El Círculo de Economía debe reinventarse para el siglo XXI. Hoy es todavía una de esas instituciones en fase de transición, que se mantienen gracias a la inercia conseguida en el pasado y al buen hacer de sus ejecutivos. Eso está bien, pero es insuficiente. Lo escribo a escasas horas de su reunión anual en Sitges y con la tranquilidad de conciencia de alguien que hace años que mantiene esa misma tesis, justo los diez transcurridos desde que escribí este artículo en El Periódico de Catalunya.

La última nota de opinión de la institución económica que luchó contra la autarquía, que pugnó por la entrada en la Unión Europea, que impulsó la modernización de España, es, sencillamente, prescindible. Un enorme e inesperado error que sólo puede justificarse por razones internas relacionadas con el papel cada vez más importante en su junta directiva de los académicos/intelectuales y la reducción del peso específico de los representantes del mundo de la empresa y los negocios.

No es momento para transversalidades en Cataluña. Es inoportuno que ante el lío político y jurídico que se vive en la sociedad catalana nadie ofrezca recetas que no sean para el conjunto de la comunidad y no sólo para una de las partes. Sus responsables se justifican por la voluntad de concretar y generar debate en la sociedad civil, con una vocación de esquivar el caos que nos invade. Pero ese caos es justo el charco en el que ha metido los pies el Círculo. Y no, no se trata de una equidistancia calibrada y medida, sino de un craso error en el diagnóstico de la situación y en las recetas que conviene aplicar.

Ni un nuevo estatuto, ni violinistas en el jardín. A Cataluña no le hacen falta ninguna de ambas cosas hasta tanto no se sustancie la mayor: sea cual sea el futuro político de Cataluña debe pasar por un inexcusable cumplimiento de la ley, cuya reforma siempre debe realizarse de manera democrática y no grácil y arbitraria, y no pocas renuncias. Ese principio no debería sorprender a los miembros de la junta del Círculo, salvo que el papel de los independentistas Joan B. Culla y Josep Ramoneda, más algún equidistante despistado, sea mayor que el del resto de los socios. Por más que una legión de catedráticos de derecho hayan inspirado esta última y extemporánea opinión a la que dio forma, como de costumbre, el expresidente Antón Costas.

Me cuentan que otra de las instituciones catalanas que reúne a esa burguesía a la que Manuel Valls afeó la conducta por pasiva y exigente a la vez, la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País, tuvo un debate similar en su seno. Se planteaban emitir una opinión sobre la situación política catalana. Por fortuna, alguno de sus integrantes logró frenar un pronunciamiento en este tiempo de blancos y negros, y lo que hará la institución que preside Miquel Roca es debatir sobre la ciudad de Barcelona, donde parece que habrá más consenso que disenso.

Es cierto que conviene romper la política de bloques, sumar a todos al diálogo y al debate, empezar a hablar de costuras y costureros. Sí, pero algunos documentos u opiniones lejos de favorecerlo quizá radicalicen y aún alejen más ese bienintencionado propósito en el horizonte.