Por una carambola casi del destino (la inseguridad en Chile), Madrid se ha convertido en el escenario de la Cumbre del Clima de Naciones Unidas, el COP25. De entrada, no deja de ser sarcástico que la reunión se celebre en la ciudad que ha decidido fulminar su proyecto ecológico más conocido y ambicioso, la pacificación de la llamada almendra central, con el cambio de color político tras las municipales, por mucho que el equipo de gobierno actual lo intente negar y obvie que no se la ha cargado como prometía en campaña por una decisión judicial. Primer elemento de postureo político.
Y es que la COP25 tiene mucho de esto, de aparentar. Es el escenario en el que uno se tiene que dejar ver y recordar que impulsa una empresa/Administración súper-mega verde. Que está muy comprometido con los Objetivos del Desarrollo Sostenible y que en su casa se apuesta incluso por el compostaje, aunque luego siempre compre bolsas de plástico en el súper porque se le olvida llevar de casa y no recuerde dónde guardó la de tela. Ifema es un espacio de muchas fotografías y pocos compromisos tangibles y en firme para asegurar el futuro del planeta.
El viernes está previsto que llegue la estrella del evento, Greta Thunberg, en la diana de las críticas más mordaces por sus discursos algo histriónicos --cuestión que se justifica por su historial personal--, pero que supone un símbolo y ayuda a concienciar a la población. Y esto es lo que necesita en los tiempos actuales: aceptar que, a pesar del alarmismo de los discursos más fatalistas, se requieren cambios en nuestro modelo de consumo para frenar un cambio climático cada vez más real.
También se debe exigir un examen de conciencia interna de país. España es uno de los territorios con más horas de sol de la Unión Europea y nuestros vecinos franceses nos pasan la mano por la cara en cuanto al desarrollo de centrales de este tipo de energía. Por no hablar del caos de las últimas décadas en el desarrollo de la eólica, con presuntas corruptelas incluidas en el sector fotovoltaico como las que han puesto a Iberdrola en la diana (aún más, ya que el caso Villarejo tiene al grupo entre la espada y la pared).
La estabilidad no sería la tónica dominante y cada gobierno parece ser que tiene que dejar su sello personal en lo que entiende como defensa del medio ambiente. No supone precisamente un escenario halagüeño para captar las inversiones que hagan posible una transición energética que no se conseguirá sólo a golpe de Real Decreto Ley. Si la colaboración público-privada se hace necesaria en el desarrollo de muchas infraestructuras y servicios para que los recursos públicos se puedan dedicar a otras cuestiones necesarias del Estado del Bienestar y claramente deficitarias, en este transformación exprés del mundo no se puede obviar. Sería una verdadera irresponsabilidad por parte de los gobernantes.
Por no hablar de delegaciones políticas como la Generalitat, que se va a la Cumbre del Clima con discurso pero con los deberes ecológicos sin acabar. Y, en esta ocasión, no precisamente por falta de competencias transferidas ni como consecuencia del 155.
La cumbre del postureo servirá como mínimo, y con grandes dosis de optimismo, para concienciar más. Sería de bingo que se saliera de allí con algún pacto concreto que permitiera mitigar los efectos negativos del cambio ambiental en el que todos estamos inmersos. ¿Será mucho pedir?