Ahora ya no están de moda. Ciudadanos es el partido que más ha acusado el cambio en el Gobierno español. No pensaba que las cosas evolucionaran de esa forma, con Pedro Sánchez ya no en la Moncloa sino con un Gobierno repleto de figuras que querría, perfectamente, haber nombrado Albert Rivera. También es cierto que los actos que ha impulsado el partido naranja, con Marta Sánchez, y con una propuesta para poner al día el orgullo de país que existe en todos los estados del entorno europeo, ha llegado, tal vez, antes de hora, sin ser consciente de que la posición del partido no era la que marcaban las encuestas sino la que marca la realidad, con sus actuales 32 diputados.

Pero Ciudadanos sigue teniendo un papel determinante en la política española. O lo tendrá en poco tiempo. Los gobiernos monocolores ya no son de este mundo, y en algún momento España tendrá un gobierno de coalición en el que Ciudadanos será crucial. Sin embargo, donde jugará un rol esencial es en Cataluña. Las últimas decisiones de Inés Arrimadas han creado una gran polémica, con detractores y defensores. Lo que haga a partir de ahora nos incumbe a todos, porque toda la sociedad catalana --independentistas incluidos-- ganará en función de los aciertos de Arrimadas.

El lector se preguntará por qué. Veamos. Sólo Arrimadas puede permitirse decirle al presidente Quim Torra que no se reunirá con él si, previamente, no se retira la pancarta que cuelga de la fachada del edificio de la Generalitat a favor “de los presos políticos y la democracia”, y si no da un paso de una cierta rectificación, asumiendo que el nuevo Govern de la Generalitat respetará la legalidad.

Arrimadas es la líder de la oposición, y está en su derecho de pedir esa cuestión. También se puede defender que Ciudadanos no estuviera presente en el acto de la toma de posesión del nuevo Govern, repleto de lazos amarillos en el Palau de la Generalitat. Representa a sus votantes, y defiende una opción política que no bebe de la misma fuente, que no considera que el catalanismo/nacionalismo deba condicionar toda la política catalana.

Esa labor no la puede ejercer el PSC, que tiene otra misión en el mundo, que forma parte de ese catalanismo que contribuyó a la transformación de la Cataluña contemporánea. Los socialistas catalanes, después de diferentes crisis internas, rechazan las formas y el fondo del proyecto independentista, pero no pueden distanciarse de una familia catalanista con la que se comparte una “forma de fer”, como decía Josep Tarradellas, con sus luces y sombras.

Lo que debe decidir Arrimadas es en qué momento y cómo puede iniciar un diálogo con el independentismo que pueda propiciar un nuevo acuerdo social interno en Cataluña. Y eso es fundamental para todos los catalanes, porque se trata de dar cuerpo a una nueva estructura social que aborde los próximos decenios. No será nada fácil. Arrimadas es una líder joven, tiene detrás una fuerza electoral considerable, y dependerá de ella y de su partido acumular más apoyos y vehicularlos hacia algo constructivo. No será ni debería ser un nuevo catalanismo más o menos retocado.

Será otro proyecto político, que, por fuerza, deberá adquirir un perfil liberal --sus votantes deben ser conscientes de ello-- porque de lo que se trata es que se vea representada esa parte de la sociedad catalana que no se mueve por elementos identitarios, por sentimientos de comunidad, sino por elementos de ciudadanía, de derechos y obligaciones. Aunque es cierto, y eso no se puede ocultar, que Ciudadanos también representa un sentimiento de españolidad, de ciudadanos que consideran que su identificación con lo español se ha visto arrinconada en Cataluña.

Arrimadas deberá saber adoptar el tono adecuado, sin que las expectativas de Rivera para alcanzar la Moncloa afecte a su proyecto interno en Cataluña. De lo que se trata es de alcanzar un nuevo acuerdo en el que se deberá poner sobre la mesa qué ocurre en los medios de comunicación públicos de la Generalitat, qué pasa en las escuelas y si es necesario o no --a partir de los datos académicos y científicos, pero también por una cuestión de derechos individuales-- reformar la inmersión lingüística. También sobre qué política se sigue sobre las subvenciones públicas a todo tipo de entidades, sobre qué se puede compartir como valores para todos los catalanes, como individuos en un  mundo globalizado.

Llegará esa hora. A Cataluña le llega ese momento, después de la recuperación de sus instituciones propias, y de un legado marcado por el Noucentisme, por el sueño de una Cataluña que quiso ser, y no fue. Que se transformó.

Quien puede y debe jugar ese papel es Arrimadas. Los propios independentistas admiten su valía, su fuerza y su saber estar. Y sí, en algún momento, había que decirle a ese catalanismo/nacionalismo que había que plantarse.

La reunión con Quim Torra  llegará. El presidente de la Generalitat --si es que lo quiere ser-- debe establecer una buena relación con la jefa de la oposición. Eso no es tan importante ahora. Lo determinante es que en Cataluña --no podrá ser inmediato, porque la prioridad es otra, es la de bajar la tensión-- se rehaga un nuevo contrato social.

En ese contrato, el catalanismo/nacionalismo debería ganar algunas garantías, pero, principalmente, las debería tener esa parte de la sociedad catalana que llevaba callada mucho tiempo, que dejaba hacer, que no quería “líos”, pero que percibe que debe estar presente.

Esa es la decisión de Arrimadas. Tiene mucho campo por recorrer.