La mejor noticia derivada de la encuesta publicada el viernes por Metrópoli Abierta a un año de las elecciones municipales es que Ada Colau se desploma hasta la tercera posición en la intención de voto de los barceloneses. Si se mantiene la proporción de sufragios que detecta el trabajo demoscópico de Electomanía durante los próximos 12 meses (y este medio lo explicará mes a mes), lo más seguro es que la alcaldesa buñuelo desaparezca de la presidencia de la corporación local.

Su partido, Barcelona en Comú, es claramente superado por ERC, que con Ernest Maragall al frente podría alcanzar las 13 concejalías. También el PSC de Jaume Collboni rebasa a Colau y gana tres concejales respecto a los actuales para situarse en 11. La alcaldesa repite número de regidores (10), pero desciende de forma clara en intención de voto. La foto fija de la ciudad muestra que el actual pacto de gobierno entre socialistas y comunes podría retener la gobernación, pero con un cambio en las proporciones y el mando que convertiría en alcalde a Collboni. La mayoría absoluta se sitúa en 21 regidores, justo los que suman ambos partidos. De ser así, Barcelona regresaría en parte al esquema de centro-izquierda que lideraron Pasqual Maragall, Joan Clos y Jordi Hereu. Habrá que ver dónde colocamos a los cargos de los comunes que no han obtenido plaza de funcionario para garantizarse el empleo. El resto sería más sencillo.

La encuesta también señala que Colau ha perdido apoyo popular y tampoco es querida ya como lideresa. Maragall y Collboni la superan en apreciación de la ciudadanía. Añádase la intención de voto y la conformación del resto del cartapacio municipal y queda claro el nexo común: hay una cierta resistencia en la ciudadanía auscultada a que la alcaldesa repita en su puesto en mayo de 2023.

Los comunes no tienen alternativa: o presentar a Colau e intentar un milagro a la búsqueda de una cómoda posición en el gobierno municipal o recoger los pedazos de una formación política que se ha mantenido con vida gracias al clientelismo del poder. Mientras sus socios del resto de España atraviesan una dura crisis interior, en Barcelona el pedestal municipal ha permitido sufragar y cohesionar la estructura de una formación política que descansa en la líder de manera principal, y donde las batallas entre antiguos integrantes de ICV o partidarios de Podemos son constantes durante todo el mandato.

Que los barceloneses no opten a revalidar a Colau no significa que no deseen una ciudad más verde, con un turismo más razonable y más igualitaria en lo social. Representa algo distinto: tienen esas preocupaciones, pero no coinciden en el método para lograrlo, no les gusta que el diálogo y la transacción brillen por su ausencia. Que una parte de ese urbanismo táctico que predican los comunes se imponga sin discusión real o que el sectarismo ideológico y el revanchismo personal hayan presidido la actuación municipal ante el sector privado, los grandes eventos y la identidad de la propia urbe son cuestiones que no complacen a la mayoría. Cuando un alcalde gobierna bien es imposible desalojarlo del cargo. Pregunten por Francisco de la Torre (PP), que lleva en Málaga desde 2000, o por Abel Caballero (PSOE), en Vigo, donde sostiene la vara de mando desde 2007. Hay más casos, muchos en municipios catalanes, pero también en su día Iñaki Azkuna (PNV) en Bilbao o tantos otros que gozaron de la simpatía ciudadana para transformar y evolucionar sus localidades.

La encuesta nos indicaba alguna cosa más. Por ejemplo, los extremos disgustan. Ni Vox ni la CUP entrarían en el consistorio de la capital catalana, pero el PP también se queda fuera y roza el porcentaje mínimo para tener representación. La formación nonata que a lo mejor lidera el expresidente del Barça Sandro Rosell está, sin hacer campaña ni decidir aún su futuro, a unas décimas de colarse en el arco político de la corporación. Todo el resto de iniciativas de centro catalanista que se construyen desde hace meses parece que no forman parte del interés de los votantes y se quedan literalmente fuera.

A un año de que los ciudadanos expresen sus preferencias para la gobernación de la capital catalana, el mapa político se antoja previsible. Los cambios que se producirán respecto a esa foto demoscópica pueden ser de matiz o casi cosméticos, pero las grandes líneas parecen firmemente trazadas. Después de ocho años Colau saldrá de la alcaldía en mayo de 2023, pero no se resignará a largarse sin derramar alguna lágrima más por su causa personal. Y eso es lo peor, que aún tenemos un año más de inventos del tebeo y lacrimales inflamados. Sí, sean pacientes, al menos otros 12 meses.