Se acabó. Puede durar un cierto tiempo, un periodo de transición, en el que todo sea todavía posible, en el que se añore lo vivido, en el que se reivindique una especie de olvido, un "aquí no ha pasado nada, podemos continuar". Pero se ha acabado. La voluntad, de forma irresponsable, de una parte de la sociedad catalana de acelerar el coche, cuando los que viajaban en él no estaban preparados ni querían llegar tan lejos, ha roto un consenso que se reivindicaba como una gran victoria del conjunto de Cataluña. El periodista Jaume V. Aroca ha reflexionado sobre ello en un artículo diáfano y atrevido, con el título de Aprender a vivir con el corazón roto.

Nadie tiene la verdad, nadie sabe qué puede ocurrir, y es cierto que siempre se pueden ver los factores que nos inviten más al optimismo que a la desesperación. Pero el independentismo no es consciente de lo que ha incentivado, no sabe que se ha cargado un consenso que, de hecho, beneficiaba en gran medida sus posiciones. El error es sideral, y alguien como Jordi Pujol lo sabe bien. El problema es que todos los Pujol de Cataluña ya no pueden parar ni influir en un movimiento que se ha creído por completo sus mentiras, y que ahora, a corto y a medio plazo, se topará de frente con la realidad, y esa realidad no le va a gustar nada.

Igual en el nuevo contrato social que se construya no se exigirá la defensa de la identidad catalana

Resulta que hubo integración, sí, pero más bien funcionó de forma pasiva. Es decir, el nacionalismo marcó el paso y el grueso de la sociedad avanzó porque todo lo que se conseguía era beneficioso para el conjunto. Muchos votantes de izquierdas, los que no votaban en las elecciones autonómicas, no tenían ningún problema en admitir que el pujolismo era positivo para Cataluña, aunque Jordi Pujol no les hiciera ninguna gracia, ni vieran nunca TV3, salvo para ver los partidos del Barça, o del Madrid --cuando la televisión autonómica ofrecía los partidos de Liga--. ¿Traducción? No sentían una hostilidad contra ese nacionalismo, aunque no defendieran esas tesis de forma propositiva.

El problema llegará ahora, cuando una nueva sociedad, nuevas cohortes que no tienen el recuerdo de lo que protagonizó el catalanismo, que ya no se ven representados por los partidos de la transición, pida nuevas cartas. Cuando esos jóvenes y de mediana edad que se han visto traicionados por ese independentismo que --antes, bajo el manto del nacionalismo-- les había vendido la integración y la nivelación de derechos, exija un nuevo consenso bajo otras categorías: gobernar para los ciudadanos, sin políticas identitarias, más pragmatismo, menos retórica sobre el pueblo catalán y más inglés.

Es decir, un nuevo contrato social en el que ya no se verá como algo necesario e imprescindible la defensa de la identidad catalana, con el objeto de salvarla porque ha sido perjudicada históricamente. Y si eso ocurre --y lo veremos en los próximos años--, la culpa será de ese independentismo que ha querido correr a toda velocidad, sin ser consciente de todo lo que había conseguido, sin ver que una gran parte de la sociedad catalana estaba con ellos, no de forma entusiástica, pero sí conforme, siempre que no se le apretaran las tuercas.

Se acabó el paradigma nacionalista, se acabó el pacto que una parte de los catalanes habían suscrito con él

¿El catalán en las escuelas, sin revisar nada de la política de inmersión? Veremos. ¿Los medios de comunicación públicos con una sola idea de cómo debe ser la sociedad catalana? Veremos. ¿Las subvenciones públicas a todo tipo de entidades pseudoculturales que también defienden sólo una idea de cómo se debe ser catalán? Veremos. Todo estará en solfa. Todo se va a discutir. Y nadie querrá ceder. Y entonces es cuando de verdad llegará el conflicto. ¿De verdad quería esto el independentismo?

El politólogo Oriol Bartomeus lo explica en su libro El Terratrèmol silenciós, en el que señala que llega un nuevo elector. Dice Bartomeus: “Otro elemento importante de este nuevo elector será su alejamiento sentimental del sistema político actual, lo que le aleja de los actores de este sistema, es decir de los partidos que han dominado la escena electoral desde 1977”. Lo que lo marca todo es un cambio generacional, y, con ello, un cambio político. ¿O no es significativo, más allá de la coyuntura, que el 21D ganara las elecciones Ciudadanos? Y, por favor, dejen sus prejuicios y analicen los datos: dónde gana, en qué barrios, en qué tipo de contextos socioeconómicos. Y reflexionen.

El independentismo no sabe lo que ha hecho. No sabe que va a obligar a un nuevo reparto de cartas, y, como decía Jaume V. Aroca, un reparto “entre iguales”, sin que sirva ya ese pegamento que hasta ahora era el catalanismo. Aunque no se debería prescindir de él.

Vaya inmenso error, señores y señoras independentistas, aunque, tal vez, lo que llegue tenga muchos elementos positivos. Se acabó el paradigma nacionalista, se acabó el pacto que, hasta ahora, se había suscrito con él.