La historia emprendedora de Cataluña es de sobras conocida. Desde Barcelona se irradiaron a toda España iniciativas y actividades que han conformado la morfología del país a lo largo de las décadas. Desde empresas familiares que alcanzaron dimensión y se convirtieron en locomotoras de sus diferentes sectores de actividad a instituciones que nacieron en la Ciudad Condal y exportaron sus expectativas y conocimiento más allá del Ebro.

Así sucedió con compañías líderes, pero también con asociaciones que abanderaban a una burguesía inquieta y preocupada por su entorno. El nacimiento de la gran caja de ahorros catalana (Caja de Ahorros para la Vejez) en 1904 gracias al empuje de Francesc Moragas o la puesta en marcha del Fomento del Trabajo Nacional, en 1889, de la mano de los Ferrer Vidal y los Puig Saladrigas, son un ejemplo centenario. Pero hay otros: en 1958 los Ferrer Salat, Mas Cantí, Güell de Sentmenat, Vicens Vives y Suqué Puig alumbraron en pleno franquismo un foro de opinión llamado Círculo de Economía con capacidad para debatir sobre los retos de la economía española con una mirada larga, sin sometimiento al régimen político del momento y como embrión de un reformismo que se acabó filtrando entre los rectores gubernamentales de la época. Justo lo contrario del actual.

La historia de la energía en España es imposible de analizar sin referirse a lo que un ingeniero de Caldes de Montbui como Pere Duran Farell consiguió desarrollar al introducir el gas natural en la península, primero, y al conectarla a una fuente de producción como Argelia vía un gasoducto que cambiaría la realidad del país. Sucedió similar con las antiguas Fecsa y Enher, que son el embrión de la Endesa actual, en manos de capital italiano. En el ámbito financiero si existía un territorio moderno y competitivo ese era también el catalán, que acumuló bancos y cajas de ahorro en un número sorprendente y con gran apego a las actividades productivas que impulsaba, industriales de manera especial, que tenían lugar en la región. O, puestos a darle un vistazo a la historia, es imposible olvidar a los Esparó y a los Tous que fundaron a mediados del siglo XIX la Maquinista Terrestre y Marítima (propiedad de Alstom en la actualidad).

Hoy, las empresas que más venden en Cataluña y más ocupación generan son foráneas. Seat, Lidl, Nestlé, Bayer, Mercadona, las energéticas y las financieras. Quedan con apellido local apenas alguna farmacéutica, cada vez menos alimentarias y casi ninguna constructora de tamaño destacable. En un mundo global, ese fenómeno no resultaría tan destacable si no estuviera acompañado en paralelo de una jibarización de las instituciones que acompañaban a esa burguesía empresarial. Una evolución que constituye una especie de híbrido entre la pérdida de influencia y la funcionarización o dependencia de un sector público que desde los primeros años de Jordi Pujol al frente de la autonomía no ha dejado de crecer.

Puede verse ahora con el problema de la sequía. Los Foment, Pimec, Círculo de Economía y demás asociaciones andan abriendo debates sobre el asunto con la única pretensión cortoplacista de salvar a sus empresas y asociados de las repercusiones que las restricciones supondrán. Esas mismas entidades miraban con distancia el problema y el necesario debate sobre infraestructuras hídricas. Ninguna pronunció una sola palabra cuando se produjo hace ya una década la privatización fiasco de ATLL o fueron incapaces de mirarse en el espejo de autonomías vecinas que construían desaladoras mientras Cataluña se rebozaba en el proceso secesionista y paralizaba cualquier actuación que no fuera de claro e inequívoco signo identitario.

Las miradas largas de Ferrer Salat, Duran Farell, Josep Vilarasau e Isidro Fainé en sus respectivas actividades se echan en falta. Incluso las de Pasqual Maragall o Pujol. La globalización y la entrada de fondos de inversión en casi todos los sectores de actividad han hecho perder arraigo a las actividades productivas locales y en Cataluña ese fenómeno resulta especialmente lacerante. Añádanle una situación política de inestabilidad y otra jurídica de inseguridad y podremos entender que una parte de aquellos emprendedores hayan perdido cualquier vinculación con su territorio original y piloten desde Madrid u otras plazas lo que antaño eran fenómenos empresariales, culturales y sociales de primer nivel.

Siempre quedarán pequeños ejemplos de buen hacer, pero el día que Agrolimen, Mango, Grífols, Almirall, Vall Companys, Occidente, Uriach y otras similares pierdan la catalanidad que las impulsó (y muchas están ya con esos procesos abiertos), el concepto empresa catalana habrá fenecido. Cuando eso suceda, y como efecto dominó, tendrá poco sentido la pervivencia de esas entidades patronales o asociaciones que impulsaron en otros tiempos la emprendeduría y la defensa del tejido productivo local.

Quizá todo sea una mera consecuencia de la globalización económica del planeta. Es posible que no haya puertas posibles para tanto campo. También es probable que el mundo económico catalán haya perdido capacidad de reflexión histórica libre de nacionalismo y la crisis general de liderazgos que vive la sociedad en el primer cuarto de este siglo sea especialmente acuciante entre esa clase burguesa que hizo de Cataluña un motor, un tractor y una referencia inequívoca de la modernidad y la vanguardia no solo española, sino incluso europea. Es posible que obedezca a esas razones, pero también que los años introducidos en el túnel soberanista hayan pesado como una losa en el ánimo y la voluntad de quienes estaban llamados a suceder a las figuras de antaño. Que cueste abrir los ojos y no deslumbrarse con la luz después de tantos años de penumbra.