En la mayor crisis económica española de los últimos años, las centrales sindicales mayoritarias han estado ausentes. Ni CCOO ni UGT han tenido un relato propio sobre cómo afrontar la situación, ni nadie les ha concedido el papel de interlocutores necesarios. Si a eso le sumamos episodios de corrupción como las tarjetas black de Bankia, los ERE de Andalucía, los cambios en las ayudas a la formación que administraban y todo un reguero de asuntos adicionales, tampoco debe extrañarnos el silencio corderil de los supuestos representantes de los trabajadores. 

Me explicaba un patrono destacado de Madrid que la situación de UGT es de tal debilidad que incluso la CEOE le ha echado una mano: concediéndole un local perteneciente al patrimonio sindical para sanear sus maltrechas finanzas.

Desde los tiempos de Marcelino Camacho o Antonio Gutiérrez, en CCOO, o los de Nicolás Redondo en UGT han pasado muchas cosas. Por cierto, desde la democracia hasta hoy, en CCOO ha habido cuatro líderes: el citado Camacho, Gutiérrez, José María Fidalgo y, hoy, Ignacio Fernández Toxo. En esos mismos 40 años, UGT sólo ha tenido dos dirigentes al frente: Nicolás Redondo, durante 18 años, y el actual Cándido Méndez, el resto. En ese mismo periodo ha habido más presidentes de gobierno, más gobernadores del Banco de España, más presidentes de la patronal CEOE, más secretarios generales de cualquier partido político…

Ese inmovilismo de las organizaciones sólo puede expresar una esclerosis social indudable. Es una lástima que en el mundo del trabajo, uno de los más dinámicos de las sociedades, una parte de sus agentes sean justamente los menos activos.

La crisis económica fue una ocasión perfecta para que los sindicatos de clase tomaran una parte del papel que correspondería a unos partidos de izquierda adormecidos. Pero no era la única oportunidad de mostrarse en público y agitar sus mensajes.

El caso catalán ha sido otro de los más claros. Toda la incertidumbre económica nacida de la crisis se veía multiplicada por el debate político al que ha conducido el nacionalismo de CDC a favor de la independencia del territorio. Los dos sindicatos mayoritarios, también CCOO y UGT, no han tenido un papel determinante. Al contrario, se han limitado a ser sujetos pasivos de una situación en la que no se han involucrado por la anemia de sus liderazgos.

En CCOO, Joan Carles Gallego, un profesor de instituto pasado al sindicalismo, actuó como uno de esos sindicalistas a los que las fábricas y las asambleas le producen alergia. Como buen funcionario ha navegado y hecho navegar a un sindicato sin alma por el asunto que más ha polarizado la sociedad catalana. Un gesto a favor del derecho a decidir, y un cierto apoyo lateral al independentismo de la ANC y Òmnium Cultural, le han servido para atravesar la cuestión sin resultados de ningún tipo. Es tanto como decir que alguien no es católico, no levanta el santo en la procesión de Semana Santa ni se flagela, pero sí que sale al balcón a escuchar las saetas.

El caso de Josep Maria Álvarez en UGT es todavía más calamitoso. Lleva en el sindicato desde 1990, que se dice pronto. Será que no han existido en Cataluña más personas de la organización con capacidad para incorporar nuevas ideas y estilos. No puede entenderse de otra manera que lleve 25 años al frente de la secretaría general. O eso, o estamos ante un ejemplo de cómo este asturiano ha servido al nacionalismo, atrincherándose en el cargo y viviendo de él para acabar convirtiendo su organización en un granero de neoindependentistas mientras que la UGT pierde fuerza en el mundo laboral y tiene cada vez más problemas de todo tipo en el seno de la organización.

Los dos grandes sindicatos no volverán a ser jamás agentes determinantes en la conformación social del país. Pero tampoco serán grandes interlocutores del mundo de trabajo, porque no tienen respuesta para el desempleo, el trabajo precario o las nuevas formas de ocupabilidad vinculadas a las nuevas tecnologías y asuntos derivados de la globalización. Tanto CCOO como UGT han quedado reducidos a asesores de funcionarios, administradores de reducciones de empleos, como cualquier bufete laboralista, y muñecos de feria del poder establecido, sea cual sea.

No, no están, no han venido. Lo peor es que ahora, después de tanto tiempo, tampoco se les espera…