Crónica Global ha renunciado a elaborar y publicar encuestas durante esta campaña electoral. Los mismos responsables de las empresas de demoscopia que consultamos nos admitieron que estábamos frente a la primera contienda en las urnas en la que resultaba no difícil sino casi imposible captar con precisión científica la evolución de la opinión pública.
Existían muchas razones detrás de esas argumentaciones. Pero una era básica: la ciudadanía, por vez primera, tenía reparos a explicar a los encuestadores qué pensaba votar y mentía con descaro sobre sus votos anteriores. Una combinación de miedo y hartazgo producía ese fenómeno. Así, se daba la circunstancia de que una vez escogida y estratificada la muestra para llevar a cabo las preguntas, el número tan importante de catalanes que declinaban la invitación a responder era de tal magnitud que obligaba a reformarla sobre la marcha. Dicho de otra manera: sólo respondían los convencidos, los enardecidos, aquellos que --en uno u otro bando de la Constitución-- tenían y exhibían posiciones militantes.
Por si todo eso fuera insuficiente, otra circunstancia adicional complicaba los sondeos de opinión. La campaña electoral ya estaba hecha desde hacía unos meses; los 15 días que vivimos de oficial dedicación a programas y candidatos son poco menos que irrelevantes en la conformación del voto. Aquellos que tenían una posición clara, dentro del bloque constitucional o en el contrario, a lo más que podían aspirar era a moverse de manera poco relevante dentro de ese mismo grupo. Los movimientos que se podían apreciar se daban entre las opciones de ERC y Junts per Catalunya o bien entre PSC, Cs y PP, con alguna pequeña incursión en Catalunya en Comú.
Lo único que han detectado las tendencias es algo que las manifestaciones masivas ya dejaron patente antes de la convocatoria electoral. El territorio está tan radicalizado como dividido en partes casi iguales políticamente y el único desempate coyuntural vendrá dado por el grado de participación de uno y otro bloque ante las urnas el próximo jueves.
Las encuestas resultan incapaces de decirnos hasta dónde llegará la participación y cuánta verdad esconden las respuestas que obtienen de los entrevistados
Esa franja de entre el 15% y el 25% de votos indecisos que detectan los encuestadores son los verdaderos ganadores o perdedores de las elecciones del 21D. Lo primero que será necesario conocer es si acuden a votar el jueves, por lo que el dato de participación --antes incluso de conocer el resultado final-- será mucho más relevante que en anteriores contiendas electorales. Que además estemos frente a unas elecciones que tienen lugar en día laborable y, por su importancia, se celebren también en clave española, son dos novedades que pueden influir de manera determinante, en especial en las áreas poblaciones con mayor concentración de votantes. Todos los expertos coinciden en señalar que cuanto más alta es la participación mayores posibilidades poseen las opciones del bloque constitucional y, al contrario.
Si finalmente el resultado vuelve a marcar un sucedáneo de empate técnico y eso hace muy difícil una investidura clara de uno de los candidatos, la posibilidad de que los comicios se repitan de nuevo dentro de unos meses cobra vigencia. La duración de las medidas excepcionales planteadas con la aplicación del 155 se habrá revelado insuficiente y las encuestas habrán demostrado una vez más su inutilidad como herramienta adecuada para conocer cuál era el estado de opinión de los catalanes. Serán, eso sí, las mismas encuestas que permitieron a la mayoría independentista gobernar desde 2015 hasta 2017 a golpe de demoscopia pensando que las tendencias que les favorecían como respuesta a la crisis económica y social de España eran bastante justificación para lanzar un órdago al Gobierno de Mariano Rajoy en forma de proyecto republicano e independentista.
Les recomiendo que se olviden de mirar incluso las encuestas que se publican a diario en Andorra para superar esa restrictiva normativa electoral que impide hacerlo en España. Todas, sin excepción, adolecen del mismo inconveniente: resultan incapaces de decirnos hasta dónde llegará la participación y cuánta verdad esconden las respuestas que obtienen de los entrevistados. No pierdan el tiempo y esperen a la hora de la verdad. Al fin y al cabo ya es cuestión sólo de horas.