. Y eso sí es responsabilidad directa de Torra.

Sobre el terreno trabajan las asociaciones, educadores y trabajadores sociales que, durante el último año, han desfilado por la citada comisión parlamentaria sobre el 17A. De sus reflexiones tampoco habla el president, pues de ellas se desprende la existencia de una generación de chicos de origen musulmán nacida en Cataluña, catalanohablantes y supuestamente integrados pero que, por motivos no analizados suficientemente por las administraciones, se convierten en terroristas. En este sentido, altos cargos de la Generalitat –las transcripciones de sus comparecencias se pueden leer en la web del Parlament— entonaron el mea culpa. Eso les honra.

Y es que, si algo falló, lo dijo bien el ex secretario de Estado de Seguridad del Gobierno José Antonio Nieto Ballesteros en su comparecencia de hace una semana en el Parlament, resulta perverso acusar solo al Gobierno y pasar de puntillas sobre la actuación de los Mossos. A no ser que la intención sea otra, es decir, abundar en la idea del enemigo exterior para tapar las carencias propias. El uso y abuso que Torra hace de esta teoría de manual nacionalista ya no convence. Pero es que, en este caso, resulta obsceno.