¿Son los niños buenos filósofos?
Scott Hershovitz, profesor de Derecho y Filosofía de la Universidad de Michigan, decidió utilizar la experiencia de la paternidad para escribir un libro sobre las preguntas de los menores
8 mayo, 2022 00:00Scott Hershovitz es un reconocido profesor de Derecho y Filosofía de la Universidad de Michigan que, después de ser padre, se dio cuenta de que sus hijos se hacían preguntas y respuestas que abordaban de una forma mucho más práctica los grandes conceptos que preocupan a la filosofía, como los derechos, la venganza, el castigo o la autoridad. Así que llegó a una conclusión: “Cada niño es un filósofo”.
A partir de esta idea, empezó a desarrollar lo que iba a ser su próximo libro, Nasty, Brutish, and Short (Penguin Press, mayo 2022), que podría traducirse como “Desagradable, bruto y corto”, en referencia a cómo el filósofo inglés del siglo XVII Thomas Hobbes, considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna, creía que sería una vida sin gobierno, es decir, bajo la anarquía.
Los niños se los cuestionan todo
“Un niño que te dice ‘no eres mi jefe’ está expresando el pensamiento que tienen los filósofos anarquistas”, comenta Hershovitz en una entrevista reciente con Publishers Weekly.
Padre de dos hijos pequeños, Hershovitz dice que los niños tienen de forma natural la ingenuidad que se requiere para hacer filosofía (y que un adulto debe cultivar si no la tiene), como escribió el filósofo estadounidense Gareth Matthews (1929-2011). A diferencia de un adulto, que da por sentadas muchas cosas y no piensa en ellas, “un niño se muestra perplejo ante cualquier situación y se hace preguntas al respecto”, insiste el autor.
El concepto de venganza
Especializado en Derecho Delictivo, Hershovitz afirma que sus hijos le han obligado a reflexionar sobre conceptos como la venganza –al que dedica un capítulo entero— partiendo de un contexto desprovisto de leyes de responsabilidad civil, es decir, más ingenuo. Para ejemplificarlo, recuerda la anécdota de cuando le comunicaron del colegio que su hijo menor, Hank, en edad preescolar, se había vengado de un niño de la clase. Al llegar a casa se sentó frente a su hijo y le preguntó: “¿Le hiciste algo malo a este otro niño porque te dijo algo malo?”. Hank se lo quedó mirando, “como si su padre fuera la persona más estúpida del mundo”, y le respondió que sí con toda naturalidad, ya que el otro lo había llamado floofer doofer (algo así como “tontito”).
“Mi trabajo académico versa sobre cómo debemos responder ante las malas acciones, así que me dediqué a pensar en ese intercambio. Para mi hijo es natural que si alguien le hace algo malo, él le devuelva algo malo. No es así como quiero que piense en el mundo, pero es un paso más para entender por qué la gente tiene esos pensamientos”, explica Hershovitz.
El ficcionalismo
En otra ocasión, su hijo mayor, Rex, le preguntó si Dios existía. En lugar de responder a su pregunta, se la devolvió. La respuesta de su hijo lo dejó asombrado: “Creo que en la realidad, Dios es de mentira. Y en la mentira, Dios es real”.
Hershovitz pensó que se trataba de una reflexión mucho más profunda de lo que parecía, porque en realidad estaba haciendo lo que los filósofos llaman ficcionalismo: pensar que algo puede ser real en una ficción, aunque no lo sea en nuestro mundo real.
¿Por qué?
“Nunca había pensado en Dios de esta manera, y nuestra conversación me ayudó a profundizar en mi propia relación con la religión,”, admite a Publishers Weekly. Hershovitz pretende con su libro captar la imaginación de padres y madres con el fin de que presten atención a las preguntas de sus hijos y les enseñen a ser curiosos y hacer preguntas.
“Preguntar simplemente ‘¿por qué?’ es uno de mis trucos favoritos para la crianza de los hijos”, escribe en su libro. “Se trata de dos simples palabras que los niños esgrimen ‘como un arma’, que puede volverse contra ellos para fomentar la discusión”.
Estimular a los niños a hacer preguntas
No es de extrañar que su libro este lleno de por qués. “¿Por qué siguen llegando los días?”, pregunta una niña a una madre amiga de Hershovitz. “¿Por qué lavar la ropa si el mundo no es lo que parece?”, postula Hershovitz. “¿Por qué buscamos venganza, como hizo Hank por haber sido llamado floofer doofer por un compañero de clase? ¿Por qué algunas palabras se consideran ‘malas’, a un nivel de maldad mucho peor que floofer doofer?”.
La idea de estimular a los niños a hacer preguntas resulta bastante acertado, pero, como observa Alexandra Jacobs, crítica literaria de The New York Times, “en su viaje como padre, Hershovitz aún no se ha topado con el problema más duro de todos: la adolescencia, cuando la ‘burbuja epistémica’ de la familia se rompe bruscamente y la comunicación se reduce a veces a gruñidos”.
“Si no has escrito algo que merezca la pena criticar, no has escrito nada que merezca la pena”, escribe Hershovitz en el libro, insinuando que le dará igual si de aquí a unos años le preguntan por una secuela del libro cuando sus hijos “sean desagradables, brutos, más altos que tú y hagan campana”, observa Jacobs, irónica.