Era un asador de pollos, humilde, de menú barato y contratado con antelación. Una veintena de personas se congregaban en un restaurante la noche del 28 de julio, en Palafrugell. Estaban de celebración. Es una reunión anual, casi siempre al final de julio en la que el grupo decide algunas cosas de su calendario de actividades futuras.

La cena discurrió como de costumbre. Una decena de parejas, entre las que se hallaba el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena y su esposa, también del gremio, junto a Alberto Fernández Díaz, el hombre que lidera el PP en el Ayuntamiento de Barcelona.

A pocos metros tenía lugar lo que se llama ahora una cena amarilla. Son esos encuentros alrededor del pan con tomate y embutidos tan frecuentes en Cataluña entre los grupos asociativos, pero que en esta ocasión tenía por objeto homenajear a Jordi Sànchez, el expresidente de la ANC encarcelado.

Un aviso de alguno de los comensales del asador puso en guardia a los del pan con tomate, luego transmutados al parecer en CDR. El homenaje a Sànchez debería pintar aburrido para abandonarlo. Prestos, fueron a practicar sus escraches veraniegos. Por fortuna son tan descreídos que, pese a tener hasta fotos de la conspirativa cena, llegaron tarde al festival. El juez y su esposa salían ya y acabaron de hacerlo entre insultos, gritos, algún golpe al vehículo y ante la sorpresa de su propia escolta.

Llarena no puede circular por Cataluña sin protección, en lo que constituye un auténtico canto a la libertad y a la división de poderes. Es más, no puede tener amigos catalanes (región en la que vivió muchos años y donde posee primera y segunda residencia) en público, porque así lo han decidido unos totalitarios que tienen todo el día la palabra fascista en la boca, salvo cuando se miran por la mañana al espejo.

Para que el relato fuera suficiente, Vilaweb, unos de los digitales más beneficiados en los últimos años por el dinero público de todos, se aprestó a narrar esos hechos con el añadido de que en la rosticería de marras se había producido una reunión del magistrado, políticos y miembros del CNI. La cosa ya no sorprende tanto por el desconocimiento y la ignorancia que suponen determinadas historias periodísticas en los tiempos de la subvención agradecida. Lo más llamativo es que hasta la portavoz del Govern de la Generalitat, Elsa Artadi, la diplomada en Harvard, cayera de bruces (está por ver si de manera interesada o por mera ignorancia) en dar pábulo a esa supuesta reunión de los servicios secretos españoles entre las patatas fritas y los pollos asados de un humilde asador del Ampurdán, Can Cou-Cou para ser exactos.

La noticia falsa, el relato manipulado, la propensión al bulo interesado, la mentira como primer argumento del debate público o la historia retorcida hasta la conveniencia son hoy el verdadero hecho diferencial de Cataluña. ¡Con lo que luchó Jordi Pujol para que fueran otros atributos! Y eso sirve para un escrache al juez que instruye la investigación del 1-O como para referirse a los atentados terroristas del 17A. Pero a los autores de esta nueva fechoría (y no me refiero a los vándalos de los CDR) les faltó decir dos cosas para conocimiento de la portavoz del Ejecutivo catalán. La primera, que Can Cou-Cou tiene una promoción que incluye un pollo asado, tres canelones, una berenjena rellena, ensalada de pollo, vino de payés (o lambrusco, a elegir) por sólo 23 euros.

La segunda, la auténtica realidad del encuentro: allí se juntaron un grupo de parejas que desde hace años salen juntos en moto para disfrutar de unas rutas de fin de semana. Y sí, los peligrosos y conspiradores agentes de la inteligencia española, no eran más que un grupo de moteros amigos que celebraban el final de la temporada y preparaban las salidas para el próximo otoño e invierno. ¿Lo ven? El hecho diferencial es hoy tan simple que circula sobre dos ruedas únicamente. ¿Quién nos iba a decir que la política y la mentira --convenientemente religados, como el alioli de Can Cou-Cou-- nos iba a convertir a los catalanes en una colla de ximplets enfurismats?