El diario Público ha difundido los resultados de una investigación periodística en torno al papel del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017. La novedad más interesante de la serie es la manipulación que los medios públicos y concertados catalanes han hecho de las insinuaciones del medio madrileño.

Estos días en que se han puesto de actualidad las conspiraciones paranoides --el hombre nunca estuvo en la Luna; Paul McCartney murió hace 50 años; Cristóbal Colón era catalán-- nos encontramos con una trama orquestada para insistir en el mensaje del nacionalismo más beligerante [“El Estado español usó el 17A para combatir el referéndum”] en vísperas del segundo aniversario de los hechos y unos días antes de que el autor de los artículos del diario comparezca en la Comisión de Investigación de los Atentados del Parlament.

Público es propiedad de Jaume Roures, magnate independentista que se ha convertido en uno de los principales proveedores de TV3 y autor de los documentales Las cloacas de Interior y 1-O, dos hitos del relato más reciente de la lucha nacionalista por la República.

Roures lanzó la primera entrega de esas informaciones el martes pasado, y a las pocas horas quien firmaba la exclusiva ya estaba en el plató de Els matins de TV3 y en los micrófonos de las raciones nacionales catalanas. A partir de ahí, los políticos independentistas --y la incontinente Ada Colau-- bramaban contra el Estado exigiendo explicaciones sobre las interpretaciones del diario.

Hay quien se extraña de que los grandes medios españoles --de Madrid y de Barcelona-- no le hayan seguido el juego a Roures, aunque lo cierto es que las piezas de Público son más interpretaciones/opiniones que informaciones.

Pero, de todas formas, pueden ser oportunas. Han pasado dos años desde la tragedia y estamos igual. Es evidente que detrás de un atentado siempre hay un fallo policial, y más aún si los servicios de inteligencia estaban siguiendo al cabecilla. Otra cosa es sembrar dudas sobre el hecho de que el CNI tratara de captar a un imán: lo que no tendría ningún sentido es que para luchar contra el yihadismo, la inteligencia se infiltrara en la Iglesia Evangélica. ¿O sí?

Es un error que debe ser analizado a fondo, como por ejemplo que los Mossos d’Esquadra acribillaran al terrorista de Subirats el 21 de agosto cuando sabían que los chalecos de Cambrils, exhibidos por sus compañeros la madrugada del día 18, eran falsos.

Pero más importante que eso, dos años después, ¿se ha dado algún paso en lo sustancial? ¿Cómo es posible que jóvenes integrados y con un catalán nativo fueran capaces de esa atrocidad? Es difícil entender que nadie de su entorno se diera cuenta. Como las fotografías que se hicieron mientras fabricaban las bombas en Alcanar que finalmente les estallaron: no eran mártires, no querían inmolarse. ¿Qué les llevaba a inmortalizar el momento en que con una sonrisa en los labios preparaban la masacre?

Jordi Munell, el alcalde de Ripoll, de donde eran oriundos los yihadistas, ha explicado que pocos días antes de morir uno de los terroristas le enseñó a una vecina de escalera la moto que se iba a comprar tras las vacaciones. Es evidente que pensaba sobrevivir, pero quizá pereció en la explosión accidental o se hizo matar después en la playa de Cambrils. ¿Qué pasó?

Saber qué ha ocurrido, en qué hemos fallado y qué podemos esperar del futuro es mucho más importante que lo demás. Utilizar una tragedia como ésta para ganar la batalla del relato, pasando por encima de la verdad, dice muy poco a favor de sus promotores y les retrata una vez más.