Las elecciones a la Cámara de Comercio de Barcelona no han tenido una repercusión superlativa (por decirlo elegantemente). Y no me extraña, pues la influencia de esta otrora prestigiosa institución hace tiempo que se desliza pendiente abajo y sin frenos.

Por si todavía no se habían enterado (les aseguro que la mayoría de la gente con la que trato no sabía ni que había elecciones en la Cámara), las votaciones las ha ganado la candidatura encabezada por Josep Santacreu (Va d’Empresa), por delante de la liderada por Mònica Roca (ANC/Eines de País), la hasta ahora presidenta del ente.

Para quien no haya seguido muy de cerca esta apasionante contienda (en la que ha participado un impresionante 2,8% del censo electoral), permítanme que les aclare que Santacreu es un peón del líder de ERC, Oriol Junqueras, mientras que Roca es un títere de Carles Puigdemont (JxCat).

La Cámara sigue así en manos de los independentistas, sólo que antes la controlaba el iluminado que se fugó a Bélgica y ahora la manejará el beato que asegura que pactó la amnistía con Sánchez hace semanas.

Basta con repasar los equipos de las dos principales candidaturas que se enfrentaban y los nombres de los independientes que completarán el pleno de la institución para constatar que la amplísima mayoría son conocidos nacionalistas de diverso pelaje.

Así las cosas, no cabe otra cosa que esperar que la Cámara siga con su labor de fomento del victimismo nacionalista, elaborando informes en los que denuncie la supuesta infrafinanciación de la Generalitat, el hipotético déficit fiscal y el presunto maltrato de “España” a Cataluña en materia de inversiones en infraestructuras.

Es decir, los argumentos falaces con los que el independentismo catalán inició el procés, sintetizados en el famoso “España nos roba”, lema de cabecera de Pere Aragonès cuando era un pipiolo al frente de las juventudes de ERC.

Como comprenderán, a los catalanes no nacionalistas el resultado de las elecciones a la Cámara de Comercio de Barcelona nos la trae al pairo. Vamos, como si la quiere volver a presidir Canadell (que esta vez no ha podido conservar su asiento). Sí, el tipo aquel que alardeaba de llevar una careta de Puigdemont en el asiento del copiloto de su coche.

Por suerte para todos, la Cámara cada vez pinta menos. De hecho, su presupuesto anual es de apenas 23 millones de euros, menos que el sueldo bruto de Lewandowski en el Barça. Así que confiemos en que el daño que esta institución pueda infligir a la sociedad catalana sea lo más limitado posible.