Es un debate que se vive en todas las redacciones cuando un grupo radical hace de las suyas. ¿Hay que darles cobertura periodística? Ocultar las fechorías de Desokupa y sus seguidores es absurdo, pero también hay que tener en cuenta que este tipo de individuos ultra viven de la atención mediática. Hay precedentes y, a riesgo de caer en el alarmismo, lo sucedido la semana pasada en el barrio de la Bonanova, unido a otros fenómenos sociales, recuerda lo ocurrido en los años noventa del pasado siglo, cuando grupos neonazis se hicieron fuertes en Barcelona.

En un principio se pensó que la cosa iba de simples peleas entre bandas urbanas. Entre jóvenes que tenían en la Librería Europa su santuario pseudointelectual. Venganzas entre hinchas radicales de equipos contrarios. Su violencia fue en aumento, pero la sociedad pensó que la cosa no iba con ella. Porque las víctimas eran mendigos y homosexuales. No hacía tanto que el sida se consideraba una enfermedad de gais –un castigo de Dios, según algunos— y que el ultraliberal presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, había extendido por medio mundo la idea de que una persona es pobre porque quiere. ¡Y que viva el derecho a tener armas!

La sociedad barcelonesa hizo caso omiso de las bravuconadas de esos skin heads. Hasta que una transexual murió apaleada en el parque de la Ciutadella donde solía dormir y un hincha del Espanyol fue apuñalado por Boixos Nois en la avenida Sarrià.

Salvando mucho las distancias, actualmente hay síntomas preocupantes sobre ese posible retorno a los años noventa que requieren de un debate sereno, alejado de la politización intrínseca a toda campaña electoral. Los ataques al colectivo LGTBI en Cataluña se incrementaron un 20% en Cataluña en el primer trimestre de este año. Y la pobreza extrema crece un 31%, según datos de Cruz Roja. Aumenta el sinhogarismo, sin que se haya aprobado todavía una ley catalana y recursos para ayudar a un colectivo expuesto a quienes predican el odio.

Desokupa, una empresa integrada por simpatizantes de la extrema derecha y del saludo fascista, que lucen tatuajes nazis y llaman "puta" a la alcaldesa de Barcelona, se ha aprovechado del malestar que genera la okupación para hacerse propaganda, elevar la tensión y, de paso, animar la campaña de Vox a la alcaldía de Barcelona. ¿Qué hubiera pasado si los ultras se hubieran enfrentado con los antisistema? ¿O si hubieran cumplido con su amenaza de desalojar con sus propios métodos El Kubo y La Ruïna? Hay que aplaudir la actuación de los Mossos d’Esquadra. Como dijimos en esta misma columna, Desokupa es la consecuencia nefasta de una mala gestión, pero no es la solución. Así no.

El baño de masas que se dio Desokupa en la Bonanova está lejos de ser una anécdota. Sea por el efecto multiplicador de las redes sociales, sea porque tienen capacidad de organización, el entorno de Daniel Esteve ha demostrado que tiene músculo mediático –nunca mejor dicho— y que lo suyo es la amenaza y la intimidación. Matonismo puro y duro que se retroalimenta con los medios de comunicación. La imágenes impresionan por la violencia contenida de estos sospechosos habituales de la plaza Artós, epicentro de las concentraciones de la ultraderecha.

Por todo ello, es necesario que la Fiscalía especializada en delitos de odio las analice y determine si hay reproche penal en los insultos, los saludos fascistas y las amenazas del entorno de Esteve, que retrotraen, no ya a los años noventa, sino a la dictadura franquista.