Esta columna estaba llamada a titularse el sexo de los ángeles porque analizar la política catalana, procés mediante, tiene poca sustancia. El independentismo sigue empeñado en vivir en un continuo flashback, donde la historia y los agravios justifican todo. Hasta la dejación de funciones del Govern.
Rememorar naciones milenarias para asegurar que no hay esperanza para las miles de personas que viven en situación de riesgo social que no pase por la independencia, recurrir a la queja constante sobre la falta de inversión del Estado con datos sesgados --luego abordaremos las últimas fake news al respecto-- o colocar a Cataluña al borde de una prórroga presupuestaria, demuestra el gobierno distópico que nos ha tocado vivir.
Porque no importa que sea 2012, 2017 o 2022. El leitmotiv se repite desde hace diez años en una suerte de regreso al futuro del que Pere Aragonès lucha por salir. Su pugna con Oriol Junqueras, lo que popularmente se conoce como matar al padre, también forma parte de ese déjà vu constante, pues las renovaciones en ERC siempre han sido traumáticas. Hasta el punto de una convivencia imposible entre generaciones --Joan Puigcercós o Joan Ridao, por ejemplo, fueron apartados sin contemplaciones ni transiciones--.
Tras el plante de Junts per Catalunya (JxCat), que lidera el extraño arte de viajar en el tiempo, sea para volver a CDC, sea para instalarse en un nostálgico mandato del 1-O, Aragonès ha renovado su gobierno visualizando un tripartito de izquierdas que, si bien no busca acuerdos, sí pretende ensanchar su base electoral. El presidente catalán ha hecho un guiño a PSC y comunes, así como al votante más socialdemócrata de PDECat, pero Junqueras no quiere oír hablar del socialismo catalán. Y mucho menos para aprobar unos presupuestos de la Generalitat de 2023 imprescindibles para hacer frente a la ralentización económica, la inflación y la carestía energética. Y también para impulsar el plan de choque social prometido por el propio Aragonès. Veremos quién gana el pulso y si, finalmente, el president logra soltar lastre del pasado --Junqueras y Junts-- y finiquita el procesismo que algunos intentan reanimar.
Desgraciadamente, Cataluña ha sufrido varias prórrogas presupuestarias, incluida la de 2021, cuando la pandemia exigía nuevas cuentas adaptadas a las circunstancias sociales y económicas. La peleas electorales entre ERC y JxCat impidieron un nuevo proyecto. Hubo que esperar a los presupuestos de 2022 para, por primera vez en diez años, aprobar unas cuentas en plazo y cuadradas gracias a los fondos Next Generation. Formar parte del Estado español y, por ende, de la UE, tiene esas ventajas. Aunque el secesionismo se empeñe en asegurar que Cataluña podría (sobre)vivir sola.
Y es que la tendencia de los gobiernos separatistas a esconderse en el túnel del tiempo provoca que, anualmente, la Generalitat se enzarce en una pelea con el Gobierno por el déficit inversor en Cataluña. Lo del “qué hay de lo mío” de las comunidades autónomas es normal. Incluso necesario. Pero contradictorio con que Aragonès practique la política de la silla vacía en las reuniones de presidentes que se celebran en Madrid. Y tramposo, si esa queja es el resultado de manipular números.
Lo hemos visto esta semana, cuando, según las cifras de la Intervención General del Estado, en la primera mitad de 2022 se ha ejecutado el 64,2% de las inversiones previstas en Cataluña. Por el contrario, la Cámara de Comercio de Barcelona o la propia Generalitat utiliza cifras parciales a modo de consigna identitaria. Pero el objetivo es diferente: la entidad gremial intenta erosionar la estrategia de diálogo de Aragonès con el Estado. El ejecutivo autonómico quiere distraer la atención de un nuevo período de inestabilidad, rumores de adelanto electoral y bloqueo institucional. Lo dicho, un Govern distópico.