Algunos compañeros no catalanes de la redacción se muestran sorprendidos por la inagotable capacidad del procés para fabricar frikis. Vinieron a Cataluña pensando que este era el territorio más avanzado del país, pero se han quedado de piedra al comprobar que aquí también somos capaces de engendrar catetos y gañanes en la misma cantidad (o más) y del mismo nivel (o alguno superior) que en sus respectivas comunidades autónomas.

El paradigma de la Cataluña moderna, europeísta y adalid del progreso hace tiempo que se ha desvanecido. De hecho, empiezo a creer que nunca fue más que un mito, una leyenda, una fábula, una ficción, un cuento, mera propaganda.

En las últimas semanas, los ejemplos que confirman este planteamiento se multiplican.

Y es que he visto cosas que no creeríais.

He visto a un tuitero --Rubén-- anunciar en un sobrecogedor relato un “golpe de Estado” el 11S consistente en “asaltar” el Parlament y proclamar la independencia.

He visto a predicadores de Òmnium Cultural lanzar sermones en el metro de Barcelona con las palabras de su profeta Jordi Cuixart.

He visto a una "coral amarilla" de la ANC de Figueres ensalzar los lazos procesistas al ritmo del Yellow submarine de los Beatles.

He visto al exetarra Gonzalo Boye pedir limosna para el fantasmagórico Consell per la República de Puigdemont.

He visto a la consejera de Agricultura de la Generalitat, Teresa Jordà, recomendar --toda ufana, ella-- una cerveza etiquetada con el lema "fuck Spain".

He visto a una profesora de la UPF --Neus Torbisco-Casals-- comparar la transexualidad con el supuesto derecho a la autodeterminación de Cataluña.

He visto al vicepresidente del Parlament Josep Costa equiparar el movimiento revolucionario de Hong Kong con el procés.

E incluso he visto a Josep Lluís Alay, miembro de la élite independentista --es la mano derecha del expresident fugado--, alimentar teorías conspiranoicas sobre la Guardia Civil a propósito de la bomba de la Guerra Civil hallada frente a una playa de la Barceloneta.

Es verdad que estas intervenciones no difieren demasiado de las declaraciones habituales de los frikis consagrados del nacionalismo catalán --los Rufián, Rahola, Caram, Cotarelo, Bilbeny, Cucurull, Talegón, Toni Albà, Joan Bonanit, el obispo Novell, Mark Serra, el mosso Albert Donaire, Lluís Llach y compañía--. El problema es que estos planteamientos tapan otros de similar nivel intelectual lanzados por los que ostentan el poder en Cataluña.

No debemos olvidar que este Govern --de la mano del vicepresidente autonómico, Pere Aragonès, de ERC-- ha recuperado el discurso del “España nos roba”.

No debemos olvidar que este Govern ha permitido que una entidad ultranacionalista como Plataforma per la Llengua espíe a los niños catalanes en las escuelas para fiscalizar la lengua que utilizan en el patio.

No debemos olvidar que este Govern ha comprado y promovido la teoría conspiranoica de que el CNI alentó o permitió los atentados terroristas del 17A.

No debemos olvidar que este Govern sigue aplicando la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán --probablemente la mayor aberración cultural que se ha perpetrado en las democracias occidentales en las últimas décadas-- a pesar de ser ilegal.

No debemos olvidar que este Govern destina ingentes esfuerzos y todos los recursos públicos a su alcance a dinamitar la imagen de España en el extranjero.

Y no debemos olvidar que desde el Govern se sigue llamando abiertamente a la “confrontación” con el Estado --y no solo desde JxCat, sino también desde ERC-- y se amenaza con que “lo volveremos a hacer”, en referencia al 1-O.