Si no me falla la memoria, hará unos tres años, a pocas horas de la Diada, coincidí en un espacio radiofónico con representantes de Òmnium Cultural y de la ANC. A través del teléfono entrevistaron a Jordi Sànchez, que entonces era presidente de la ANC, y a Quim Torra, como vicepresidente de la entidad cultural. Todo fue según lo previsto, Sánchez y Torra explicaron los preparativos que habían desarrollado para el 11 de septiembre y animaron a su parroquia a celebrar una Diada independentista.

El presentador del programa me permitió formular una pregunta a los dos invitados con tanta ingenuidad como malévola intención. A grandes rasgos, era esta: ¿Qué tiene que hacer un catalán como yo, no independentista, para celebrar la fiesta nacional catalana si ambas asociaciones me excluyen por su perfil soberanista? Ya les digo que no hubo amontonamiento para responderme. Tras un elocuente silencio y un titubeo del tipo “vale, ya respondo yo”, ambos iniciaron un circunloquio que venía a decir, en síntesis, que como el contexto había cambiado los organizadores debían ponerse al aire de los tiempos y que, bueno, los no independentistas quizá tenían otras posibilidades de celebrar la fiesta regional. Resumiendo: ajo y agua. Eran los inicios de la famosa hoja de ruta que nos trajo hasta donde moramos políticamente hoy.

Desde el tiempo transcurrido han pasado infinidad de cosas. El separatismo llega dividido a la cita. Algunos de sus miembros hablan de desenmascarar el “independentismo mágico”. Por si todo eso fuera poco, el agitador Torra es el presidente autonómico y Sànchez se halla privado de libertad y pendiente de juicio por su actuación en los hechos políticos de hace un año. Un elemento, sin embargo, sigue del todo invariable: la Cataluña no independentista ha dejado de considerar suya la festividad y los actos que ANC y Òmnium organizan para la Diada. Los silbidos y abucheos de algunos energúmenos a los partidos constitucionalistas en las ofrendas florales matinales son sólo una mínima muestra del odio creciente que campa por Cataluña.

La parroquia indepe sigue siendo amplia, aunque algunos detectamos una cierta y lenta deserción en las filas del activismo, que es fruto del cansancio, del conocimiento exacto de algunos de los acontecimientos reales del último año y de la falta de visibilidad en el túnel conceptual y reivindicativo por el que transitan los separatistas. El eslogan escogido para la edición 2018 de su happening en las calles no es otro que “Hagamos la república”. Para muchos de sus creyentes ese republicanismo sobrevenido comienza a ser una entelequia que no llega ni a la aspiracional categoría cool que tenía hasta la fecha para los más jóvenes y reivindicativos. A muchos catalanes les ocurre lo que el filósofo y matemático francés René Descartes explicó con claridad en su día: “Es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez”. Y eso ya sucede dentro del independentismo, que hará el paripé durante la Diada, pero que por dentro vive uno de sus momentos más débiles.