Zapeando el sábado recalé en un canal francés que retransmitía la ceremonia de investidura del presidente de la república. Con mero ánimo observador quedé enganchado al besamanos, largo, tradicional y hasta rancio, con el que las élites francesas saludan a quien acaba de revalidar el cargo. Acompañado por su esposa, Emmanuel Macron estrechó centenares de manos de altos cargos de la administración, notables y buscavidas políticos de todo signo. Unos ojillos saltones me resultaron más conocidos que el resto. Alojados en una cara despierta y atenta a las cámaras de televisión, eran de Manuel Valls, el político que hizo su carrera en el país vecino, regresó a su ciudad natal y desapareció más tarde dando la razón a quienes le tildaron de oportunista profesional.

Cuatro años hace que Valls aterrizó en la Ciudad Condal con unas expectativas amplías en lo político y el apoyo de la burguesía local sin adscripción nacionalista. Valls convirtió a Ada Colau en alcaldesa de Barcelona pese a perder las municipales de 2019 y quedar segunda en voto ciudadano. La agrupación de electores que se construyó alrededor de Barcelona pel Canvi está del todo dinamitada y cada uno de los integrantes, incluso los de Ciudadanos, buscan espacio y acomodo en otras aventuras políticas que parecen tener similares posibilidades de éxito: casi ninguna.

La huida de Valls no es responsable del decaimiento de Barcelona. Es solo un síntoma más. Colau pretende llegar a mayo de 2023 con un discurso matizado a su Barcelona del no. Tuvo los arrestos, no se le pueden negar, de ir al Círculo de Economía la pasada semana a platicar ante el auditorio más hostil de cuantos frecuenta. La burguesía local está entregada al voto útil al PSC, y pese a las dudas que genera el candidato a alcalde por los socialistas, Jaume Collboni, existe una resignación extendida alrededor de su figura como única posibilidad real de recuperar la ciudad para la ciudadanía. La estampida de Elsa Artadi de Junts per Catalunya revitaliza la figura de Xavier Trias y la moderación convergente de siempre. Pero hace más difícil que la geometría electoral, los pactos postelectorales, sumen suficiente para desalojar a la alcaldesa.

Esa comunión del mundo empresarial con el PSC se ha hecho evidente desde que Salvador Illa tomó el control de la formación y Miquel Iceta marchó a Madrid. Con meticulosa paciencia, el líder socialista ha generado a su alrededor una especie de sottogoverno con gran influencia en la capital de España y en el mundo empresarial. Desde Maurici Lucena (Aena), Isaías Táboas (Renfe), Pere Navarro (Consorci de la Zona Franca), Antoni Llardén (Enagás), Jordi Hereu (Hispasat), Albert Martínez Lacambra (Red.es), David Vegara (Banco Sabadell), Marc Murtra (Indra)… hasta algunas viejas glorias vinculadas al partido como Narcís Serra, Jordi Clos o Rafael Suñol convierten al universo empresarial socialista en un interlocutor imprescindible para las empresas españolas hoy. Y la última reunión anual del Círculo de Economía volvió a ser un escaparate de esa fortaleza discreta acumulada.

Con una Generalitat enfrascada en las luchas internas y en nuevos elementos de victimización como las escuchas, el discurso del presidente Pere Aragonès en el que se alejó de cualquier sectarismo económico supo a poco. Tiempo atrás, con Jordi Pujol al frente del Govern, la posición del jefe del ejecutivo catalán era equiparable a las palabras de Jesús a sus apóstoles, la guía del oráculo económico que convenía seguir a pies juntillas. Jaume Giró, consejero de Economía, también regresó este año al hotel W de Barcelona. En esta ocasión rebajó el tono activista con el que se dirigió a los empresarios catalanes el año anterior. Un discurso del periodista que reivindicaba las palabras y la obra de Ramon Trias Fargas, destacado fundador de CDC, era la prueba más fehaciente del regreso a la incubadora de una nueva sociovergencia que se dibuja en el horizonte y en la que quiere participar una parte de la dirigencia de ERC.

Barcelona se desinflama poco a poco. Cataluña, también, pero menos. La implosión de JxCat genera muchas dudas, en especial ante la cita electoral de mayo del año que viene. Qué pasará con esas alcaldías del PDECat extendidas por el territorio y cuál será su apuesta para la capital catalana son interrogantes enormes en el futuro de una opción política construida en un tiempo récord sobre la base del nacionalismo más radical que se ha practicado en el territorio en las últimas décadas. Y con ERC disputándoselo.

El Círculo ha conseguido esta semana devolver a Barcelona una minúscula parte de lo que fue. El debate económico español ha regresado y Javier Faus ha sido capaz durante dos años seguidos de poner a la institución y a la ciudad en el centro. Además de dirigentes del Ibex, Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo o Ursula von der Leyen hablaron y escucharon lo que los barceloneses ilustrados querían decir. No hay mejor saldo para un lobby con pretensiones claras: influir y orientar.

Cosa distinta será comprobar qué pasa con las elecciones para suceder a Faus del 12 de julio. Las dudas sobre la neutralidad de la junta saliente y del aparato de la institución están sobre la mesa y la posibilidad de que una victoria de Jaume Guardiola aparte al Círculo de esa centralidad fabricada a trompicones por su aún presidente planeó sobre las jornadas como amenaza inquietante. Allí andaban algunos de los próceres de la asociación nacionalista Femcat recabando apoyos para el ex del Banc Sabadell, mientras una buena parte de los socios se acercaban a la candidata Rosa Cañadas para mostrarle apoyo y ánimo, que nadie sabe si era sincero.

En la reconstrucción de la Barcelona dañada por el procés y las actuaciones de la alcaldesa buñuelo, lo que suceda en las elecciones al Cercle puede suponer un paso adelante de enorme interés o un nuevo frenazo, casi involución. La capital catalana va recuperando parte del tiempo perdido, pero aún sin la velocidad ni el entusiasmo de antaño. La burguesía local, condescendiente con Artur Mas y su invento procesista, tiene menos paciencia con Colau. Quizá porque los efectos prácticos de algunas políticas han sido más evidentes o, sencillamente, porque Cataluña es un proyecto más quimérico que su capital pese a la profusión de ruido, literatura y relato nacionalista.